Soy Licenciada en Psicopedagogía y trabajo con niños que presentan diferentes condiciones: autismo, psicosis, discapacidad intelectual y dificultades en el aprendizaje. Mi trabajo está relacionado con el aprendizaje en las diferentes etapas evolutivas. Me dedico a intervenir frente a aquello que obtura esa capacidad de “aprender”…
Y un día, de repente, todo quedó congelado como en una foto: la forma de vernos pasó de ser algo común a ser algo lejano. Nuestras actividades se circunscribieron al escenario de lo privado de nuestros hogares; la familia toda junta todo el tiempo…
De pronto, nos invadieron la angustia y el temor. Al transcurrir las primeras semanas, nos asaltó la incertidumbre y el desánimo. Mis herramientas, mis recursos, todo lo conocido y lo que pongo en práctica desde que desarrollo esta profesión se hicieron inadecuados, insuficientes. Empecé a sentirme desubicada, ya no me resultaban tan eficaces como “antes”… antes de esta nueva forma de vivir. Toda mi formación, cursos, entrenamiento, materiales disponibles en el consultorio, ya no podía sacarles el provecho que siempre tuvieron en mi quehacer diario.
En este contexto de aislamiento, me di cuenta de que debía reformular mi práctica profesional… y debía hacerlo rápido. Tenía dos opciones: la primera alternativa era quedarme en la queja y la lamentación, repitiendo: “¿Y ahora, qué hago?” ”Así yo no puedo”. “¿Cómo voy a hacer esto?” “¡Esto es imposible!” y tantos sentimientos y expresiones similares.
La otra opción era poner a prueba mi propia capacidad de aprender enfocándome en la revisión del ejercicio de mi profesión. Fue necesario poner en práctica todo eso que yo misma trabajaba con mis pacientes, ese quehacer artesanal que orienta la adquisición de un nuevo aprendizaje.
De manera indispensable, tuve que romper con ciertas estructuras internas y comenzar un trabajo conmigo misma. Desandar caminos conocidos para adentrarme en senderos nunca pensados por mí. En este punto, tuve que reconocer, humildemente, mi falta de conocimientos, mis torpes destrezas para todo lo relacionado al mundo virtual. El panorama era muy oscuro; los días pasaban y era necesario ponerse en contacto con esos niños que la estaban pasando mucho peor que yo.
En este reconocimiento de debilidades, recuerdo un texto de la Biblia que dice: “Mi poder se perfecciona en tu debilidad” y comprendí que todo esto quizás me estaba pasando para que Dios me demostrara Su poder y se manifestara en su infinita misericordia.
En este recorrido, Él puso personas muy generosas, colegas que brindaron sus conocimientos, muchas, de manera desinteresada hacia los demás. Así comenzaron a entretejerse redes de contención, sostén y acercamiento de experiencias variadas referidas a nuestro hacer: poder seguir brindando la continuidad de los tratamientos a los pacientes.
Entonces, fue necesario “deconstruir” lo establecido para rearmar los vínculos. Superar el estrés inicial, pudiendo localizar dentro de mí, los estados de ánimo que me invadían. Necesité tiempo para organizar las sesiones, anticipar posibles fracasos, flexibilizando mis expectativas, aceptando que algo podía fallar; teniendo a mano más cantidad de recursos por sí…
Fueron semanas de mucho trabajo, de aprender a manejar aplicaciones, plataformas y materiales digitalizados. La tarea fue y sigue siendo ardua. Sigo aprendiendo, sigo buscando y armando material para mis pacientes. Lleva tiempo porque es un trabajo artesanal, personalizado y “entallado” a las necesidades de cada uno.
¡Es así! Porque cada niño es singular y sus posibilidades, gustos e intereses son únicos. Así que sigo buscando, hurgando, investigando cómo trabajar tal o cuál habilidad, cómo seguir promoviendo aprendizajes. No es lo mismo vernos a través de una pantalla. No es lo mismo jugar compartiendo una pizarra de Zoom… No es lo mismo…
Se extraña el ámbito del consultorio. Las rutinas, los juegos en el piso, el encuentro cara a cara, las risas, observar por la ventana acompañando a algún niño fascinado por una línea de colectivo o, quizás, mirar en silencio el video preferido de aquel otro niño. Se extraña escuchar cuando nos cuentan lo que tienen ganas, sin pantallas de por medio. ¡Yo extraño todo eso y más! Recuperar mi espacio de trabajo; ese que es conocido y habitual.
Pero este es el tiempo que me toca atravesar y, como profesional, busqué y sigo buscando, de diversas maneras, conectarme con mis pacientes.
Puedo decir que en este tsunami de sensaciones y emociones, Dios se acerca y se hace presente trayendo calma a mi mente y a mi espíritu.
Y para terminar, digo, absolutamente convencida: “Dios es quien me rodea con su fuerza; Él hace perfecto mi camino.”