Satanás es muy astuto, pero Dios es más ingenioso.

Satanás es el obstruccionista original y el arquetipo de la malicia intelectual. Jesús dijo sobre él: “No se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de lo que le es propio; porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn. 8:44). En el libro de Apocalipsis, el Señor afirma que Satanás es el “que engaña a todo el mundo” (Ap. 12:9). Pablo escribió sobre él diciendo: “el dios de este siglo les ha cegado el entendimiento [a los incrédulos] para que no resplandezca en ellos la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Co. 4:4).

En la Biblia, los nombres vinculados con el diablo son muestra de su perversidad. Él es el enemigo, el malvado, el espíritu del anticristo, el gran dragón, mentiroso, engañador, asesino, tentador, Belcebú, el ángel de luz, el inicuo, el príncipe de demonios y Mamón. Asimismo, sus atributos y autoridad manifiestan su vasta influencia: “De nuevo, el diablo lo llevó [a Jesús] a un monte muy alto. Allí, le mostró todos los reinos del mundo y sus riquezas y le dijo: ‘Todo esto te daré, si te arrodillas delante de mí y me adoras’” (Mt. 4: 8-9). Claramente, la serpiente no carece de audacia ni de confianza. Otros pasajes dan testimonio de su influencia en el mundo. El diablo es “el príncipe de este mundo” (Jn. 12:31; ver también Jn. 14:30; 16:11), “el dios de este siglo” (2 Co. 4:4) y, como dijo Juan, “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). Tiene “el dominio sobre la muerte” (He. 2:14).

Satanás gobierna sobre un reino de emisarios y sustitutos malvados, como “sus ángeles” (Mt. 25:41), “espíritus de demonios” (Ap. 16:14), “anticristos” (1 Jn. 2:18), “hijos del diablo” (1 Jn. 3:10), “la bestia y el falso profeta” (Ap. 20:10) y “la gran ramera” (Ap. 17:1). Refiriéndose a su reinado, Pablo escribió: “La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!” (Ef. 6:12). Sus seguidores “adoraron al dragón” (Ap. 13:4), “habían adorado su imagen” (Ap. 19:20) y todos ellos conspiran juntos contra el Señor, porque “el propósito de estos reyes es el mismo, que es el de entregar a la bestia su poder y autoridad” (Ap. 17:13).

El carácter opositor de Satanás se retrata vívidamente en el Nuevo Testamento. Él “niega que Jesús es el Cristo” (1 Jn. 2:22). Es “enemigo de la justicia”, está “lleno de mentira y de maldad” y “[trastorna] los caminos rectos del Señor” (Hch. 13:10). Es quien “peca desde el principio” (1 Jn. 3:8), tergiversa la luz y la vuelve “tinieblas” (Hch. 26:18). Satanás “asecha” (Ef. 6:11), crea “lazos” (1 Ti. 3:7) y busca momentos oportunos para la tentación y la subversión (Lc. 4:13); entra en las personas (Jn. 13:27) para fines nefastos y para traicionar al Señor (Jn. 13:2). Él llena nuestros corazones, como lo hizo con Ananías, a quien llevó a “mentirle al Espíritu Santo” (Hch. 5:3). Nos tienta a concentrarnos en “las cosas de los hombres” (razón por la cual, Pedro recibió una dura reprimenda del Señor [Mr. 8:33].) Siembra duda y confusión cuando se proclama la Palabra de Dios (Mt. 13:38-39), echa a algunos cristianos a prisión (Ap. 2:10), condena a los santos en sus debilidades (1 Ti. 3:6) y busca zarandearnos como a trigo (Lc. 22:31). El diablo “abofetea” a los creyentes (2 Co. 12:7), les “impide” hacer ciertas cosas (1 Ts. 2:18), ejerce una opresión demoníaca (Mt. 8:16), “cautiva” (2 Ti. 2:26), “devora” (1 P. 5:8) e, incluso, seduce a algunos creyentes para que se aparten “por seguir a Satanás” (1 Ti. 5:15). Por encima de todo eso, él “engaña a las naciones” (Ap. 20:3) y “lucha” contra los hijos de Dios y la iglesia (Ap. 12:17).

Entonces ¿cómo resistirse a él? Dado que su principal estrategia es el engaño y la falsedad, es imperativo que seamos muy cuidadosos con lo que pasa por nuestra mente. Evaluemos cada influencia intelectual a la que damos lugar en nuestra conciencia. Repensemos en qué nos concentramos, qué escuchamos, qué miramos y qué leemos, y cambiémoslo si no nos hace crecer en la fe y el entendimiento. Aprendamos la cosmovisión bíblica. Aprendamos sobre las cosmovisiones que atrapan la mente de los incrédulos, pero, por sobre todo, pidámosle a Dios que “renueve nuestra mente” para que podamos volvernos agentes de cambio útiles y productivos en la vida de los demás.

Unámonos a un grupo de estudio o creemos uno. Participemos en las propuestas educativas de la iglesia. Seamos humildes y emprendamos este proceso: ir de nuevo a la escuela primaria de la teología y la Biblia. Volvámonos alumnos del Ser más inteligente del universo. Básicamente, pidámosle a Dios que nos muestre cómo amarlo con toda nuestra mente (Mr. 12:30).

Traducido por Micaela Ozores

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