(Elisabet trabaja con la tercera edad y vive en Argentina.)
Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11:30)
Cuando era pequeña, recuerdo las muchas veces que en los fríos días de invierno tenía que ir con mi hermano mayor a comprar kerosene para la estufa que nos proporcionaba el tan deseado calor en el hogar. Recuerdo que el bidón era tan grande que debíamos atravesar un palo para cargarlo entre los dos. Y esas cuadras que, para ese entonces, eran grandes distancias en la ida y la vuelta, no se hacían tan largas y se sobrellevaba el peso de una manera mas ligera ya que íbamos juntos con el sol de la mañana pegando en nuestros rostros, atenuando ese frio de las mañanas en mi querido barrio.
Hoy, en medio de esta pandemia, hay muchos que sienten pesadas cargas y aunque quizás no sean cosas muy graves ¿o sí? el camino se torna pesado y largo para seguir, para llevar o para tener lo necesario, y así como al llevar la carga con mi hermano, hasta el sol brillaba diferente pese al frio o a la necesidad, juntos era más fácil y el camino menos difícil y juntos ayudábamos a mamá, que tenía que hacer las tareas del hogar. Mis padres siempre me enseñaron la importancia de ayudar a otros, de dar y de adorar a Dios por sobre todas las cosas, aún sin tener una taza de leche sobre la mesa, siempre agradecí a Dios por mi hogar.
Hoy, el Señor nos dice que quiere llevar con nosotros esa carga, que desea que nosotros podamos sostener a los más débiles que van en busca de eso que le da calor al corazón. Una vez más, Él nos invita a poder sostenernos juntos y a caminar bajo la luz de su palabra, a encontrar esa mano siempre extendida y suficientemente fuerte para asir de nosotros en cualquier circunstancia de la vida. Su abrazo de Padre te dice que te ama y muchos necesitan descansar en Él para poder seguir; es mejor, juntos.
Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. (Eclesiastés 4:9-12)
La pandemia separa, pero el amor incondicional de Dios nos sigue uniendo, porque Él está siempre en cada lugar y en cada corazón que le busca.
La pandemia trae confusión y caos, pero el Señor calma las tormentas.
Entonces, claman a Jehová en su angustia, Y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, Y se apaciguan sus ondas. (Salmos 107:28-29)
La pandemia cierra las puertas físicas de la Iglesia, pero el infierno no prevalecerá contra ella.
Y yo también te digo, que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella. (Mateo 16:18)
La pandemia quiere manos limpias y bocas cerradas pero el Señor quiere manos abiertas y bocas que proclamen su salvación.
En mi vida, pase por muchas pruebas tristes y difíciles de cargar, pero puedo decir fielmente que su diestra me ha sostenido, como dice aquella hermosa canción de Marcos Witt inspirada en el Salmos 63:7-8.
Porque has sido mi socorro, Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido.