Dios redime a pecadores pensadores

El Antiguo Testamento declara que adquirir el conocimiento de Dios es fundamental. Conocer a Yahweh Elōhîm es la clave para entender todas las cosas de la creación, incluso, a nosotros mismos. De hecho, este conocimiento de Dios es el objeto al que aluden frases verbales como “y sabrán”, “y conocerán”, “para que sepas”, “para que entiendas” y semejantes, que vemos al menos 114 veces en el Antiguo Testamento. Tan solo en el libro de Ezequiel, la expresión “sabrán que yo soy el Señor” se encuentra 80 veces.

Podríamos ilustrar este entendimiento de lo que Dios revela acerca de sí mismo comparándolo con lo que sucede cuando escalamos hasta un punto muy alto de una región y obtenemos una vista clara y panorámica. Desde allí, uno descubre la vastedad y la belleza de este mundo. Tal conocimiento nos permite hacernos camino más fácilmente en medio del terreno, con un menor esfuerzo y expuestos a menos peligros. En este sentido, el conocimiento de Dios es como una brújula, como la constelación de la Cruz del Sur; es un punto de referencia que guía nuestro camino. A eso se refería Juan Calvino cuando escribió: “Es evidente que el hombre jamás alcanzará un claro conocimiento de sí mismo a menos que primero haya mirado el rostro de Dios y, luego de contemplarlo a él, baje la mirada para examinarse a sí mismo.”

Sin embargo, como entendemos al leer la Biblia, estamos perdidos a causa del pecado. Ya no escalamos hasta la cima de la montaña para obtener una visión más clara. Nuestra mente está viciada por la necia conducta pecaminosa de Adán y Eva ante la serpiente. Vivimos luchando contra el caballo de Troya que llevamos dentro, que busca distorsionar nuestra percepción de nosotros mismos y nubla nuestra comprensión de la realidad. Estamos expuestos a un constante bombardeo de las cosmovisiones perversas de nuestras culturas.

No obstante, gracias a Dios, sabemos que él redime a los pecadores pensadores.

Hay un poema de Michel Quoist (del que incluiré unos fragmentos) que sirve de ilustración creativa para mostrar cómo se desenvuelve el pensamiento bajo la gracia. Logra plasmar muy bien la motivación del pensador que anhela amar a Dios con su mente. Su meditación lleva el título de “I Would Like To Rise Very High” [Quisiera elevarme muy alto] y pertenece a su libro Prayers [Oraciones] (1963).

Quisiera elevarme muy alto, Señor, sobre mi ciudad, sobre el mundo y sobre el tiempo.
Quisiera acrisolar mis ojos, tomar prestada tu mirada.

Entonces, vería el universo, la humanidad y la historia tal como el Padre los ve […].

Y entendería que hoy, igual que ayer, el más mínimo detalle es parte del todo,
cada persona ocupa su sitio, como cada grupo y cada objeto […].

De un sobresalto entendería que la gran aventura del Amor,
que comenzó en la creación del mundo, sigue desplegándose ante mí.

La historia divina que, conforme a tu promesa, acabará en gloria,
solo después de la resurrección de la carne, cuando te presentes ante el Padre y digas:
Todo ha sido consumado. Soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin […].

Entonces, postrado de rodillas, admiraría, oh Señor, el gran misterio de este mundo,
tu mundo, que, con un sinfín de zarpazos del pecado, aun es un largo latido del amor,
que conduce al Amor y la Vida eternos.

Quisiera elevarme muy alto, Señor, sobre mi ciudad, sobre el mundo, sobre el tiempo.

Quisiera acrisolar mis ojos, tomar prestada tu mirada.

Traducción por Micaela Ozores

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