En tiempos de sufrimiento, necesitamos héroes que nos inspiren. Los héroes son personas que han logrado sobreponerse a contingencias, carencias, incertidumbre y temores. Son personalidades ejemplares que han luchado contra las adversidades y han vencido. A veces fracasan en los momentos más oscuros, pero con el tiempo acaban convirtiéndose en mejores personas a causa de la aflicción que atravesaron.
En la Biblia, encontramos en Job un ejemplo perfecto. Según el prólogo del libro (capítulos 1 y 2), Job era un hombre justo, próspero y sabio, un modelo a seguir en todo sentido, pero cuando fue sometido a una gran presión, también tipificó el pensamiento erróneo de la humanidad acerca de Dios.
Podríamos desdoblar su personaje en tres tipos de Job: el primer Job es quien él fue antes de la prueba, cuando Dios lo bendecía y honraba; en el segundo Job encontramos a una persona que está atravesando un tiempo de sufrimientos, en donde Dios se ve distante y parece no importarle la aflicción que atraviesa su siervo; y luego vemos un tercer Job, que ya ha atravesado la aflicción y nuevamente es bendecido y honrado por Dios.
A pesar de todo lo que había soportado, el norte de su espiritualidad seguía siendo verdadero.
El primer Job
El primer versículo del capítulo 1 nos revela cuatro rasgos que distinguían a Job antes de que llegara la adversidad: “era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. La Biblia lo llama “perfecto”, al igual que a Noé, Abraham y David. En el resto del Antiguo Testamento, la palabra que aquí se traduce como “perfecto” (o que no tiene culpa) se traduce dando cuenta de una honestidad o “integridad” de la persona que va acompañada de fidelidad o de servir a Dios “en verdad” (Jos. 24:14). También se describe este rasgo como la “sinceridad” o “sencillez” que fluye de un corazón que sirve a Dios (Gn. 20:5, 6). Cuando se llama a alguien “perfecto”, la palabra indica una fiel obediencia a los estatutos de Dios y una relación íntegra con los demás. En efecto, Job era un hombre fiel en todas sus obligaciones éticas y religiosas, sobre lo cual decía que, de no haber sido así, “habría negado al Dios soberano” (Job 31:28). En todos estos aspectos, Job mostraba temor de Dios y se apartaba del mal.
El segundo Job
Sin embargo, podemos observar una evolución en la mente y las emociones de Job en el transcurso de los siete días que pasó sentado en silencio y sumido en un profundo sufrimiento (Job 2:11-13). Había perdido casi todo: familia, fortuna, amigos, salud y esperanza. Lamentaba amargamente el revés de su suerte y expresaba una enorme nostalgia por el pasado. Leemos sus palabras: “Yo era un hombre de bien, y me arruinaste; me tomaste por el cuello y me sacudiste; ¡me pusiste como blanco de tus ataques!” (Job 16:12). También comentó acerca de su vida previa a la desgracia: “Decía yo: En mi nido moriré, y como arena multiplicaré mis días” (Job 29:18). Se expresó con una honda conciencia de su pérdida: “Mis años pasan, mis planes se malogran, lo mismo que los designios de mi corazón” (Job 17:11). En definitiva, vemos que el estado emocional de Job había quedado hecho añicos. Deseó no haber nacido (Job 3:3), que Dios le quitara la vida y pusiera fin al sufrimiento (Job 6:9); dijo que sus ojos no volverían a ver el bien (Job 7:7), que la muerte estaba cerca (Job 9:25; 17:1) y que su esperanza había perecido (Job 14:19b). Por todas estas razones, Job afirmó tres veces: “¡Aborrezco esta vida!” (Job 7:16; 9:21; 10:1).
En medio de la aflicción, cuando Job se refería a Dios en tercera persona (llamándolo “él”, “Dios”, “el Todopoderoso”), encontramos algunas de las expresiones más crudas: “me ha quebrantado” (Job 9:17), “me ha despojado de mi gloria” (Job 19:9), “me debilita el corazón” (Job 23:16) y “me derribó en el lodo” (Job 30:19). Dirigiéndose a él en segunda persona, Job dice directamente a Dios: “me arruinaste” (Job 16:12a), “¡me pusiste como blanco de tus ataques!” (Job 16:12b), “has acabado con mis fuerzas” (Job 16:7a), “tú vienes y me asustas en mis sueños; ¡me llenas de terror con visiones!” (Job 7:14), “¿Por qué te ensañas tanto conmigo?” (Job 7:20b), “¿Por qué me ves como una carga?” (Job 7:20c), “Hazme saber qué tienes contra mí” (Job 10:2b), “Tú bien sabes que no soy un malvado” (Job 10:7), “¿Por qué me prescribes tragos amargos?” (Job 13:26), “me persigues” (Job 30:21b) y “Bien sé que me llevas a la muerte” (Job 30:23a). De hecho, la discordancia entre su estado anterior y el presente era tan aguda que Job concluyó que en realidad prefería que Dios permaneciera ausente, por lo que oró cuatro veces: “¡Déjame ya!” (Job 7:16, 19; 10:20; 14:6).
El tercer Job
A pesar de todo, Job seguía nadando entre dos aguas. Si bien la disonancia era muy acentuada, él protestó y se le quejó a Dios y afirmó verdades sobre Dios. Job no renunciaba a su fe. No abrazó otra cosmovisión. Más bien, su caída en el cinismo siempre tuvo como referencia al Dios de la Biblia. Aun cuando decía necedades, también profesaba esperanza: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará del polvo” (Job 19:25). Incluso confesó un anhelo de la cercanía divina: “¡Cómo quisiera volver a los tiempos pasados, a los días en que Dios me brindaba protección; días en que su lámpara brillaba sobre mí, días en que a su luz andaba yo en la oscuridad […]! En aquel tiempo, el Omnipotente estaba conmigo […]” (Job 29:2-5a).
Sin lugar a dudas, Job seguía mostrando un piadoso temor a Dios. Soportó la aflicción y la perplejidad coram Deo (es decir, con referencia a Dios). Oraba a menudo y constantemente hablaba de Dios. Lamentaba haber perdido la presencia de Dios, su amistad, y deseaba escuchar su voz. Entendía que solo un encuentro directo con el Señor podría resolver su dilema. Un comentarista dice al respecto: “Incluso cuando está maldiciendo, la teología de Job sigue siendo buena, en el sentido de que Job asigna a Dios el valor que merece y pone el favor de Dios por encima de cualquier bendición terrenal”. A pesar de todo lo que había soportado, el norte de su espiritualidad seguía siendo verdadero. Cuando el Señor lo confrontó con sus pensamientos y palabras pecaminosos, Job respondió como quien verdaderamente teme a Dios diciendo: “me retracto de lo dicho, y me humillo hasta el polvo y las cenizas” (Job 42:6).
Todos somos Job
Así, vemos que Job no solo representa un modelo a seguir (en su primera y tercera etapa), sino que también fue un ejemplo de lo contrario (en su segunda etapa). En su peor momento, expuso las penosas características del pensamiento impío. En sus mejores momentos, también fue una representación de la piedad en el Antiguo Testamento. Sus motivaciones más profundas nacían de un temor reverente a Dios, incluso cuando se encontró bajo una presión extrema. Sufrió, oró, habló y reflexionó siempre teniendo a Dios como referencia.
Lo más probable es que nunca alcancemos la cumbre de la rectitud que mostró Job. Tampoco es probable que lleguemos a experimentar un sufrimiento tan intenso. No obstante, no hay duda de que sí replicaremos muchos de sus errores. Seguramente nos quejemos amargamente en medio del sufrimiento y culpemos a Dios por nuestras desdichas. Tal vez también cuestionemos sus motivaciones y su sabiduría.
En este sentido, todos somos como Job. Todos sufrimos y todos intentamos encontrarle el sentido a la vida, aunque muchas veces lleguemos a conclusiones incorrectas. Al igual que él, somos una mezcla confusa del bien y el mal, de sabiduría y necedad, de humildad y arrogancia.
Job es para nosotros un héroe, un modelo y un ejemplo a seguir. Él nos muestra cómo salir del laberinto del sufrimiento, el cinismo y la duda: con un continuo arrepentimiento arraigado en el temor del Señor.
Traducido por Micaela Ozores