Una buena forma de abordar la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el contexto pecaminoso y satánico de nuestro pensamiento y nuestra conducta es empezar por el pasaje de Efesios 2:1-3, donde se ilustran tres dimensiones en las que se manifiesta la actividad pecaminosa:
A ustedes, él les dio vida cuando aún estaban muertos en sus delitos y pecados, los cuales en otro tiempo practicaron, pues vivían de acuerdo a la corriente de este mundo y en conformidad con el príncipe del poder del aire, que es el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos todos nosotros también vivimos en otro tiempo. Seguíamos los deseos de nuestra naturaleza humana y hacíamos lo que nuestra naturaleza y nuestros pensamientos nos llevaban a hacer. Éramos por naturaleza objetos de ira, como los demás.
Las tres esferas de dominio del pecado son: Satanás y sus fuerzas sobrenaturales (“en conformidad con el príncipe del poder del aire, que es el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia”); el contexto social, ético y religioso (“vivían de acuerdo a la corriente de este mundo”); y el ser pecador (“los hijos de desobediencia”, “estaban muertos en sus delitos y pecados, los cuales, en otro tiempo, practicaron”, “seguíamos los deseos de nuestra naturaleza humana y hacíamos lo que nuestra naturaleza y nuestros pensamientos nos llevaban a hacer. Éramos por naturaleza objetos de ira, como los demás”). Trataremos estos tres puntos, uno a la vez.
La serpiente antigua
La observación más importante respecto del diablo, “el príncipe del poder del aire”, es que él no es, ni más ni menos, que la “serpiente antigua” que saboteó a Adán y Eva en el jardín del Edén. Apocalipsis 12:9 declara que él es “la serpiente antigua que se llama Diablo y Satanás, y que engaña a todo el mundo”. Desde el momento de la Caída, Satanás aplicó, a lo largo de la historia, la misma estrategia que le funcionó tan bien con Adán y Eva: el engaño. Al igual que sus ancestros espirituales, los seres humanos cometen la necedad de depositar la confianza que le deben a Dios en una fuente no autentificada: el diablo. Los hijos y las hijas de Adán adoptan la misma postura escéptica y autónoma frente al Creador y la creación. Presumen de un falso conocimiento autónomo acerca del bien y del mal. Imitan a “su padre el diablo”, que es el “padre de la mentira” (Jn. 8:44). Dan oídos a una voz desconocida y sospechosa, a un aspirante a usurpador del trono de Dios. Son cómplices del diablo en la implementación de sus planes maliciosos para la creación.
“La corriente de este mundo”
Pablo escribió: “A ustedes, él les dio vida cuando aún estaban muertos en sus delitos y pecados, los cuales en otro tiempo practicaron, pues vivían de acuerdo a la corriente de este mundo”. Hay cuatro términos importantes en estos versículos: “practicar”, “de acuerdo a”, “corriente” y “mundo”. “Practicar” se refiere al camino o estilo de vida que uno elige para sí mismo (cosmovisión, conducta y valores). Algunas frases equivalentes serían “estar de acuerdo” con este estilo de vida, “participar” en él o “abrazarlo”. La frase “de acuerdo a” se refiere a vivir “en conformidad” con algo y, junto con el verbo “practicar”, indica que se vive de acuerdo con cierto estilo de vida o que se abraza este estilo de vida. Los otros dos términos, “corriente” y “mundo” se superponen en su significado. El primero habla de un espacio temporal, una época o período de pecaminosidad, mientras que el segundo se refiere a la ubicación física o a la dimensión espacial del pecado dentro de una cultura y un pueblo en particular o, en términos más abarcadores, en la tierra. En resumen, Pablo estaba diciendo: “Su estilo de vida pecaminoso y destructivo es fiel reflejo del tiempo y espacio en que viven”. Los términos “corriente” y “mundo” se refieren a cómo piensan y se comportan las personas durante el “presente siglo malo” (Gá. 1:4). Destacan una orientación existencial que está alienada de Dios y le es hostil. La mentalidad, la forma de actuar y los valores se ven tergiversados por el pecado y Satanás.
Por lo tanto, según la escatología de Pablo, la palabra “mundo” es un equivalente cercano a las expresiones “este siglo” (Ro. 12:2, 1 Ti. 6:17) y “el presente siglo malo” (Gá. 1:4). Bajo el dominio de Satanás, “este siglo” consiste en el entorno social, ético, intelectual y espiritual dañino y destructivo en el que vivimos, lo cual incluye los sistemas de creencias antibíblicos predominantes, es decir, lo que ha sido denominado, en algunas versiones bíblicas, nuestra “prisión de desobediencia”. Peter T. O’Brien escribió: “Tanto la palabra ‘corriente’ como la palabra ‘mundo’ expresan todo un sistema de valores de la sociedad que está enajenado de Dios. Permea y, en efecto, domina la sociedad no cristiana y sujeta a las personas al cautiverio”. Clinton E. Arnold añade:
Donde sea que los seres humanos estén siendo deshumanizados —por la opresión política o la tiranía burocrática, por una perspectiva secular (que rechaza a Dios), amoral (que rechaza las verdades absolutas) o materialista (que glorifica el mercado de consumo), por la pobreza, el hambre o el desempleo, por la discriminación racial o por cualquier otro tipo de injusticia—, podemos detectar los valores infrahumanos de “este siglo” y “este mundo”.
“Objetos de ira”
Efesios 2:1-3 caracteriza al ser pecador diciendo que está “muerto”, alejado de Dios y del sustento del Espíritu que da vida. Estas personas son “objetos de ira”, que están bajo el juicio de Dios. Son los “hijos de desobediencia”, la progenie del diablo, que es la fuente primitiva de la desobediencia y la insubordinación.
En la Biblia, la desobediencia se ilustra en cuatro dimensiones. Primero, el pecado es lo que hacemos: desobedecer o no estar de acuerdo con la ley de Dios en algún sentido. El pecado consiste en las obras destructivas y de maldad que realizamos violando los estándares de Dios. Segundo, el pecado es lo que somos, expresado en la idolatría y en la deificación de uno mismo. Queremos ser independientes y “jugar a ser Dios”. Queremos estar a cargo y transgredir los límites que nos fueron establecidos. No queremos escuchar la voz de Dios. Herman Ridderbos lo explica como “el deseo del hombre de estar al mando de sí mismo, queriendo ser como Dios”. Tercero, el pecado es una traición cósmica. Adán y Eva se rebelaron contra Dios e hicieron una alianza con Satanás. Así, se volvieron mayordomos renegados e incompetentes de la creación. Cuarto, pecar es suprimir o cambiar la revelación de Dios. Las personas se resisten a la verdad, restringen su influencia y reinterpretan su mensaje (Ro. 1:18-25). Cambian la verdad por una mentira, una espiritualidad o cosmovisión alternativa, como si pudieran definir la realidad de forma independiente.
Esta tríada (Satanás, el mundo y el ser pecador) es el verdadero mundo en el que servimos al Señor Jesucristo. Es el entorno satánico en el que “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch. 17:28). Por eso, Pedro nos dice seriamente: “Sean prudentes y manténganse atentos, porque su enemigo es el diablo, y él anda como un león rugiente, buscando a quien devorar” (1 P. 5:8).
Traducido por Micaela Ozores
Muy excelente reflexión en cuanto al presente siglo tan malo e indiferente para con Dios y su hermosa palabra
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