Hace poco, leí un artículo y dos editoriales del Buenos Aires Herald sobre la corrupción política en Argentina. Los autores lamentaban toda una historia de deshonestidad pública: “Desde el presidente Macri hasta los Kirchner y remontándonos aún más en el pasado, vemos que los conflictos de intereses han sido la regla en el transcurso de los últimos gobiernos nacionales”. Los editoriales describen la corrupción de Perón (“acabó nacionalizando la corrupción”), las dictaduras (“abrieron las puertas a una estructura de corrupción sistemática en la que quedó atrapada la subsiguiente democracia”), Menem (“la malversación de fondos públicos”, “las operaciones de contrabando de armas”, “los ingresos extra que percibieron los funcionarios públicos de su gobierno”), de la Rúa (“las coimas y los sobornos al partido mayoritario del Senado y a los legisladores de la oposición”), Néstor Kirchner (“seis casos de corrupción”), Cristina Fernández de Kirchner (“18 casos de corrupción en su primer mandato y 28 en su segundo mandato”, además de “ocho casos adicionales de corrupción durante el 2016”), y el actual presidente, Mauricio Macri que, irónicamente, fue “electo en el contexto de una coalición por el ‘cambio’” y se presentó a sí mismo como el candidato anticorrupción (pero luego fue imputado en las causas relacionadas con Ángelo Calcaterra y Nicolás Caputo, y por un “acuerdo de cancelación de deuda […] del Correo Argentino, institución privatizada tiempo atrás y hoy en día, administrada por la familia Macri”).
¿Qué dice la Biblia sobre la corrupción política y el rol de los evangélicos?
Natalia Volosin, quien está escribiendo su disertación doctoral para Harvard acerca de la corrupción argentina, comentó que “los empresarios y burócratas entienden que si hay corrupción, todos ganan” y escribió: “[…] el que no tiene dinero no existe en la política […], no puede comprar jueces, ni gobernantes, ni periodistas. […] No se puede hacer política sin el dinero sucio del sector privado, […] no se pueden hacer negocios sin permisos, privilegios y acceso a lo que el Estado tiene […]”. Además, Volosin explica que las causas de corrupción surgen a partir de la falta de una infraestructura cívica y legal efectiva. Por ejemplo, menciona que Argentina carece de “mecanismos de control y equilibrio de los poderes” y de “organizaciones que lleven adelante auditorías e inspecciones”, además de que tiene una ley de ética pública que es poco efectiva, una oficina anticorrupción inoperante, un gobierno poco transparente y programas de amnistía fiscal que son injustos e incompetentes.
Al leer esto, me pregunté: ¿qué dice la Biblia sobre la corrupción política y el rol de los evangélicos? En primer lugar, la Biblia confronta la corrupción en todas sus formas y efectos, dando un diagnóstico amplio y profundo y una prescripción que es personal, social, sistémica y escatológica. En segundo lugar, la Biblia ofrece muchos ejemplos de crítica social en contra de la corrupción. Un breve repaso de los profetas del Antiguo Testamento y de la crítica que ellos hacen de la corrupción puede resultar instructivo.
Como representantes del Dios que “ama la justicia” (Is. 61:8), los profetas sirvieron como abogados defensores del pacto, que llamaban a Israel a volverse al cumplimiento de la ley y a la restauración y advertían acerca del juicio sobre las naciones gentiles. Los profetas afirmaron que la principal fuente de corrupción y desorden era la codicia. Isaías describió a los “pastores” de Israel como perros “comilones e insaciables” que sólo van “buscando su propio provecho” (Is. 56:11). Jeremías censuró al rey Saúm diciéndole: “sólo ves lo que te conviene; sólo piensas en saciar tu avaricia” (22:17). Según Jeremías, todo el entramado social estaba impregnado de una codicia sistémica [corvée]: “Y es que todos ellos son mentirosos y avaros. Todos, desde el más chico hasta el más grande, desde el profeta hasta el sacerdote” (Jer. 6:13; cf. 8:10). Además, él denunció la corrupción económica de la corte real y la práctica del trabajo no remunerado: “¡Ay de ti, que eriges tu palacio sin justicia, y tus salas sin equidad! ¡Ay de ti, que explotas a tu prójimo y no le pagas el salario de su trabajo!” (Jer. 22:13).
El sistema judicial estaba sumido en el escándalo. Amós 2:6-7 nos da un ejemplo que toma términos comunes para referirse a la pobreza (el pobre, el desvalido, el humilde u oprimido): “han vendido al justo por dinero y al pobre, por un par de zapatos [latifundios]; han aplastado en el suelo a los desvalidos [han agravado sus impuestos], han torcido el camino de los humildes”. Si se emitiera una sentencia contra tales abusos, sería contra los ricos que, o bien tenían cargos en la corte o bien sobornaban a los cortesanos para manipular el sistema judicial según su conveniencia (nada distinto de lo que sucede hoy en día).
Los profetas confrontaron la impureza económica que tenía lugar en el templo. Miqueas se lamentaba por los sacerdotes que “cobran por impartir sus enseñanzas” y los profetas que “adivinan a cambio de dinero” (Mi. 3:11). Jeremías se puso a la entrada de la casa del Señor y la condenó llamándola “cueva de ladrones” (7:1, 11; al igual que Jesús en Mt. 21:13). Las palabras engañosas, la injusticia, la opresión de los pobres, la violencia, el robo, el adulterio y la idolatría se practicaban en sus atrios (Jer. 7:4-9). Isaías expuso la hipocresía del ayuno que aprobaba la injusticia, la opresión y el abandono a los necesitados (Is. 58:6-7, 10). Es más, Amós registró el deseo de apresurar el paso de los días de fiesta y reposo para volver a abrir los mercados cuanto antes (Am. 8:5).
Del mismo modo, el estilo de vida de los ricos y famosos era acorde a su arrogancia y avaricia. Amós condenó los lujos de la corrupta clase alta de Israel: “Ustedes duermen en camas de marfil, y reposan sobre sus divanes; se alimentan con los corderos del rebaño y con los novillos que sacan del engordadero; gorjean al son de la flauta y, como si fueran David, inventan instrumentos musicales; beben vino en grandes copas y se perfuman con las mejores fragancias” (Am. 6:4-6).
En resumen, la crítica profética se concentró en la alianza oculta que había entre gobernadores, sacerdotes y mercaderes y que construía un entorno cultural basado en la codicia y el hambre de poder. Los resultados eran la inequidad y los excesos, sostenidos por estructuras de miedo, violencia y opresión. Por eso, los profetas anunciaron un despliegue de castigos, decadencia y desorden e hicieron un llamado al arrepentimiento.
Para concluir, me pregunto: ¿cuál debería ser la respuesta de los evangélicos ante la corrupción pública? Primero, deberíamos involucrarnos en la esfera pública estableciendo un diálogo crítico, por el Evangelio y por el bien común. Deberíamos cumplir nuestro llamado profético en la sociedad siendo “sal y luz” y ayudando a edificar una infraestructura social y ética que resista la corrupción.
Gracias a Dios, la historia del cristianismo nos provee muchos mentores y modelos de los cuales aprender, por ejemplo: William Wilberforce (quien persuadió al Parlamento inglés de aprobar la ley de abolición de la esclavitud en el siglo XVIII), Abraham Kuyper (primer ministro de Holanda de principios del siglo XX, teólogo y defensor de la ética y moral), creó el Center for Public Justice [Centro por la justicia pública] (una institución estadounidense cuya misión es “elaborar y comunicar una visión bíblica integral del servicio político y el gobierno responsable”, 1977) y Gary Haugen (fundador de International Justice Mission [Misión de justicia internacional], 1997).
Segundo, los evangélicos deberíamos abrazar un Evangelio más grande y más amplio que reafirme el ejercicio del servicio cristiano en la esfera pública por el bien común. Las iglesias deberían fomentar el trabajo en ámbitos como la auditoría forense, la criminalística, la representación legal, el periodismo de investigación, los organismos policiales y de orden público, la administración estatal, el liderazgo político y la gestión de organizaciones sin fines de lucro (ONG).
Tercero, los líderes y ministros de la iglesia deberían preguntarse a sí mismos: ¿existió en el pasado (o existe en el presente) una alianza secreta e impía entre “gobernadores, sacerdotes y mercaderes”? La respuesta a esa pregunta puede ser restauradora y puede darle más credibilidad a la iglesia. También puede fomentar el establecimiento de límites sanos y darles mayor claridad respecto de cuál es el rol que cada entidad debería cumplir en la sociedad.
¿Qué dice la Biblia sobre la corrupción política y el rol de los evangélicos?