De pronto, mis proyectos, hasta los más insignificantes, rodaron por el piso de mi dormitorio y quedaron ahí… algunos bajo mi cama, escondidos detrás de mis pantuflas. Otro rodó detrás de mi escritorio y alguno más osado rodó, hasta el comedor… pero no mucho mas.
¡Tenía tantos planes! Obvio, si recién empezaba el año.
Me dejé un paquete de galletitas abierto en el mueble de mi oficina porque pensaba volver el lunes siguiente pero no, no pude volver… y así como esas galletitas, quedaron mis proyectos… a medio usar, húmedos y vaya a saber si no están llenos de hormigas. Entendí una vez más que el hombre propone y Dios dispone (Prov. 16:9) y que, como dice la biblia, Dios dispone todas las cosas para bien de los justos… y yo lo creo; entonces, empecé a vivir pensando que cada día que no amanecía perfecto, Dios lo iba a transformar a su manera para mí.
Yo que tantas cosas había escrito mal en mi vida… ahora, Dios había decidido sacarme la birome de la mano para escribirlo todo con su letra.
…Y, la verdad que me gustó la idea.
Escribió con letra muy prolija que “Silvia ahora se queda en casa”, que ya no habrá corridas, ni horarios y que mi tiempo era sólo para Él.
Y así comencé a vivir días maravillosos de sosiego, en los que sólo escuchaba su voz, en los que nos abrazábamos en una oración de horas… y me olvidé de todo lo demás.
Yo sé que esto va a pasar y volverá el reloj a apresurarme; pero también, yo sé que todo será mejor, y me refiero a lo importante.
Claro que tendré que reubicarme y volver a correr hacia mis metas, algunas nuevas y otras que quedaron inconclusas.
…Pero este tiempo… ¡Ay Señor, que feliz que me hizo!
Sentir que tenerte no se limitaba sólo a un momento… que esto es sólo el principio de la eternidad.