Ernesto Guevara creció en una familia atípica. Sus padres eran ávidos lectores y estimulaban el desarrollo intelectual de sus hijos. Su casa siempre estaba abierta a visitas y solían recibir a muchas personas interesantes. Allí, se desataban acalorados debates y se hablaban varios idiomas. Los Guevara crearon una atmósfera libertaria, que ha sido descrita como “bohemia”, donde se valoraba la idiosincrasia y un estilo de vida que pregonaba: “¡Vive como quieras!”.
Sus padres eran partidarios del socialismo y estaban en contra de la religión y la Iglesia, aun cuando intentaban impartir valores morales a sus hijos. Para ellos, el poder religioso estaba ligado muy estrechamente al enriquecimiento injusto y la opresión de los pobres. Basándose en esa antipatía hacia la religión, más adelante, Ernesto se pronunció en contra del capitalismo comparándolo con la Iglesia y afirmando: “Esto es lo que hacen los jesuitas: se ponen sus sotanas largas para esconder sus deseos”. Además, denunció la existencia de un vínculo entre el capitalismo y el cristianismo: “La recompensa del obediente es que, después de la muerte, es transportado a un mundo fantástico donde, según las antiguas creencias, los buenos reciben su premio”.
Durante su infancia, adolescencia y adultez temprana, Ernesto manifestó los rasgos de carácter que lo definirían por el resto de su vida. A pesar de que padeció de un asma severo, desde pequeño, decidió que no se dejaría victimizar por su condición y resolvió que el asma no lo limitaría de ninguna manera. Por ejemplo, mientras jugaba rugby, le pedía a un amigo que llevara consigo un inhalador y corriera al campo en medio del juego si tenía un ataque de asma. Un biógrafo escribió que “quienes conocían bien a Guevara pueden confirmar que el asma fue un compañero brutal que, con frecuencia, lo derribaba hasta dejarlo a las puertas de la muerte”. Sin importarle el enorme riesgo que implicaba para su salud, en su juventud Guevara viajó en bicicleta y motocicleta por toda Sudamérica (Diarios de motocicleta). Así fue como aprendió a enfrentarse a la posibilidad real de la muerte y a resistir en medio de las adversidades. Dicho en sus propias palabras: “El punto de inflexión en la vida de un hombre es el momento en que decide enfrentarse a la muerte”.
Ernesto fue dueño de una ferviente curiosidad intelectual y se convirtió en un aprendiz eterno. También fue iconoclasta por instinto y un ávido lector que siempre llevaba libros consigo, incluso, hasta el día de su muerte. Sus amigos y familia a veces se quejaban de la cantidad de libros que llevaba para todas partes. Desde joven, compiló lo que solía llamar su “diccionario filosófico”, donde registraba notas e ideas sobre lo que sea que estuviera leyendo. Leyó a numerosos y diversos autores: Freud, London, Faulkner, Stevenson, Conrad, Tolstoi, Gorki y Dostoievski entre otros, además de autores latinoamericanos como Pablo Neruda y José Martí, por mencionar a unos pocos. Influenciado por sus padres, su pensamiento estuvo profundamente marcado por la teoría y la práctica del comunismo. Devoró las obras de Marx, Engels y Lenin, entre muchos otros. También obtuvo el título de médico y escribió muchos textos y discursos.
Desde una temprana edad, Ernesto demostró tener una voluntad implacable y una determinación tenaz. Una vez que se decidía por una posición o un plan, raramente cambiaba de parecer. Era un idealista y estaba dispuesto a soportar cualquier tipo de inconveniente y a pagar el precio que fuera necesario para alcanzar sus objetivos, tal como lo revelan sus afirmaciones: “Yo me entrego personalmente y por completo cuando ofrezco mi sangre a una causa que considero justa y popular […]”. Eso explica que haya sido un líder innato, un modelo a seguir y un mentor. Presumía diciendo: “Yo soy coherente con mis creencias. Muchos dirán que soy un aventurero, y lo soy, sólo que soy uno de una clase diferente: uno de los que arriesgan el pellejo para probar sus verdades”.
Durante sus viajes por Sudamérica, el joven estudiante de medicina se encontró con una población “paralela” afligida por el hambre, la pobreza, la injusticia y la ignorancia. “Sus viajes por Sudamérica lo expusieron a tanto sufrimiento que lo volvieron consciente de su propio privilegio racial […]”. Poco a poco, sus ideas sociales y políticas fueron madurando. Empezó a concebir la idea de los Estados Unidos de Latinoamérica. “La división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza que desde México hasta el estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas”.
Pocos años después, viajó a Guatemala para ver con sus propios ojos el experimento de ese país con el socialismo y el conflicto armado que se estaba librando en contra del imperialismo económico. Muy poco tiempo después, conoció a los hermanos Castro en México y encontró una causa que realmente podía abrazar. Les dijo a sus padres: “Anduve por la vida errático buscando mi verdad y, ahora que estoy en el camino correcto […]” y así les comunicó su nueva determinación: el comunismo era la única solución para los problemas de Latinoamérica (y, de hecho, los problemas del mundo). El Che acogió la resistencia violenta ante el dominio de Europa y Estados Unidos como el único medio viable para generar un cambio duradero. En un discurso que dio en Cuba en 1960, declaró: “Nuestro enemigo, y el enemigo de la América entera, es el gobierno monopolista de los Estados Unidos de América”. Guevara soñaba con poner fin al capitalismo, la explotación, el imperialismo y el colonialismo. Por consiguiente, proclamó con palabras ominosas:
Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles y aun, dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo.
En sus escritos y discursos de años posteriores, vemos surgir claramente el bosquejo de su cosmovisión en la teoría y la práctica. Él afirmó que “América Latina ha vivido casi siempre bajo el yugo de los grandes monopolios imperialistas” y se pronunció en defensa de una “gran confrontación mundial”. Su objetivo estratégico era “la destrucción del imperialismo”. El rol central y la vanguardia recaerían sobre Latinoamérica y consistirían en “la creación del segundo o tercer Vietnam del mundo”.
En los inicios de la iniciativa cubana, Guevara escribió a sus padres y declaró con osadía: “No soy ni Cristo ni un filántropo, soy todo lo contrario de un Cristo [porque,] por las cosas que creo, lucho con todas las armas a mi alcance y trato de dejar tendido [a mi oponente], en vez de dejarme clavar en una cruz o en cualquier otro lugar […]”. En una carta que escribió a sus hijos, dijo: “Su padre ha sido un hombre que actuó de acuerdo con sus creencias y, seguro, ha sido fiel a sus convicciones”. Poco antes de ser ejecutado, escribió a su familia: “Tienen que prepararse y ser muy revolucionarios […]. Tienen el privilegio de vivir otra época y hay que ser digno de ella”. Luego agregó: “Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario”.
¿Qué es lo que el Che esperaba generar? Su visión era: “una unidad espiritual entre todas nuestras naciones”, “eliminar la injusticia desde la raíz”, “la conciencia socialista”, “una nueva sociedad”, “el hombre y la mujer nuevos”, “saber cómo interpretar la realidad”, “valores más altos que el valor del dinero”, “el comunismo, la sociedad perfecta… el destino de la humanidad”, “ser libres del analfabetismo”, “seres humanos casi perfectos”, “jóvenes comunistas, creadores de la sociedad perfecta” y, por sobre todo, “un mundo nuevo donde todo lo ruinoso, todo lo antiguo y todo lo que representa la sociedad cuyos fundamentos acaban de ser destruidos haya desaparecido definitivamente”.
En otras palabras, el Che Guevara imaginaba una utopía en este mundo, un Edén secular, cimentado sobre presuposiciones totalmente materialistas, un fin que él consideraba que justificaba cualquier medio y todos los medios necesarios para concretarlo.
Poco antes de su ejecución (que tuvo lugar el 9 de octubre de 1967), se dice que destacó: “Estoy pensando en la inmortalidad de la revolución”. Sin embargo, creo que es justo sugerir que la Cuba que nació de la revolución comunista no es la “nueva sociedad socialista” que él imaginaba. Aun así, en cierto sentido, su recuerdo sigue vivo como una aspiración insatisfecha para el pueblo latinoamericano.
Por un norteamericano: «Supongo que lo que me desconcierta es mi incapacidad de entender la mística del Che. Para mi mente gringa, si lo que está pasando en Venezuela no basta para desacreditar el socialismo en Sudamérica, ¿qué más falta? Sí, ya sé. Es probable que algunos digan que el problema no es el socialismo sino la corrupción de Chávez y Maduro, pero si la corrupción es un problema tan grande en los países socialistas, ¿por qué alaban tanto el socialismo como si fuera algo grandioso? ¿Por qué se lo exalta como si no fuera susceptible a la corrupción ni tendiera a apoyarse en dictadores?»
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