Podemos pensar en la apologética de la Biblia en dos dimensiones: defensiva y ofensiva. La palabra y sus derivados aparecen diecinueve veces en el Nuevo Testamento. Significa literalmente “librarse a uno mismo de una acusación” o “defenderse a uno mismo”. En la mayoría de las instancias apología (en forma sustantiva o verbal) se refiere a la respuesta cristiana a una acusación legal, persecución religiosa, acusación o investigación en el sentido más estrecho y defensivo de la palabra. Por esta razón, la palabra es traducida en la Biblia de las Américas como defensa, ofrecer una defensa, argumentar en defensa, cómo responder y aclararse a uno mismo (otras versiones: respuesta, excusa o explicación).
Hablando en términos más generales u ofensivamente, la apologética está conceptualmente enraizada en la
naturaleza iconoclasta y heléntica de la Escritura en sí misma. Recuerda que en la lección uno vimos que toda la vida es apologética. Romanos 1:21 declara que cada ser humano se encuentra a sí mismo en una corte para ofrecer una apología por su idolatría y maldad. (La humanidad está anapologetos, “sin defensa”, Rom. 1:20). Juan 16:8 declara que el Espíritu Santo “convencerá (elengchos) al mundo de su pecado”. En consecuencia, aunque el término apologética, no aparece con frecuencia, conceptualmente cada página de la Biblia está polémicamente involucrada con su contexto social, religioso e intelectual.
En el Antiguo Testamento, leemos acerca del encuentro de Dios con el dios Dagón (1 Sam. 5:1-12). La cosmovisión de los Filisteos era politeísta. Ellos habían capturado el Arca del Pacto de los Hebreos y la habían ubicado en su templo para demostrar su victoria sobre Israel y su Dios. Pero, a la mañana siguiente, la estatua de Dagón fue encontrada caída rostro hacia abajo. El claro mensaje religioso-cultural era que Dagón había asumido la posición de un esclavo delante de su señor, un vasallo delante de su rey o un adorador delante de su Dios-Yahvé. El sacerdote Filisteo reubicó a Dagón en su plataforma, pero al día siguiente sus manos y cabeza no estaban. En este caso, Yahvé gráficamente, demostró que Dagón era absolutamente incapaz, ya que se acostumbraba arrancar las cabezas y manos de los soldados vencidos por la misma razón.
En el Nuevo Testamento, mucho antes de que Pablo viajara a las ciudades de Asia Menor, Grecia o Italia, una cosmovisión antitética y un evangelio alternativo estaban firmemente atrincherados en la mentalidad y estructura de la sociedad pagana. La ideología romana imperial y la Pax Romana insistían que Júpiter y los dioses le habían concedido poder a Cesar Augusto (AC 30-DC14). Después de 100 años de derramamiento de sangre y caos, fueron logradas paz y seguridad en la Batalla de Actium (31 AC). Como resultado, Augusto fue llamado: “hijo de dios”, “dios de dios”, “salvador y benefactor”, “dios y señor”, “dios heredero y salvador de la raza común de la humanidad” y “divino Cesar”. De acuerdo con su ideología, la salvación había llegado a la tierra a través del Imperio Romano y la justicia se extendería a la tierra desde el seno de Roma. De hecho, Augusto era considerado el representante de una nueva clase de ser humano que marcó el comienzo de una nueva era. Sin embargo, cuando Pablo mencionó acerca de Jesús, Hijo de Dios, “que era el descendiente de David de acuerdo con la carne y declarado con poder ser el Hijo de Dios por medio del Espíritu de Santidad mediante su resurrección de los muertos, Jesucristo nuestro Señor (Rom. 1:3-4), los desafió apologéticamente. Pablo aun usó terminología de propaganda romana común para desafiar a cosmovisión pagana prevaleciente, por ejemplo: salvación (soteria), buenas noticias (euggelion), el Señor está viniendo (parousia), Señor (Kyrios) y justicia (dikaiosume).
Aún así, la Biblia demanda una respuesta iconoclástica a los falsos dioses y cosmovisiones destructivas de nuestro día. Nosotros deberíamos sentir la misma provocación de espíritu que sintió Pablo cuando observó la idolatría y los evangelios alternativos en la antigua Atenas (Hechos 17:16). Jacques Ellul expresó este concepto enérgicamente:
Significa enfrentarse a ellos mientras les tomas como el príncipe encantador—dioses del estadio, velocidad, consumo de bienes, utilidad, dinero, eficiencia, conocimiento, delirio, sexo, necedad, revolución, aprendizaje agnóstico, política, ideologías, psicoanálisis, clases, carreras, dioses del mundo llamando por holocaustos inauditos…dioses ocultos, velados y secretos que sitian y seducen tan eficazmente porque no se declaran abiertamente a sí mismos como dioses…
Así, en términos de la apologética cultural, cada vez que oigamos un grito de guerra neo-babilónico: «Vamos a edificarnos una ciudad (…) donde podamos hacernos un nombre»; cada vez que el Faraón exclame: «¿Quién es el Señor?» (O, ¿quién es el verdadero Dios y el verdadero pueblo de Dios?); cada vez que el pueblo de Dios reclame: «danos un rey que nos gobierne»; o cada vez que una ideología proponga «poner fin a la guerra y establecer todas las cosas en orden», la iglesia debe tomarlo muy en cuenta. El impulso puede ser religioso o filosófico, pero las manifestaciones sociales y económicas suelen ser de carácter totalitario y teocrático. Las formas pueden ser explícitamente religiosas (el Islam o el catolicismo medieval), ideológicamente seculares (comunismo, socialismo nacional, el Japón imperial, Corea del Norte Juche), o implícitamente religiosas, (consumismo). Pero, todas ellas son idólatras en la raíz.
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