La actividad económica está grabada en el ADN de la imago Dei (imagen de Dios). El homo economicus (el hombre como ser económico) ya estaba vivo y sano en el jardín del Edén. Los seres humanos fueron creados con la capacidad de producir y consumir. Dios, el economista divino, proveyó todo lo que la humanidad (y la naturaleza) necesitaba para prosperar. El paraíso era el nexo de la presencia de Dios, la paz y la prosperidad en el marco de un entorno divino. En el principio, la misión de Dios era extender la economía de su jardín a lo largo y ancho de la tierra por medio de la descendencia de Adán.
Sin embargo, a partir de la Caída, la misión de la humanidad ha sido recrear y universalizar el entorno divino, pero basándose en suposiciones apóstatas. A causa de Satanás, el pecado y la maldición de Dios (Gn. 3:17-18), todas nuestras políticas y prácticas económicas, tanto en la producción como el consumo, están sesgadas y son problemáticas. Percibimos que hay un vínculo entre la espiritualidad y la economía, pero nuestros sistemas económicos muchas veces están contaminados por la idolatría y la corrupción. En la medida en que crecen nuestras capacidades en el terreno económico, los resultados suelen ser el imperio, la conquista y la explotación. Fuimos diseñados para formar relaciones y comunidades, pero con frecuencia acabamos creando culturas en las que abundan los abusos, el trato inhumano y la injusticia. Por necesidad y en consonancia con nuestro diseño, debemos consumir, pero el consumo en la economía actual se ha vuelto una especie de saqueo.
Por lo tanto, todo lo que hacemos en el plano económico ocurre en el contexto del pecado, la gracia común y la escatología. No podemos evitar estas limitaciones, pero aun así hay oportunidades económicas que deberíamos aprovechar en favor de la misión de Dios para la creación. Afortunadamente, la Biblia nos ofrece una plétora de ideas y reflexiones sobre el dinero, que podría servirnos aplicar en nuestro mundo caído. ¿Qué significa realmente la prosperidad? ¿Cuáles son las condiciones necesarias para que la humanidad prospere al este de Edén? ¿Qué somos los seres humanos, de todos modos? Este y muchos otros temas presuposicionales nacen de las preguntas críticas que se plantean sobre la economía, el consumismo, la sustentabilidad y el bienestar humano en la posmodernidad.
Además, debido a la gracia común, no deberíamos desperdiciar las oportunidades inherentes a la benevolencia de Dios hacia este mundo (Sal. 104; Hch. 14:17), a pesar de la Caída. Los cristianos podemos y debemos concentrarnos en lo que es posible lograr por la causa del evangelio. Podemos y debemos procurar el bien común y la gloria de Dios. Podemos apoyar y aplaudir con mucho gusto los emprendimientos valiosos de quienes no están de acuerdo con nosotros (los emprendimientos sociales, por ejemplo). Debemos reconocer todo lo que es admirable y bello en la cultura que hay “debajo del sol” (Ec. 1:14). Podemos alabar a Dios por su “testimonio” continuo en nuestra oikonomia (economía) caída. Como administradores del planeta, debemos considerar que una prosperidad sustentable es un tema sumamente relevante tanto en términos logísticos como morales. Debemos compartir este planeta hasta que el Señor regrese. Si el planeta prospera, nosotros también prosperamos. Si sufre, nosotros también sufrimos.
Aun sí, jamás debemos olvidar que nuestras aspiraciones y expectativas culturales están condicionadas por la misión escatológica de Dios. Esa misión sigue firme a pesar de todo. Dios proveerá un entorno físico renovado en el que habitar con su pueblo santo otra vez. El arreglará los platos rotos y restaurará todas las cosas a su gloria previa a la caída, y mucho más. Un día, Dios develará su imperio cósmico, una patria libre del pecado y de Satanás, donde el ser humano realmente podrá prosperar. En los “cielos nuevos y tierra nueva” (2 Pe. 3:13), el homo economicus estará vivo y activo (Is. 60:4-11, 17-21; Ap. 21:24). La “ciencia lúgubre” (como se suele llamar a la economía) será transformada para dar paso a la dignidad, la abundancia, el trabajo productivo y las relaciones significativas, en un entorno seguro y sagrado.
Hasta aquel entonces, nunca debemos olvidar que todo lo que los pecadores hacemos es problemático. Jamás podremos recrear una utopía. Todo y todos en esta era estamos sujetos a la ley de Murphy, algo probadamente cierto en la esfera económica. Respecto del comercio y el dinero, no debemos olvidar la observación profética de John Wesley:
Dondequiera que las riquezas hayan aumentado, la esencia de la religión habrá menguado en la misma proporción. Por lo tanto, no veo cómo es posible, por la naturaleza de las cosas, que ningún avivamiento religioso continúe por mucho tiempo; porque la religión necesariamente produce tanto la diligencia como la frugalidad, y estas no pueden sino producir riquezas. Pero en la medida en que aumentan las riquezas, también aumentan el orgullo, la ira y el amor al mundo en todas sus formas.