
Los judíos fueron caracterizados como “el pueblo del libro”. Asimismo, con el tiempo, los cristianos también tuvieron esa misma distinción de ser singularizados como el pueblo del “libro”. El libro es la Biblia, siendo que se reconoce la importancia que tiene esta escritura sagrada como apoyatura, inspiración y código ético-espiritual para los creyentes.
Ser el pueblo del libro remite a que este libro, desde su escritura, fue examinado y asimilado en toda su perspectiva por un pueblo entero, los hebreos. El sentido de que tal designación abarque a los cristianos se sostiene en que ese “libro” (con el agregado del Nuevo Testamento) es permanentemente consultado, estudiado y tenido como guía mentora por una comunidad universal de fieles que lee sus escritos. Esta Escritura es identificada como escrita por autores inspirados por Dios, el Único y Verdadero que ambas comunidades reconocen. Romanos 11: 17 y 24, precisamente, menciona que los cristianos son ramas silvestres injertadas en el olivo bueno que es Israel.
Desde fuera del judaísmo y el cristianismo, se promovió esta denominación, con lo que se demuestra manifiestamente cómo fue percibida esa relación simbiótica entre un libro y el creyente que lo lee y lo internaliza. Se sabe que en el Corán son denominados de esa manera tanto el judaísmo como el cristianismo. Especialmente, haciendo referencia a sus creencias monoteístas.
El israelita era un pueblo con un libro, un códice, en tanto que los pueblos cercanos no tenían escrita su mitología. Al contrario, esta era solamente oral. Aun así, existieron algunos pocos libros sagrados, coexistentes con el Pentateuco y los demás escritos del Antiguo Testamento. Pero los mismos eran estudiados solo por un minúsculo reducto de adoradores que leían sus premisas. En cambio, la gente de esas comunidades no tenía acceso a esos manuscritos sacros dado que eran de uso exclusivo de los sacerdotes del culto.
Es cierto que muchos en el pueblo hebreo eran iletrados, por lo tanto, la escritura de la ley y los profetas no era leída por todos, pero he aquí una diferencia con los otros textos religiosos: los profetas se encargaban de diseminar sus profecías, así como los sacerdotes leían las historias bíblicas en las ceremonias religiosas del Sabbat. Los israelitas no ignoraban ninguna ley ni precepto de sabiduría. Cuando la sinagoga fue convirtiéndose en punto de reunión de los judíos regresados del exilio, esta pasó a ser la fuente principal de transmisión de la Escritura. En las mismas, los jóvenes judíos estudiaban la enseñanza de la lectura de los rollos que contenían la Palabra y, al mismo tiempo, se instruían en el idioma hebreo. Es así como la transferencia escritural fue abarcando a más personas del pueblo y no solo a un núcleo exclusivo como en las otras religiones.
Las consideraciones anteriores son algunos puntos de relieve en la diferencia de alcance comunicacional de los muy pocos libros sagrados diferentes a la Sagrada Escritura. El cristianismo retoma esa tradición de propagación de la Escritura y la acerca a una mayor cantidad de creyentes, llevándola a proporciones altamente superiores. La extensión y alcance de su difusión, le permitió ser acreditado también como “pueblo del libro”. Las cartas paulinas eran escritos que se enviaron a distintas iglesias y fueron leídas a las congregaciones para que sus miembros conocieran el consejo de Pablo. Luego, al ser preservadas, fueron reunidas, como ocurriría con los evangelios, para su posterior cohesión en un solo libro: el Nuevo Testamento, el cual fue estudiado en todas las iglesias existentes cuando se completó el canon.
El mundo griego estaba compuesto por mayor cantidad de lectores que la Palestina de la época. Dado que todos los escritos neo-testamentarios fueron transmitidos en griego, mayor fue la cantidad de personas que pudieron leer directamente la Escritura sin intermediarios. Tenemos el ejemplo de los cristianos de Berea. Ellos escudriñaban diariamente las Escrituras para comprobar de primera mano si lo que se les anunciaba era verdad (Hechos 17: 11). Esta pequeña mención demuestra el alcance en la distribución de la Escritura, por lo menos, de los escritos de que se disponían. Es evidente que leían el Antiguo Testamento para comparar las profecías con lo que predicaban Pablo y Silas.
Algunos comentarios reafirman el concepto de “pueblo del libro”, pero haciendo la advertencia sobre su estatus de infieles por no creer en la “revelación” recibida por Mahoma.
“Gente del libro, es un término islámico que se refiere a judíos y cristianos. También se usa en el judaísmo para referirse al propio pueblo judío y aun es utilizado por miembros de algunas denominaciones cristianas para describirse a sí mismos. El Corán usa el término en referencia a judíos y cristianos en una variedad de contextos que enfatizan la comunidad de fe entre aquellos que poseen escrituras monoteístas”1.
“Religiosamente, los judíos fueron categorizados por el islam como «infieles». Sin embargo, al igual que los cristianos, fueron calificados como «personas del libro», poseedoras de una revelación previa de Dios que fue escrita”2.
“En términos generales, los teólogos musulmanes no tenían dudas del estatus de monoteístas de los judíos y los cristianos porque, en los mismos albores del Islam, los musulmanes originalmente realizaban sus oraciones hacia Jerusalén y no hacia La Meca (lo cual cambió después de la Héjira3). Sin embargo, muchos musulmanes critican a los cristianos por adorar a Jesús como a un Dios y consideran que el concepto de la Trinidad es un concepto idolátrico que reniega de la unicidad de Dios”4.
Por todo ello, es necesario confirmar el concepto de “pueblo del libro” desde el ángulo bíblico, teniendo en consideración algunos hechos que remarcan el interés del pueblo judío y de los cristianos por la Biblia. En el Antiguo Testamento hay un evento histórico que demuestra el valor de la Escritura (“el libro”) para el pueblo hebreo. En el relato, se cuenta que toda la población que llegó del cautiverio babilónico se congregó para escuchar la lectura bíblica.
“Entonces todo el pueblo, como un solo hombre, se reunió en la plaza que está frente a la puerta del Agua y le pidió al maestro Esdras traer el libro de la ley que el Señor le había dado a Israel por medio de Moisés. Así que el día primero del mes séptimo, el sacerdote Esdras llevó la ley ante la asamblea, que estaba compuesta de hombres y mujeres y de todos los que podían comprender la lectura, y la leyó en presencia de ellos desde el alba hasta el mediodía en la plaza que está frente a la puerta del Agua. Todo el pueblo estaba muy atento a la lectura del libro de la ley”. Nehemías 8:1-3
En el Nuevo Testamento, otro suceso demuestra el conocimiento bíblico de Jesucristo. Durante la tentación en el desierto, Jesús le dijo varias veces al diablo: “escrito está…” (RV 1960). Esa expresión la repitió en otros momentos de su misión con los discípulos, demostrando fehacientemente que había estudiado la Escritura en la sinagoga en su niñez y juventud. Otro hecho significativo en su vida fue cuando quedó departiendo con los doctores de la ley a los doce años, para gran ansiedad de sus padres que lo creyeron extraviado.
Jesús fue un integrante cabal del “pueblo del libro”. El libro sagrado le brindó toda la noción de la ley y las costumbres del pueblo elegido. Es más, cada vez que menciona una cita del Antiguo Testamento es para refrendar su carácter de Hijo de Dios, en tanto su misión fue el cumplimiento de las profecías antiguas. Lo mismo harán, en su momento, los apóstoles para ellos también revalidar el mandato dado a ellos por Cristo y testificar fehacientemente que el obrar de Jesucristo que ellos presenciaron había sido predicho en el Antiguo Testamento.
De hecho, ser la “gente del libro” dice mucho de una tradición milenaria que se ha seguido cumpliendo hasta nuestros días por parte de los creyentes fieles. No deja de ser un término laudatorio y honorable, desde el punto de vista de nuestra relación con la Escritura y su reflexión permanente. Que haya sido otra religión la que reconoció a los judíos y su observancia del Antiguo Testamento y a los cristianos y su obediencia de la Biblia, es sumamente meritorio. Es una realidad que reafirma la fidelidad de un pueblo real (el judío) y un pueblo simbólico (los cristianos). Mantener en vigencia esta designación elogiosa es una de nuestras obligaciones más imperiosas. La idea es seguir “hacia abajo”, o sea, con nuestros descendientes, la enseñanza bíblica para que ellos continúen con el legado de ser “el pueblo del libro”.
1– https://en.wikipedia.org/wiki/People_of_the_Book
2– www.myjewishlearning.com/article/people-of-the-book
3- https://dle.rae.es/?id=K5aQApU
4- https://es.wikipedia.org/wiki/Dhimmi