Los primeros dos capítulos de Génesis muestran a Dios, el Creador, creando con su palabra los sistemas que preservan la vida en el planeta (el aire, la luz, la tierra y la vegetación), esenciales para sostener su reinado. Él mandó que todo ser vivo se reprodujera “según su naturaleza”. Proveyó frutos, granos y un abundante suministro de agua. Ordenó el espacio separando la tierra, el mar y los cuerpos celestes. Decretó la existencia del tiempo y la regularidad de las leyes naturales: creó el ciclo de veinticuatro horas, las estaciones y el día de reposo. También diseñó el mundo para que fuera su templo y a los seres humanos para la adoración. En resumen, Dios estableció todas las condiciones necesarias que los seres humanos dan por sabido que existen en todo tiempo y en toda actividad humana.
Dicho de otro modo, Dios construyó una casa y estableció un entorno económico donde los seres humanos pudieran prosperar y crecer. Genesis 1 y 2 ilustran el Edén como el paradigma de la creación de un hogar y de la administración estatal. Con un ojo creativo atento a la estética y el orden, Dios levantó su hogar, su jardín de deleites. De hecho, la palabra “Edén” significa felicidad, deleite o placer y conlleva matices de alegría y prosperidad. En el jardín de Dios, los humanos disfrutaban de toda su provisión: un buen nivel de vida, abundancia, productividad en el trabajo, incentivo intelectual, expresión creativa y un propósito significativo en el marco de un entorno seguro.
El economista divino puso a la humanidad en un medio ambiente estable y lleno de generosa provisión para su crecimiento. En efecto, Richard H. Lowery señala que la Biblia hace uso de una variante del mismo verbo que en Génesis se traduce como “crear” (Gn. 1:1, 21) en una ocasión, en 1 Samuel 2:29, con el sentido de “engordar” (1 Sam 2:29), y en muchas otras ocasiones como adjetivo con el sentido de “gordo”. Vale la pena observar que la gordura o las grosuras solían ser signos de salud y prosperidad (crecimiento) en el antiguo Cercano Oriente. Parecería que Dios creó un mundo “engordado” de generosa provisión y un medio ambiente donde Adán pudiera saciarse de la abundancia de Dios. En la casa de Dios y dentro de su economía, había paz, prosperidad y más que suficiente de todo para todos.
Bruce R. Reichenbach hace una síntesis muy útil de cómo era la economía del jardín de Dios: “El Señor Dios es el Dador que, en su sabiduría y amor, establece la economía de la provisión; y es una economía plena, puesto que todo lo que tiene el ser humano viene de Dios”. Para Adán, el mayordomo, el jardín “suplía todas sus necesidades, tanto físicas como espirituales”. Respecto del economista divino, Reichenbach agrega: “Encontramos al Dador completo, el Dador que tiene cuidado de la persona en su totalidad y se encarga de que nada le falte en su experiencia”.
La imagen de Dios como economista omnipotente y benefactor de la humanidad se mantiene a lo largo de todo el Antiguo Testamento. El término “benefactor” aparece en el Antiguo Testamento (en la traducción del Antiguo Testamento al griego antiguo, la Septuaginta) catorce veces haciendo referencia a la bondad de Dios (por ejemplo, en Sal. 13:6; 57:2; 78:11). Sin embargo, su favor es soberano para todo aquello que le pertenece y solo él tiene el derecho de desecharlo: “¡Mío es todo lo que hay debajo de los cielos!” (Job 41:11b; Sal. 24:1; 50:10-12; 82:8; 89:11; 95:4-5; 108:8). Aun así, Dios es generoso con sus recursos y esto suele ser motivo de adoración (Sal. 31:19; 64:9-13; 103:5; 107:35-38; 135:7; 136:21; 147:8-9,14; Mt. 5:45; Hch. 14:17).
El Salmo 23 es una ilustración especialmente emotiva de benevolencia de la economía de Dios:
El Señor es mi pastor; nada me falta. En campos de verdes pastos me hace descansar; me lleva a arroyos de aguas tranquilas. Me infunde nuevas fuerzas y me guía por el camino correcto, para hacer honor a su nombre. Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque tú estás conmigo; con tu vara de pastor me infundes nuevo aliento. Me preparas un banquete a la vista de mis adversarios; derramas perfume sobre mi cabeza y me colmas de bendiciones. Sé que tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida, y que en tu casa, oh Señor, viviré por largos días.
Este salmo declara que Dios cuida de los habitantes de su casa. No deja que les falte nada que sea necesario (vv. 1, 5), puesto que él es un señor poderoso y próspero. Él protege su dominio (vv. 4, 5) y se anticipa a toda necesidad y problema que pueda surgir en él (vv. 2-5).
Para Adán y su descendencia (es decir, para usted y yo), la única respuesta posible debería ser una confianza expectante como la que se expresa en el Salmo 123:
Hacia ti, Señor, levanto mis ojos; hacia ti, que habitas en los cielos. Nuestros ojos están puestos en ti, Señor y Dios nuestro, como los ojos de los siervos y las siervas que miran atentos a sus amos y sus amas; ¡esperamos que nos muestres tu bondad! (vv. 1-2)
Traducido por Micaela Ozores