Desnudez espiritual

Antes de que pecaran, “estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn. 2:25). Más adelante, Adán declaró: “tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Gn. 3:10). Por haber escuchado a la serpiente (Gn. 3:17), ambos se sintieron expuestos y avergonzados. Tenían miedo de Yahweh Elōhîm. ¿Qué significa la desnudez antes y después de su rebelión?

En el sentido más llano y simple, significa no llevar nada puesto. Adán y Eva no llevaron ropa hasta después de haber pecado.

Una segunda acepción consiste en su vulnerabilidad, pero en un sentido positivo. Por sí mismos, ellos eran dependientes e impotentes en el Edén. Eran totalmente indefensos, pero estaban a salvo con Dios. Eran pobres, pero gozaban de todos los cuidados en plenitud. No tenían nada, pero eran dueños de todo (2 Co. 6:10). Su abundancia era producto de la bendición divina y del llamado que entrañaba su pacto con Dios, es decir, verdaderamente era solo por gracia. Su postura delante de Yahweh Elōhîm evidenciaba humildad y una esperanza expectante, como escribió el salmista: “Nuestros ojos están puestos en ti, Señor y Dios nuestro, como los ojos de los siervos y las siervas que miran atentos a sus amos y sus amas; ¡esperamos que nos muestres tu bondad!” (Sal. 123:2).

Sin embargo, cuando escucharon a la serpiente, se volvieron idólatras. Conspiraron con el antidios diabólico. Adán y Eva actuaron en desobediencia al pacto y esto trajo aparejado un tercer tipo de desnudez, que deja ver un cambio de condición indeseado, producto del juicio divino (ver Dt. 28). En este sentido, la desnudez redunda en alienación en la relación con Dios, con uno mismo y con la creación. Después de que la primera pareja se rebeló, por ejemplo, las disputas deterioraron el vínculo matrimonial entre Adán y Eva. La “ayuda idónea” que Dios había provisto a Adán se convirtió en su competencia o peón, al tiempo que Adán se convirtió en tirano. La relación fructífera que solían tener con la creación quedó alterada para siempre. Se volvieron verdaderamente indefensos y vulnerables, impotentes (desnudos) ante la creación caída, la humanidad pecadora y un señor malvado.

El Antiguo Testamento ilustra la desnudez en todas sus dimensiones y, en particular, en este tercer sentido, que es la apostasía espiritual. La desnudez de este tipo consiste en la impotencia que nos abruma aquí “debajo del sol” (Ec. 1:9) o en el “presente siglo malo” (Gá. 1:4). Es la antítesis del Edén en todo sentido: empobrecimiento económico y social, exilio espiritual y una identidad disfuncional. Conlleva carecer de todas las cosas (Dt. 28:48), estar “desnudos y descalzos” (Is. 20:4), “descalzo[s] y semidesnudo[s]” (Mi. 1:8) y verse “desnudos y avergonzados” (Mi. 1:11) en la propia deshonra (Is. 47:3) y lujuria (Ez. 23:29). La desnudez se expresa en términos de adulterio espiritual (Os. 2:3) o de prostitución (Mi. 1:7). Por ejemplo, Dios dice a Israel: “fuiste en pos de las naciones para prostituirte con ellas, y para contaminarte con sus ídolos” (Ez. 23:30). Irónicamente, la respuesta de Dios solía ser entregarlos a aun más pecado, desnudez y vergüenza para que todos lo vieran (Ez. 16:37).

Muy probablemente, cada uno de nosotros ha experimentado las formas positivas y negativas de desnudez espiritual. La pobreza espiritual (la confianza y el contentamiento) —es decir, la forma positiva— es un fruto del Espíritu que debemos cultivar. El adulterio espiritual (la idolatría) es un tipo de desnudez que necesitamos evitar con todas nuestras fuerzas y con la gracia del Señor.

“Señor, examina y reconoce mi corazón: pon a prueba cada uno de mis pensamientos. Así verás si voy por mal camino, y me guiarás por el camino eterno.” (Sal. 139:23-24)

Traducido por Micaela Ozores

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