(Pablo es el Director de un Instituto Bíblico y vive en Argentina.)
Como el viento huracanado azota una isla caribeña, pelando las hojas de los árboles y arrasando todo cuanto suelto pueda haber, dejando expuestos los troncos, los edificios y lo más firme, así, la actual crisis sanitaria está quitando de nuestra vista lo superficial e irrelevante, poniendo en manifiesto el liderazgo que tenemos. Algunos líderes se destacan por sus estupideces en las declaraciones y otros se quedan callados, presos de pánico, sin saber qué hacer. La crisis siempre expone la calidad el liderazgo. Es más, la crisis revela la clase de liderazgo que ejercemos.
Si bien, el modelo de liderazgo que imitamos es lo que heredamos de nuestros antecesores, lo que en la mayoría de los casos en nuestra cultura latinoamericana es el caudillismo, es hora de volver al patrón de liderazgo que los cristianos tenemos por excelencia, el ejemplo de Jesucristo. Algunos llaman su modelo el del líder-siervo; otros prefieren invertir los vocablos, llamándolo el siervo-líder, poniendo mayor énfasis sobre el servicio. Mi preocupación aquí no está en el énfasis, sino en el equilibrio. Veamos unos ejemplos.
El anuncio del Mesías en Isaías 61:1-2 muestra los dos aspectos del ministerio de Jesús, el de proclamar libertad a los cautivos y el de ejercer justicia. Cuando se presentó en la sinagoga de Nazaret, Jesús terminó su lectura del profeta con la frase, “para proclamar el año favorable del Señor”, indicando que el enfoque de su primera venida sería de redención y liberación, mientras el de su Segunda Venida, sería de ejercer justicia. Los dos énfasis, el de servicio y el de liderazgo igual están.
A menudo, el refrán, “Qué haría Jesús” se mal logra por la caricatura muy difundida de la mansedumbre de Jesús manifestada en su Primera Venida. Se ve a Jesús como débil, impotente, visto sólo como bebé indefenso o moribundo en la cruz.[1] Ese cuadro distorsiona no sólo nuestra imagen de Cristo, sino por lo consiguiente nuestra imitación de Él como líderes.
Jesús enfrentó a los líderes religiosos, llamándoles a reflexionar sobre quién estuviese sin pecado, mostrando liderazgo espiritual, mientras extendió gracia a la mujer, invitándola a irse sin condenación (Jn. 8:1-11). En más de una ocasión, volcó las mesas de los cambistas en el Templo, denunciando la corrupción del liderazgo religioso para luego invitar a los seguidores a seguir adorando a Dios en el mismo lugar (Jn. 2:13-22). La osadía de sus declaraciones llevó a sus enemigos a buscar la forma de atraparlo en algún dicho, lo que supo esquivar con renombrada sabiduría (Mt. 22:15-22). Por otra parte, cuando acusado no abrió su boca, hizo maravillar, incluso hasta a las autoridades que no reconocían su religión (Mt. 27:13-14).
El equilibrio del ejemplo de Jesús maravilla también. Supo tomar la iniciativa y enfrentar la injusticia, corrupción y maldad. A la vez, consolaba, sanaba, alentaba y enseñaba con autoridad. Para nosotros, marca un ejemplo digno de imitar que en la aplicación requiere no sólo discernimiento sino, sobre todo, el diario aprendizaje del carácter de Cristo.
En esta hora de crisis, nos es menester volver a las Escrituras para re-aprender de Jesús cómo liderar con equilibrio. Requiere pedirle discernimiento para saber cuándo tomar una acción enérgica y cuándo enfocarse en los que sufren. La crisis nos reduce a lo más revelador: cuánto de Jesús hay en nosotros.
[1] Ver Juan Mackay, El otro Cristo español (Segunda edición (Buenos Aires: Asociación Ediciones La Aurora, 1988): 145-173.