El mundo entero es una escuela

Adán, el primer hombre, creció en conocimiento estudiando la obra de las manos de Dios y siguiendo su instrucción. De hecho, el Edén era una especie de laboratorio, un área de trabajo donde Adán podía desarrollar sus capacidades intelectuales y conocer mejor a Dios, a la vez que pulía sus destrezas como mayordomo divino.

Sin embargo, lo más probable es que ese viaje de Adán hacia la conciencia de sí mismo, la comprensión de su entorno y el conocimiento de su Creador y su comisión llevaria bastante tiempo. Dudo que su mente funcionara instantáneamente al máximo de sus capacidades como lo hacía la mente de Trinity, de la película Matrix. La vemos de un segundo a otro pasando a un estado de plena conciencia de sí misma y de su entorno, para luego acceder a un conocimiento completo de lo que sea que descargara e instalara directamente en su cerebro. Es improbable que, en el caso de Adán, existiera un escenario de entendimiento inmediato y exhaustivo o, al menos, no es lo que se nos dice. Es más verosímil la idea de que haya aprendido mucho acerca de sí mismo y del mundo a través de la observación y la inferencia.

De hecho, todo parece indicar que Adán tuvo que someterse a un proceso de aprendizaje. Antes de conocer, tuvo que desarrollar sus capacidades cognitivas. No es muy probable que, después de dar su primer respiro y abrir los ojos por primera vez, Adán se pusiera de pie de inmediato (suponiendo que antes estuviera recostado) y enseguida exclamara: “¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién está a cargo de este lugar?”. Incluso podríamos inferir que tal vez ni siquiera tenía aún la capacidad de hacer uso del lenguaje en absoluto. Probablemente no tenía aún una conciencia desarrollada acerca de su propio ser o de su contexto situacional.

Podemos arribar a una respuesta parcial a estas preguntas si pensamos en la clase de mundo que Dios creó. Él creó un mundo inteligente. Lo diseñó para el pensamiento. Su creación era conmensurable, comprensible, manejable y maleable. Además, Adán estaba situado dentro de una red de sentido condicionada por Jehová Elōhîm. El llamado y la mayordomía de Adán determinaban el contenido, el método y las motivaciones de su pensamiento. Todo en su entorno giraba, necesariamente, en torno a Dios. Todo en el mundo apuntaba al Creador, del mismo modo en que una brújula apunta al norte.

Si aplicamos un poco de imaginación y perspectiva a la interpretación del pasaje en cuestión (Génesis 1–3), así como al contexto más amplio de las presuposiciones bíblicas, podemos sugerir qué es lo que podría haber sucedido cuando la imago Dei fue preparada por primera vez para ejercer la vicerregencia sobre la creación, incluso antes de que Dios abordara ese llamado y le impartiera su mandato de forma directa. ¿Cómo habrá fluido el pensamiento de Adán para que la razón lo condujera de la creación al Creador, antes de que se interpusiera la influencia del pecado o la epistemología distorsionada de la serpiente?

Propongo que hagamos un experimento del pensamiento. Imaginemos cómo habrá sido el crecimiento intelectual de Adán, paso a paso por el camino del descubrimiento sensorial, la conciencia situacional, el autoconocimiento y la intuición de lo trascendente. Un proceso semejante tuvo que haber sido necesariamente inductivo, basado en la observación, la experimentación y la reflexión. Todo el proceso fue guiado por Dios y apuntaba hacia Dios.

La siguiente narración es claramente especulativa. Desde luego, no sabemos cómo sucedió, pero es totalmente verosímil que así haya sucedido.

*****

Cuando Adán despertó en la creación, no sintió ningún temor, sino una absoluta perplejidad y una aturdidora estimulación sensorial. Estaba acostado. El brillante resplandor del sol lo tomó desprevenido y nubló su vista por completo. Adán cerró los ojos. Aun así, sentía una reconfortante calidez. Tan sólo unos segundos más tarde, una nube se posó amablemente entre el sol y él. Adán volvió a abrir los ojos y miró hacia arriba. Una paleta de vibrantes tintes vegetales acaparó toda su atención. Sintió el aroma de las flores cercanas; era la primera vez que olía. Sus oídos captaron un primer sonido. Era el canto de los pájaros y el soplo del viento, que alborotaba las hojas de las copas de los árboles. Notó que el viento las hacía moverse.

Entonces, respondiendo al llamado del Creador, una pequeña criatura de cuatro patas, un armadillo, se acercó al pie de Adán y lamió su dedo gordo con todas sus fuerzas. Adán se sobresaltó, pero no se enojó, porque la sensación era deliciosa. Además, se sorprendió al oír su propia voz por primera vez, cuando rió de placer.

Luego, Dios envió a su asistente a un lado, junto a la oído izquierdo de Adán. El estímulo produjo el mismo resultado, salvo que esta vez, Adán volteó su cabeza lentamente, aunque aún no sabía que tenía cabeza. Cuando miró en esa dirección, vio a la criatura que le había provocado esa alegría. Vio que la criatura mascaba las hojas de una planta, aunque él todavía no sabía qué era comer. Adán observó que el animal habitaba un cuerpo y lo movía.

Se preguntó: “¿Yo también tengo cuerpo? ¿Podré moverme yo también?”.

En este punto, el maestro convocó a un segundo asistente de aprendizaje: un robusto cerdo. El animal desconocía qué lo diferenciaba del hombre, pero tenía ganas de jugar. Se acurrucó junto a la cabeza de Adán, gruñó y se revolcó a su lado empujándole el hombro. El ruido, el olor y el contacto del cerdo obligaron a Adán a levantar el torso y sentarse.

Entonces pensó con asombro: “¡Qué distinta es la vista desde aquí!”.

El cerdo se arrastró entre los pies del humano y siguió dándole empujones ahí también. Adán tuvo que levantar las piernas y echar los brazos hacia atrás para sostenerse. Entonces miró al cerdo y vio que tenía cuatro partes móviles, igual que la criatura más pequeña. Miró su propio cuerpo y vio que él también tenía cuatro extremidades.

Una vez más, inquirió acerca de sí mismo: “¿Será que yo también puedo moverme? Pero ¿cómo lo hago?”.

Entonces intentó imitar al cerdo, ejecutando un torpe andar parecido al de un cangrejo, puesto que había estado recostado sobre sus espaldas. Pero estos movimientos no lo llevaron muy lejos y se sentían bastante incómodos.

Luego, Dios envió a un tercer asistente para el aprendizaje de Adán: un enorme gorila negro. El animal se detuvo frente a Adán. Estaba parado sobre dos firmes patas. El gran simio y el hombre se estudiaron el uno al otro atentamente por un rato. De pronto, el gorila levantó abruptamente a Adán y lo puso nuevamente sobre el suelo en una posición erguida.

Adán estaba estupefacto. Pensó: “¡Qué vista!”. Y oyó un segundo ruido que venía de su boca, una expresión de asombro y sorpresa.

Desde esta vista ventajosa, contempló el panorama a la distancia. Vio muchos más animales y ahora también aves. Oyó muchos más sonidos y percibió nuevos aromas. Sintió la brisa más claramente. Percibió los sutiles cambios de la luz y la temperatura conforme las nubes se desplazaban por el cielo. También notó que, curiosamente, algunos animales se movían en parejas. De hecho, la pareja del gorila parecía cargar una criatura mucho más pequeña de la misma especie.

Momentos después, observó que muchos animales se reunían junto a una enorme superficie lisa del color del cielo. Decidió usar sus dos extremidades inferiores para acercarse a esa extraña visión. Despacio y con mucho cuidado, caminó hacia la orilla cercana. Observó que los animales bajaban la cabeza hasta muy cerca de la superficie y luego hacían mucho ruido. Adán no entendía qué estaban haciendo.

Cuando intentó hacer lo mismo, quedó paralizado de asombro al ver su propia imagen. Pronto reconoció que él era muy diferente a los animales. Todas las criaturas tenían ojos, orejas, nariz y boca pero, en él,esos rasgos eran bastante distintos. Todos tenían cabeza, pero la suya era diferente. También era más alto que la mayoría de ellos. Sus pies y manos eran diferentes. Él no era tan peludo como la mayoría de las criaturas. De nuevo, notó que la mayoría de ellos estaban acompañados por otro de la misma especie, pero él estaba solo.

Se preguntó: “¿Por qué soy diferente?”.

Descubrimientos de este tipo se sucedieron y continuaron por un tiempo, conforme Adán adquiría cada vez más conocimiento. Le encantaba investigar y tenía una curiosidad insaciable. Descubrió muchos de los ritmos y ciclos de la naturaleza, como las secuencias del día y la noche, o de la primavera y el otoño. Aprendió a discernir las señales de que se avecinaba una tormenta. Observó que los animales buscaban sombra para protegerse del calor, que volvían a sus nidos por la noche y que buscaban refugio para cuidarse de las inclemencias del clima.

También se dio cuenta de que podía hacer tareas simples que la mayoría de los animales no podían hacer. Notó que sus gustos variaban y que su dieta solía ser distinta de la de algunos animales. Aprendió que podía emitir muchos sonidos de distinto tipo y que la mayoría de los animales no podían emitir.

Sin embargo, también descubrió que ellos tenían muchas habilidades que él no poseía. Él no podía volar como las aves ni nadar como los peces. No podía correr tan rápido ni saltar tan alto como algunos de ellos. No podía trepar los árboles con tanta destreza. Tenía mucha menos fuerza que algunos de los animales más grandes. Aun así, reconoció que las criaturas acudían a él cuando tenían miedo, por ejemplo, cuando oían truenos y veían relámpagos. Muchas veces, incluso, le concedían autoridad, dado que se hacían a un lado para cederle el paso y permitirle elegir su comida.

Adán gustaba de aplicar lo que aprendía. Disfrutaba de construir refugios y experimentar creando diseños alternativos. Empezó a desarrollar herramientas simples. Le encantaba producir sonidos agradables con los objetos que descubría o, incluso, con su propia boca. Prestaba atención a los colores y las texturas. Además, se asombraba frente a las maravillas, la abundancia y el orden en que estaba inmerso. Estaba cautivado por la complejidad de la naturaleza y su inherente potencial.

Como era el único de su especie, se estudiaba a sí mismo con avidez. Poco a poco, descubrió sus capacidades cognitivas y disfrutó de ejercitarlas cada vez más. Le complacía realizar cuentas y mediciones. Estudió las causas y sus efectos. Catalogó los muchos y variados sonidos que podía emitir.

Con el tiempo, se volvió consciente de otro mundo: el subjetivo, que se encontraba dentro de su propia mente. Experimentó emociones. A veces lloraba de alegría. Reía. Prefería a algunos animales por sobre otros y sentía afecto hacia ellos. También observó que había deseos que podía regular, los deseos de cosas objetivas, como el alimento o la bebida, pero también, anhelos subjetivos de experimentar belleza y satisfacción.

También se hacía preguntas a sí mismo. “¿Cómo fue que empezó a existir este lugar? ¿Qué soy? ¿Para qué es todo esto?”

Continuó ponderando su soledad y anhelando una compañía parecida a él.

Pero aun más reflexionaba preguntándose, cada vez más, si acaso él sería análogo a algo más grande que él, similar pero también diferente. Ansiaba profundamente encontrar algo que fuera más allá de sí mismo, algo más alto, que estuviera más allá de lo que él alcanzaba a ver.

Entonces, al poco tiempo, llegó el día en que Dios habló a Adán (Gn. 2:16-17).

*****

Ahora, piensa en tu propia vida. ¿Has experimentado a Dios como tu maestro divino? ¿Puedes ver que todo el proceso fue guiado por Dios y apuntaba hacia Dios?

Traducido por Micaela Ozores

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