Las iglesias deberían ser zonas “libres de abusos”

La Biblia pone en alta estima a la mujer,
por lo tanto,
la iglesia debería ser una zona “libre de abusos”.

Los líderes de las iglesias deberían recordar que la agresión física y el abuso sexual son pecados y, además, delitos. No deberían pasar por alto, ni encubrir, ni aprobar tales conductas. Por, sobre todo, deberían prestar atención a advertencia que nos hace Proverbios 24:11-12:

Libera a los que marchan a la muerte; salva a los que están por ser ejecutados. Tal vez digas: “Esto no lo sabíamos”; pero lo sabe el que pesa los corazones, lo sabe el que observa lo que haces, el que da a cada uno lo que merecen sus obras.

Si usted es una persona maltratadora o agresiva, hay una sola palabra que necesita saber: arrepiéntase. Recuerde, el arrepentimiento no está en derramar unas pocas lágrimas, o en pedir disculpas, o en prometer cambiar y ser mejor. Está en recurrir a la consejería y un tratamiento. Se evidencia en el fruto a largo plazo. Piense en Zaqueo (Lc. 19:1-10), quien con gozo devolvió lo que había robado, dando aun más de lo que la ley judía exigía en esos casos, y siguió a Jesús. Por eso, reitero, arrepiéntase y busque ayuda. Hay misericordia y sanidad divinas, pero recuerde que Dios está del lado de la víctima. Dicho en términos del Antiguo Testamento:

Pero tú ves la opresión y la violencia, las tomas en cuenta y te harás cargo de ellas. Las víctimas confían en ti; tú eres la ayuda de los huérfanos. ¡Rómpeles el brazo al malvado y al impío! ¡Pídeles cuentas de su maldad, y haz que desaparezcan por completo! (Sal. 10:14-15 [NVI]).

¿Cuáles son los síntomas del maltrato y el abuso? ¿Cómo hacemos para reconocerlos en nosotros mismos o en otras personas?

En primer lugar, hay una serie de excusas comunes que se plantean para racionalizar los abusos; por ejemplo: se lo merece; lo disfruta; ella me provocó; es un tema familiar, es íntimo; es por su bien, para que aprenda a someterse y aceptar sus límites. No se refugien en esos mitos. No son aceptables delante de Dios.

Si Jesús hubiera sido un hombre casado, ¿cómo habría tratado a su esposa?

En segundo lugar, ¿cuáles son las pruebas físicas del abuso? Hay distintas formas de abuso, sexual y agresión física, por ejemplo. Sin embargo, como lo explica la autora y consejera María Elena Mamarián en su libro Rompamos el silencio, hay muchas formas de abuso crónico, verbal y psicológico, que también son profundamente destructivas. A continuación, verán una lista de conductas abusivas y de rasgos de un carácter pecaminoso:

El uso de adjetivos degradantes y de claras amenazas (de muerte, de llevarse a los hijos, de dejarlos en la calle); criticar a la mujer por todo lo que dice o hace; gritar y dar órdenes (a los hijos y, a veces, frente a otras personas); humillar, burlarse, hacer bromas que duelen; culpar a la otra persona por todo lo que pasa en la casa; no tener en cuenta los gustos, las opiniones y los sentimientos del otro; ser cínico, arrogante e insolente con la mujer; acusarla de ser traidora o desleal si le cuenta a los demás lo que está pasando en la casa; expresar desprecio hacia las mujeres; humillar y denigrar a la mujer de muchas maneras; comparar a la pareja con otras mujeres; confundir a la mujer con argumentos contradictorios y mensajes confusos; hacerle creer que el problema es que ella está loca o es testaruda; hacer de cuenta que la mujer no existe; no dirigirle la palabra; menospreciarla o reírse de ella; acusar constantemente a la otra persona de ser infiel; tener la última palabra en todo; no admitir haberse equivocado en nada; no aceptar las explicaciones o críticas del otro; no hacer caso a las necesidades de la mujer; amenazar con suicidarse o matar a la pareja; mentir y no cumplir las promesas maritales; no hacerse responsable por los propios errores; convertir a los hijos en sus aliados y alejarlos de su madre; despreciar a la mujer frente a sus hijos; […] exigirle sumisión y obediencia; infundirle miedo respecto de cómo será el futuro si lo abandona; acosar y degradar de distintas maneras (con amenazas o rompiendo objetos que son de mucho valor para ella); criticar a toda su familia y sus otras relaciones; expresar una moralidad religiosa rígida y ser perfeccionista, lo que hace que la mujer se sienta culpable, deficiente y en falta (pp. 55-56).

Si usted es víctima de este tipo de tratos, no sufra en silencio. Busque ayuda. Acuda a la policía de ser necesario. Pida la intervención de sus pastores y amigos. Busque consejo. No permita que su victimización la defina o destruya. Descubra su verdadera identidad en Cristo y sepa que es un tesoro preciado para él.

Lee más: Por qué necesitamos una teología del trauma

Para los casados, esposos, amen a sus esposas, así como:

Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla. Él la purificó en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante. Así también los esposos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa, se ama a sí mismo (Ef. 5:25-28).

Los esposos cristianos deben seguir el ejemplo terrenal de Jesús en su forma de relacionarse con las mujeres, tratándolas con respeto y cuidándolas. Sin duda, el último lugar donde tendría que haber negligencia y maltratos maritales es el hogar cristiano.

Por otro lado, piense en la relación que Jesús tuvo con las mujeres y en cómo eso debería influir sobre su matrimonio. Pregúntese: si Jesús hubiera sido un hombre casado, ¿cómo habría tratado a su esposa?

Él no abusaría sexualmente de su esposa ni la maltrataría física, emocional o económicamente. Él no buscaría controlarla o manipularla. Él no limitaría su desarrollo personal. Él no acapararía todas las energías, ni todo el tiempo, ni todo el dinero de la familia para ponerlos a disposición de su propia realización personal. Él no dejaría todos los quehaceres del hogar ni el cuidado de los hijos totalmente a cargo de su esposa.

Lo que él haría, parafraseando a Pablo, sería no buscar sólo su propio interés, sino también el de su esposa (Fil. 2:4). Él no se quedaría tirado en el sofá mirando televisión mientras su esposa está tratando de hacer dos o tres cosas al mismo tiempo. Él siempre sería respetuoso. Siempre la apoyaría. Siempre la afirmaría y la alentaría. Dicho en términos de Pablo, él siempre se esforzaría por amar como, en efecto, lo hizo Jesús:

El amor es paciente y bondadoso; no es envidioso ni jactancioso, no se envanece; no hace nada impropio; no es egoísta ni se irrita; no es rencoroso; no se alegra de la injusticia, sino que se une a la alegría de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás dejará de existir (1 Co. 13:4-8).

¿Cómo vemos y tratamos a las mujeres, nosotros y nuestra iglesia?
¿Como Jesús?
¿O como el mundo?

Traducido por Micaela Ozores

2 comentarios

  1. Hola. Fui esposa de un ministro 16 años. Con el pasaje de que la esposa se debe sujetar al marido vivia sometida. Tuve cuatro hijos. Sufrí una crisis de despersonalizacion y ahi cai en la cuenta que no podia decidir por mi misma. Me fui con otro hombre. Me desprestigio.y después me entero que el hacia mucho andaba con mujeres. El predica. Yo tengo un titulo del instituto biblico y limpio pisos porque además no me pasa manutencion. Mujeres. Lean el sutil poder del abuso espiritual. Descarguenlo en google play. Gracias.

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