La economía y «El presente siglo malo»

Este es un extracto de mi artículo: La economía y «El presente siglo malo»
(«Economics and the Present Evil Age») publicado en la Evangelical Review of Theology
      (42: 4, páginas 354-364, octubre de 2018).
Una versión en español está disponible aquí.

 Imperios actuales

 De la historia bíblica se desprende claramente que nunca podremos regresar al Edén como tal. Ningún intento babélico de «hacerse un nombre» tendrá éxito (Gen 11: 4). Una visión social que «llegue hasta el cielo» (v. 4), basada en suposiciones teocráticas apóstatas (ya sea de Babel, Egipto o Roma), no creará un ambiente sabático en el que los humanos puedan prosperar u honrar a Dios. Tampoco, una imitación cristiana o un intento de llegar a ser «como las demás naciones» agradarán a Dios, fortalecerán a la iglesia o servirán a la humanidad.

Debido a que los seres humanos conservan la imago Dei, estamos programados para la extensión, el desarrollo, el crecimiento e, incluso, la globalización. Pero, como seres caídos, el resultado habitual es la conquista, el imperio, el mono – culturalismo (consumismo, por ejemplo), la sumisión, la explotación, el saqueo y la extinción. Cultural y económicamente, los imperios consumen todo lo que es productivo (a saber, el excedente económico) y distintivo en los pueblos receptores.6

Lamentablemente, la historia es una letanía de aspiraciones trágicas por el paraíso perdido o por la utopía en la tierra: Babel, el reino del dios-sol de Faraón, la Pax Romana del César, el Sacro Imperio Romano medieval, el mito del progreso de la modernidad, el nazismo, el comunismo y el totalitarismo. Todos ellos testifican que los seres humanos están creados a la imagen de Dios pero, en cambio, adoran y sirven a ídolos. Como resultado, creamos interminables religiosidades sustitutas y evangelios alternativos, así como identidades grupales y políticas económicas que terminan creando una especie de infierno en la tierra, un anticipo de cosas terribles por venir.

¿Cuántos millones han perecido a causa del imperio y su primo, el colonialismo, a lo largo de la historia humana? Sólo Dios conoce el sufrimiento y la injusticia infligida por el derecho divino de los reyes, los destinos manifiestos y los mitos del progreso. ¿Con qué frecuencia se han confiscado tierras y sus pueblos dispersados, acceso al mar o rutas comerciales expropiadas con fines de seguridad, ganancia o gloria? ¿Con qué frecuencia, la humanidad ha arrancado a la tierra sus recursos naturales y no ha podido administrar la bondad de Dios? ¿Cuántas personas han sido esclavizadas o explotadas por falta de mano de obra o codicia?

Y para preocuparnos aún más, ¿con qué frecuencia el cristianismo se ha asociado con los poderosos y prósperos, pero ha pasado por alto a las víctimas del imperio? Seguramente, por todo esto, la creación gime.

Los cristianos, por lo tanto, deben ser continuamente cuidadosos con las encarnaciones del mandato cultural que se desvió. Cada vez que escuchemos un grito de batalla neo-babélico, ‘Construyámonos una ciudad … que podamos hacernos un nombre’; siempre que potenciales faraones exclamen: «¿Quién es el Señor?» (o «¿Quién es el verdadero Dios y el verdadero pueblo de Dios?»); cada vez que el pueblo de Dios declare: «Danos un rey que nos guíe»; o siempre que una ideología proponga poner fin a la guerra y poner todas las cosas en orden, la iglesia debe tener cuidado.

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6 Los imperios totalizan, inherentemente, a través de símbolo, ritual y sistema. Brian Walsh y Silvia Keesmaat observan: “Los imperios proyectan una completa normalidad abarcadora. No sólo los imperios quieren que pensemos que la realidad está totalmente compuesta de estructuras, símbolos y sistemas que han sido imperialmente construidos, asimismo, quieren que creamos que el futuro no es más que una encumbrada realización de sueños y esperanzas imperiales” Walsh y Keesmaat, Colosenses reeditado: Subversión del imperio (Downers Grove, IL, IVP, 2006), 161.

 

 

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