La principal lección que necesitamos aprender

Cuando Israel estaba a punto de entrar en la tierra prometida bajo el liderazgo de Josué, Moisés recordó al pueblo la experiencia del desierto y destacó una lección esencial que aprendieron acerca de atender a la voz de Dios. Leamos Deuteronomio 8:1-3 y prestemos especial atención a la segunda parte del versículo 3, que expresa el enfoque pedagógico del Señor.

1 Asegúrense de poner por obra todos los mandamientos que hoy les ordeno cumplir, para que vivan y sean multiplicados, y entren y posean la tierra que, bajo juramento, el Señor prometió dar a sus padres.

Te acordarás de todo el camino en el desierto, por donde el Señor tu Dios te ha traído estos cuarenta años para afligirte y ponerte a prueba, y para saber lo que había en tu corazón, y si habrías de cumplir o no con sus mandamientos.

El Señor te afligió, y te hizo sentir hambre, pero te sustentó con maná, comida que ni tú ni tus padres habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de todo lo que sale de la boca del Señor.

Consideremos el contexto más amplio. Éxodo 16 describe la provisión del “pan del cielo” (el maná, en Éx. 16:4) después de que el pueblo reclamara que la cantidad de comida era limitada y que su calidad alimenticia era precaria. Miraron con nostalgia la vida en Egipto y recordaron con añoranza “las ollas de carne” y el pan que antes comían hasta la saciedad (v. 3). El Señor les respondió dándoles el maná seis días a la semana, para que aprendieran del hambre y la privación. Pronto descubrieron con asombro que “al que recogió mucho no le sobró, ni tampoco le faltó al que había recogido poco” (v. 18) y que, a pesar de que el maná normalmente se echaba a perder al día siguiente de recogerlo, el pan de Dios sí se mantenía en buen estado para consumirlo al día siguiente solo cuando lo recogían el día anterior al sabbat (vv. 24-30).

Muchos años después, en Deuteronomio 8, Moisés resaltó la gran lección que Dios enseñó a Israel durante su peregrinaje por el desierto y recordó su milagrosa provisión de agua y alimento. Aun así, él dijo al pueblo: “no sólo de pan vive el hombre, sino que vive de todo lo que sale de la boca del Señor [cada palabra]” (v. 3b). El contexto indica que se trató de una comunicación tanto discursiva como no discursiva, tanto de palabras como de hechos. En cuanto a los hechos, Yahweh se comunicó por medio de su disciplina a lo largo del paso por el desierto (v. 5), afligiendo al pueblo, probándolo y dándole el sustento (“la ropa que llevabas puesta nunca se envejeció”, v. 4). El mensaje del Señor también se manifestó en el plano histórico (en el éxodo, como recuerda el v. 14) y en la naturaleza (en el agua de la roca, como nos dice el v. 15). Además, la expresión “la boca del Señor” a veces implica una comunicación sin palabras. Por ejemplo, de su boca salió viento (Job 15:30 [NVI]), un “ruido estrepitoso” (Job 37:2), “fuego consumidor” (Sal. 18:8; 2 S. 22:9 [NVI]) y el “aliento” que mata a los malvados (Is. 11:4). En Lamentaciones 3:38, el profeta se pregunta: “¿Acaso lo malo y lo bueno no proviene de la boca del Altísimo?”.

Por un lado, la frase “la boca del Señor” suele relacionarse con el habla. “Pondré mis palabras en sus labios”, dice Moisés hablando de un profeta que hablaría en nombre de Yahweh (Dt. 18:18); también de boca de Dios salen la instrucción y palabras que se graban en el corazón (Job 22:22), así como la sabiduría, el conocimiento y la inteligencia (Pr. 2:6). En términos temáticos, Job 23:12 es similar a Deuteronomio 8:3; Job dice: “No me he apartado de los mandamientos de sus labios; en lo más profundo de mi ser he atesorado las palabras de su boca”. Además, en este pasaje de Deuteronomio, Dios habló directamente con Israel y dio por medio de Moisés sus “mandamientos” (vv. 1, 2, 6, 11), “decretos”, “estatutos” (v. 11) y “el pacto que hizo con [sus] padres” (v. 18). De hecho, Moisés advirtió a Israel que perecerían si no atendían “a la voz del Señor su Dios” (v. 20).

Entonces, la principal lección que Israel necesitaba aprender y el mayor motivo por el que atravesaron la experiencia del desierto tenía que ver con la adquisición de un conocimiento clave: “no sólo de pan [o de lo que sea que el mundo le ofrezca] vive el hombre, sino que vive de todo lo que sale de la boca del Señor”.

El principal motivo por el que Israel recibió la disciplina del Señor fue para darle la capacidad de reconocer la voz de Dios y vivir por ella. Atender a la voz de Dios era asunto de vida o muerte, de prosperidad o pobreza, de conocimiento o necedad. Israel necesitaba entender que todo lo que les sucedía y todo aquello a lo que aspiraban hallaba su fuente en Dios. Por lo tanto, era imperativo atender diligentemente a la voz de Dios y solo a la voz de él.

Del mismo modo, es igualmente imperativo que nosotros atendamos a solo a la voz de Dios tal como nos habla a través de las Escrituras.

Traducido por Micaela Ozores

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