El ser humano es inexcusable ante Dios (Romanos 1:18-32)

Guillermo Gitz
Guillermo Gitz

El apóstol Pablo describe a los incrédulos de su tiempo (Romanos 1:18-32). Dice que su maldad obstaculiza la verdad de Dios. En otras palabras, la iniquidad del hombre siempre ha tratado de interponerse a la verdad de evangelio para impedir su propagación, y para que su ética no reine en el mundo. No hay duda de que también está retratando al ser humano actual; dado que no hemos cambiando nuestra mentalidad desde la Creación. Y Dios se manifiesta contra toda injusticia de quienes le desobedecen. Pablo afirma que estos impíos no tienen justificación para comportarse así. Porque hay un Dios justo que es severo con quienes son injustos, inmorales e idólatras.

No pueden ampararse en que no conocen de la existencia de Dios porque Él se ha revelado de numerosas maneras. Y aunque creían ser inteligentes y sabios, eran incultos e ignorantes; dado que razonaban equivocadamente. La justicia de Dios se despliega inclemente ante tamaña insensatez. Su irracionalidad los hacía adorar representaciones de animales y personas mortales. Podemos ver que este sacrilegio se lleva a cabo aún en nuestros días, cuando cultos paganos idolatran seres inanimados y simbología animal. En tanto, en otros credos se veneran figuras humanas de quienes ya han muerto.

La caída en el abismo del ser humano fue y aún es tan abrupta porque cometió y comete toda clase de actos inmorales. La depravación usual del hombre se revela en numerosas manifestaciones de malicia que el apóstol enumera puntualmente en este pasaje. Es que Dios ha liberado al ser humano para que se conduzca a su arbitrio, pero este ha desaprovechado esa libertad para su perversión y su alejamiento de Él. 

Lo que enfatiza el apóstol es que no hay excusas para nadie. No las había para los del primer siglo ni las hay para c467fa7ccb3783f5_1920nosotros. Ser inexcusable es no tener argumentos delante de Dios para pretender explicar lo inexplicable e injustificable de nuestra conducta. Exculparnos de nuestra propia responsabilidad es repetir el acto de Adán y Eva inculpándose mutuamente. Es imposible esgrimir una defensa lógica dada la inmoralidad en la que el hombre ha caído. “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú… Sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas se basa en la verdad” (Romanos 2:1a-2) RV1960 y NBD.

Los no conversos siempre se han creído perspicaces pero son ignorantes. Su barbarie los lleva a desechar un culto racional al único Dios racional. Se auto-engañan y son  indulgentes con ellos mismos, o sea, son tolerantes con sus propios pecados. Ese auto-engaño es un escudo, una autodefensa psicológica. Los seres humanos se mienten a sí mismos tratando de “borrar” a Dios de sus mentes, como si no existiera.

Los idólatras van detrás de ídolos que son solo creaciones de su imaginación. Adoran a seres que no los molestan, que no les inquieren; para no ser responsables ante nadie. Solo deben entregarles ofrendas materiales o sacrificios físicos y con ello tranquilizan sus propias mentes. Así, son libres de un compromiso diario ante el Dios indiscutible.

Asimismo auto-engaño crea una realidad paralela donde no existe Dios, en lugar de la realidad verdadera donde Dios es el Señor. Deliberadamente se inventa un mundo irreal en vez de admitir el mundo real creado por Dios. Es un pretexto de parte de la humanidad para poder conducirse autónomamente. De esta manera no se depende de un Dios sino que cada uno es su propio dios.

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