En el capítulo 28 del libro de Job, las reflexiones que hace Job acerca de la sabiduría contrastan la búsqueda de dos grandes tesoros: los metales preciosos y la sabiduría (leamos ahora Job 28 para refrescar nuestra memoria).
En el mundo antiguo, la plata, el oro, el hierro y las piedras preciosas se obtenían por medio de un extenuante esfuerzo y haciendo uso de gran ingenio. Estos metales y piedras preciosas se conseguían a través del comercio, la conquista y la exploración, y se extraían de la tierra a expensas de enormes riesgos y por el trabajo de esclavos y prisioneros. Estos recursos naturales tan costosos aseguraban el poderío económico y religioso de la realeza y el estado.
Sin embargo, el poema de Job habla de las ansias de obtener riquezas y poder terrenales y las compara con la búsqueda de la sabiduría de Dios. Claramente, ambas búsquedas requieren un arduo esfuerzo, pero una de ellas está sujeta a las capacidades y el entendimiento humano, mientras que la otra, no. Una es condicionada por el pecado y la corrupción, mientras que la otra, no. Una consiste en concentrarse en las ganancias de esta tierra, mientras que la otra apunta a encontrar el entendimiento divino. Por consiguiente, ambas búsquedas presuponen diferentes ubicaciones (o “lugares”, según el v. 12), medios de adquisición (un camino o una ruta, como lo deja ver el v. 23) y tipos de conocimiento:
Según la meditación de Job, la humanidad no sabe apreciar adecuadamente el valor de la sabiduría (v. 13a; ver también los vv. 15-19), ni discierne dónde encontrarla (v. 13b), razón por la cual Job se preguntó cuatro veces: “Pero ¿dónde se halla la sabiduría?” (vv. 12, 20). Aunque la ubicación física de la sabiduría esté “escondida de todo ser vivo” (v. 21), Dios sabe bien dónde está y “sabe llegar hasta ella” (v. 23). Como vemos en Job, la distinción entre el conocimiento humano y divino se plantea de la siguiente manera:
Sin embargo, como el poema de Job nos deja ver, la sabiduría no se encuentra tan vinculada a un lugar, como sí, está ligada a un tiempo: el acto de la creación. Job escribe acerca de las obras de Dios en la creación:
(25) Cuando Dios determinó el peso del viento, y midió el agua de mares y ríos;
(26) cuando estableció una ley para las lluvias, y señaló la ruta de los relámpagos,
(27) vio a la sabiduría, que estaba allí, y la puso a prueba y reconoció su valor.
Estos versículos muestran a Dios como el arquitecto divino retratado en Génesis 1 y 2. El Creador diseñó, ordenó y construyó su palacio terrenal. Fijó los límites de la naturaleza e hizo que su mundo se volviera inteligible.
No obstante, la sabiduría no es estática ni pasiva, sino que, a diferencia de la creación, es una persona activa y omnipresente. El gobernante, constructor, benefactor y filósofo divino es él mismo la encarnación de la sabiduría, razón por la cual Job necesitaba a Dios, la fuente de la sabiduría, y necesitaba también que Dios le mostrara el camino hacia esa sabiduría. Citando Proverbios 3:7, Job declaró en el versículo 28 de su poema: “Entonces dijo a la humanidad: ‘El temor del Señor es la sabiduría. Quien se aparta del mal es inteligente.’” Job entendió que el camino hacia la sabiduría era asumir una postura dependiente, expectante y sumisa desde lo intelectual (“el temor del Señor”) acompañada de la justicia social (“se aparta del mal”). La sabiduría está en Dios.
Ahora bien, salteémonos unos capítulos para llegar al final del libro de Job. Cuando Job se arrepintió de su necedad, exclamó: “Yo había oído hablar de ti, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). Job experimentó en su corazón el más profundo deseo de encontrarse con Dios (y, sin duda, también de gozar del enorme beneficio de poder vivir para contarlo): “También sé que he de contemplar a Dios, aun cuando el sepulcro destruya mi cuerpo. Yo mismo seré quien lo vea, y lo veré con mis propios ojos” (Job 19:25-27).
El lenguaje sensorial de la vista y el oído también nos permite relacionar a Job 42:5 con el capítulo 28 y la búsqueda de la sabiduría. En el poema, se contrasta la búsqueda de metales preciosos con la búsqueda de la sabiduría. La terminología de buscar y ver, encontrar y oír, permea todo el pasaje. Está en la búsqueda secundaria de un lugar donde encontrar oro y en el hombre que “examina con detalle […] en esa densa oscuridad” (v. 3). El “camino” hacia las riquezas es por “lugares que las aves desconocen y que jamás vieron los ojos de los buitres”, por muy altivo que sea su deseo (v. 7). El hombre que las busca “cava la raíz de las montañas” (v. 9b) y “hace túneles en las rocas” (v. 10a) con tal de descubrir las piedras preciosas (v. 10b). Busca el tesoro que está escondido para “saca[r] a la luz muchas cosas escondidas” (v. 11b).
Al igual que las piedras preciosas, la sabiduría es difícil de identificar: “El mar profundo dice: ‘Aquí no está’, y el océano asegura: ‘Yo no la tengo’” (v. 14). La sabiduría, según lo que Job dice, “se halla escondida de todo ser vivo” (v. 21a) e incluso la muerte admite mansamente “que a sus oídos ha llegado su fama” (v. 22). Por eso, Job inquirió: “Pero ¿dónde se halla la sabiduría?” (v. 12a). Se respondió que “sólo Dios sabe llegar hasta ella; solo él sabe en dónde se halla” (v. 23).
Felizmente, Job “escuchó” sobre la sabiduría y también descubrió dónde encontrarla, pero sólo con Dios como su guía y fuente pudo obtener el entendimiento necesario. Job descubrió que buscar la sabiduría es, al fin y al cabo, lo mismo que buscar a Dios.
La búsqueda es tan ardua como gratificante. Se requiere un enorme esfuerzo y un agudo ingenio para encontrar la sabiduría, pero hallar a Dios es el deseo más profundo de todo corazón que sabe diferenciar la riqueza terrenal de un tesoro celestial.
Traducido por Micaela Ozores