De acuerdo con la Biblia, no hay una división estricta entre las intenciones del corazón y el pensamiento de la mente. Los seres humanos pensamos con intencionalidad. Nuestras motivaciones son, necesariamente, intelectuales. En realidad, en la Biblia, no existe el dilema de que el corazón se opone a la mente. Sólo hay mentes y corazones que se adscriben a Dios o se le oponen.
El corazón es lo que define a los seres humanos como seres a la imagen de Dios, ya que Dios puso “eternidad” en sus corazones (Ec. 3:11). El corazón es el núcleo inmaterial del ser humano, el centro de la personalidad. Es la esencia espiritual del individuo, su vida interna, sus pensamientos ocultos, sus verdaderos deseos y sentimientos y su voluntad. El corazón es el centro de la intencionalidad: quienes realmente somos y lo que estamos dispuestos a hacer.
La superposición entre el corazón pecaminoso (la motivación) y la mente (el juicio) abunda en las Escrituras. Sin embargo, nuestras motivaciones, mentales y morales, están sesgadas por el pecado. Jesús vinculó ambos elementos de forma explícita: “Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?” (Mt. 9:4). Génesis 6:5 dice: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Pablo escribió: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Ro. 1:21).
A causa del pecado, el corazón es un depósito de maldad y un campo de batalla espiritual. Marcos escribió: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos […]” (Mr. 7:21). El corazón está lleno del “mal tesoro” (Lc. 6:45) y de “pensamientos de iniquidad” (Jer. 4:14). El orgullo y la autonomía residen dentro de nosotros, porque somos “incircuncisos de corazón” (Hch. 7:51), por “[nuestra] dureza y por [nuestro] corazón no arrepentido” (Ro. 2:5), por nuestro “corazón malo de incredulidad” (He. 3:12), porque nuestros “oídos [oyen] pesadamente” (Hch. 28:27) y nuestro “corazón está lejos de [Dios]” (Mr. 7:6). Cerramos nuestro corazón (1 Jn. 3:17) y somos “tardos de corazón para creer” (Lc. 24:25). En nuestro corazón nos “glorificamos” a nosotros mismos y pensamos: “Yo estoy sentada como reina” (Ap. 18:7). Porque está “escondid[a] de [nuestro] corazón la inteligencia” (Job 17:4), andamos “vagando” (He. 3:10) y cometemos idolatría o creemos ideas necias.
La expresión “disponer el corazón” es una forma útil de ilustrar la relación entre el corazón y la mente, la intención y el pensamiento. “Poner” significa establecer, preparar, poner en orden y afirmar. Se usa en contextos en los que indica un compromiso firme con una acción o un propósito en particular. Por ejemplo, el verbo aparece originalmente en Proverbios 3:19: “Jehová con sabiduría fundó la tierra; afirmó [estableció, puso] los cielos con inteligencia”. Está expresado de una forma positiva en el sentido de “prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Am. 4:12). David oró: “renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). El salmista declaró: “Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto” (Sal. 57:7). Sin embargo, también se expresa de forma negativa cuando Judá “aún no había enderezado su corazón al Dios de sus padres” (2 Cr. 20:33). Del mismo modo, se dice de Israel: “En el fondo, nunca fueron rectos con él, ni se mantuvieron fieles a su pacto.” (Sal. 78:37).
El rey Roboam, el tercer monarca de Israel (931 a. C.), y Esdras, el piadoso sacerdote y maestro de la ley, nos ofrecen un contraste útil. Esdras volvió del exilio babilónico para guiar al remanente judío a Jerusalén, mientras ellos se esforzaban por restaurar la ciudad (458 a. C.). En contraste, Roboam provocó la división del reino (1 R. 12; 2 Cr. 10). Él “dejó la ley de Jehová” (2 Cr. 12:1) y con todo Israel se rebelaron contra el Señor (v. 2).
Con una terminología que es casi exactamente igual en Hebreos, Esdras y Roboam: “prepararon su corazón”:
Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos. (Esd. 7:10)
Por el contrario, Roboam hizo exactamente lo opuesto:
E hizo lo malo, porque no dispuso su corazón para buscar a Jehová. (2 Cr. 12:14)
Esdras y Roboam ilustran de formas opuestas la relación íntima que hay entre la intencionalidad y el pensamiento, entre el corazón y la cabeza. Observemos la pasión de Esdras por amar a Dios con su mente mediante el estudio ferviente de las Escrituras, una determinación a obedecer con este conocimiento y un compromiso a enseñar a los demás. En contraste, las motivaciones y la mentalidad de Roboam iban en contra de Dios. Él no “dispuso su corazón” a obedecer al Señor, sino que fue en pos de iniciativas motivadas por la idolatría y la necedad, cuyos resultados replicaban esas faltas.
Por eso, las Escrituras nos dicen: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). Dios prueba el corazón y sabe lo que hay dentro de él (Hch. 15:8). Él “manifestará las intenciones de los corazones” (1 Co. 4:5) en el juicio. Él “escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos” (1 Cr. 28:9). El libro de Apocalipsis declara que Cristo “escudriña la mente y el corazón” (Ap. 2:23). Hebreos dice que la Palabra de Dios “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12). Por eso, el piadoso ora con fervor:
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Sal. 139:23-24)
¿En qué está puesto tu corazón hoy?
Traducido por Micaela Ozores