Nota: En mayo, hice una presentación en una conferencia sobre la defensa de la Biblia, patrocinada por International Bible Advocacy Center y Sociedad Bíblica Argentina. Allí hablé de la influencia de las ideas y la cultura sobre los receptores del mensaje bíblico y planteé algunas formas en que las normas y dinámicas culturales afectan, de forma negativa, la percepción que los argentinos tienen de la Biblia.
Hay muchas cosas que amo y admiro de Argentina. Soy alumno de esta cultura. Todavía tengo mucho que aprender y hay algunos aspectos de este país que nunca conoceré o entenderé. Siempre seré un extranjero, pero también un aprendiz muy empático. También, reconozco la belleza de la gracia común y aquellos aspectos de esta cultura que son valiosos y maravillosos.
En esta ocasión, quiero hacer algunas sugerencias para ahondar en el debate, basándome en observaciones personales, conversaciones y mi propia investigación. Tengan en cuenta que estos conceptos son generalizaciones y no aplican de igual manera a todas las personas, ni a todas las regiones, ni a todos los sectores demográficos. Les pedí a varios amigos argentinos que leyeran primero esta lista y me dieran su opinión. Una persona no cristiana me comentó: “Creo que estás entendiendo de una forma muy acertada la idiosincrasia argentina. Por desgracia”.
Es probable que haya diferencias entre los grupos cristianos y no cristianos, pero sospecho que no muchas. Mis comentarios son abarcadores y, probablemente, sean aplicables, tanto para los creyentes como para los que no lo son.
Sin importar si uno está de acuerdo o no con algún punto en particular, creo que deberíamos preguntarnos: ¿De qué forma la dinámica cultural y la historia de Argentina, así como aspectos tales como su red de cosmovisiones, influyen sobre la defensa de la Biblia? Como todo ser cultural, los argentinos son observadores parciales, con sus preferencias y prejuicios.
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El tema general que propongo es la argentinidad. Es un término difícil de definir. Podría ser un término neutral que signifique “cualidad de ser argentino” o “aquello que compone la cultura de Argentina”. Podemos tomarlo como un término positivo, que se refiere a la belleza de la que la cultura argentina ha sido dotada por gracia común. O bien puede ser un término negativo. Por ejemplo, una traductora dijo que esta palabra habla de las cosas que enorgullecen a los argentinos y, al mismo tiempo, de las cosas que los frustran. En ese sentido, representa una dinámica agridulce. Es fuente tanto de orgullo como de lamento. En todo caso, no es una palabra simplemente descriptiva, sino también prescriptiva. Como mencioné antes, decidí concentrarme en algunos aspectos negativos que podrían obstaculizar la defensa de la Biblia.
1) La “dinámica del chanta”: En el peor de los casos, un chanta es una persona que engaña deliberadamente con tal de obtener un beneficio personal o lastimar a otra persona. Podríamos decir que una persona así es un estafador o un tramposo. Hay de esas personas en mi cultura. Están en todas las culturas. Gracias a Dios, esa clase de personas representa una pequeña minoría en Argentina, pero hay una manifestación de esta “dinámica del chanta” que es mucho más común y podríamos llamarla “el chanta light”. Me refiero a la tendencia a prometer algo y no cumplir, a decir algo que, en realidad, uno no piensa, a la falta de continuidad, a empezar algo y no terminarlo, una debilidad que le impide a la persona ser fiel a sus palabras y hechos. Según una encuesta reciente del diario La Nación, los tres valores más importantes que dicen tener los argentinos son la solidaridad, la familia y la amistad, mientras que los tres más relegados de acuerdo con los porcentajes son el respeto, la lealtad y el deber o las obligaciones. Es evidente que hay una disonancia.
2) La superstición: Tanto la opinión de mis alumnos como mis propias lecturas indican que hay ingenuidad en lo que refiere a la espiritualidad, las cosmovisiones e, incluso, teorías conspiratorias. Una persona me dijo que quizás el 80 % de la población se considere católica, pero sólo el 5 % profesa su fe de forma activa. A modo de ejemplo, cuando volvía a mi casa la otra noche, el taxista me dijo que Estados Unidos orquestó el atentado de las Torres Gemelas para tener un pretexto para invadir Irak y quitarles su petróleo.
Las personas con las que nos relacionamos, no están “vacías”. Ya están atrapadas en un laberinto de ideas y normas culturales que determinan cómo perciben la Biblia y cómo nos ven a nosotros.
3) La mentalidad de “tribu”: Suelo escuchar de boca de otros y ver en mi lectura sobre la historia argentina una tendencia a la división y el tribalismo: soy de Vélez o de Boca, estoy con Cristina o con Macri, soy pentecostal o presbiteriano, soy porteño o cordobés, etcétera. Parece que hay una crisis de identidad sobre qué significa ser argentino. ¿Qué distingue a la Argentina? ¿Qué ideales, visión y espiritualidad unen a la nación? La respuesta no se ve con claridad. De nuevo, hay una disonancia.
4) Una dinámica de vergüenza y orgullo: Por un lado, parece que muchos argentinos creen que están por encima de todos los pueblos sudamericanos. Por otro lado, la vergüenza se expresa en frases como “este país es un desastre” y “somos un país del tercer mundo”, que suelen decirse cuando se habla de la corrupción crónica, la injusticia, la pobreza y la inflación.
5) La insularidad: Sumemos a esto una antipatía a veces explícita hacia Norteamérica y Europa. Es irónico que, a pesar de esa antipatía, haya una tendencia a pedir ayuda externa, en lo que podríamos llamar el síndrome de “un extranjero experto en el tema” (“foreign expert”). Por otro lado, esta dinámica parece estar diciendo al mismo tiempo: “Nosotros podemos solos, no necesitamos influencias externas”. En este caso también hay una clara disonancia.
6) Las relaciones sociales: La vida social muchas veces exige un compromiso mayor que ninguna otra área, incluida la iglesia. Si hay un partido de fútbol importante o una fiesta de cumpleaños, por ejemplo, los argentinos descuidan la asistencia a la iglesia o a las reuniones de grupos pequeños, y, en especial, a los eventos educativos, lo cual nos lleva al siguiente punto.
7) El anti-intelectualismo, la apatía intelectual y la falta de curiosidad intelectual: Es irónico considerando el patrimonio intelectual de esta nación, pero a nivel popular y en la iglesia, el antintelectualismo tiene mucho que ver con el evangelicalismo popular importado de Estados Unidos, por un lado, y con el consumismo irreflexivo, por el otro, que tristemente, Argentina adoptó. Personalmente, creo que el antintelectualismo es un desafío crucial para la iglesia evangélica.
8) El consumismo: Hay otra importación desafortunada proveniente del norte. El consumismo, como cosmovisión y estilo de vida, es bastante flexible y se adapta bien a las culturas que lo reciben. Mi impresión es que muchos argentinos de menos de 40 años son muy parecidos a sus parientes norteamericanos y europeos en términos de aspiraciones, valores y hábitos de consumo. Muchos cristianos, también, ven las mismas películas y los mismos programas de televisión, juegan a los mismos videojuegos, desean los mismos bienes de consumo y usan las redes sociales de una forma muy parecida a como lo hace el mundo.
Entonces, la pregunta es: ¿Cuál sería una defensa efectiva de la Biblia en el nivel de la cosmovisión, considerando la red de realidades intelectuales y culturales conectadas que existen en este contexto? De nuevo, las personas con las que nos relacionamos, no están “vacías”. Ya están atrapadas en un laberinto de ideas y normas culturales que determinan cómo perciben la Biblia y cómo nos ven a nosotros.
¿Por qué esto es importante? Porque la transformación no es meramente intelectual, en términos de las ideas que pensamos, sino, también social, económica y cultural. Nuestra red de cosmovisiones es el contexto en el que “vivimos, y nos movemos, y somos”, como dice Pablo (Hch. 17:28).
Sospecho que las personas que están involucradas en las misiones bíblicas o en el evangelismo deben imitar el tipo de trabajo diagnóstico que hace el misionero, tratando de discernir en un pueblo extranjero, la red de componentes intelectuales y culturales que hacen a su cosmovisión y que influyen sobre el evangelio.
Traducido por Micaela Ozores