¿Alguna vez te enojaste con Dios? ¿Alguna vez te dirigiste a tu Creador de forma irrespetuosa? ¿Alguna vez agitaste el puño contra Él en medio de la ira, la frustración y la desesperación? ¿Alguna vez fuiste “como una bestia” con Jesús en los tiempos difíciles?
Los salmistas a veces, en medio del enojo y la amargura, le preguntaban: “¿Por qué?” (Salmos 10:1,13; 22:1; 42:9; 43:2; 44:23-24; 74:1, 11; 80:12; 88:14). A veces, perdían la paciencia y, exhaustos, le preguntaban: “¿Hasta cuándo?” o “¿Cuánto más?” (Salmos 6:3; 13:1-2; 35:17; 74:9-10; 79:5; 89:46; 90:13; 94:3; 119:84).
Sin duda alguna, el compositor del Salmo 73 perdió la paciencia. En el versículo 2, él afirma con honestidad: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; poco faltó para que mis pasos resbalaran”. En los versículos 21 y 22 confiesa: “Cuando mi corazón se llenó de amargura, y en mi interior sentía punzadas, entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti”.
La mayoría de nosotros lo experimentó: ser torpe y sin entendimiento. Quizás lo estés viviendo ahora mismo. Todos sufrimos. Quizás las cosas en la vida no salieron como lo habías planeado. Quizás alguien te perjudicó o te trató con injusticia. Quizás te atuviste a “las reglas del juego” e hiciste lo que debías, y aun así ganaron tus oponentes. Quizás Dios parezca distante, indiferente, incluso despiadado. Entonces perdiste los estribos y dijiste y pensaste cosas acerca de Dios de las que ahora estás arrepentido.
Esas son las malas noticias, pero también hay buenas noticias. Leamos los versículos 23 y 24 del Salmo 73:
“Sin embargo, yo siempre estoy contigo; tú me has tomado de la mano derecha. Con tu consejo me guiarás, y después me recibirás en gloria”.
Ese “sin embargo” (o “aun así”) es una de las expresiones más bellas de la Biblia. Quiere decir “a pesar de todo” o “sin importar lo anterior”. Aunque seamos “como una bestia” y aunque nos sintamos abandonados por Dios, la realidad es que Él sigue tomándonos de la mano. Como dice el Salmo, Él siempre está con nosotros y nos llevará sanos y salvos a nuestro destino último: la “gloria”.
Por lo tanto, a pesar de que nuestro compromiso con Dios es endeble, Su compromiso con nosotros es firme siempre. Recuerdo una afirmación de J. I. Packer en su libro El conocimiento del Dios Santo:
“La fe no nos faltará en tanto Dios la sostenga; no tendremos suficiente fuerza para caer y alejarnos si Dios ha resuelto sostenernos”.
Por otro lado, en las antiguas sociedades del Cercano Oriente, cuando el rey supremo de un gran imperio establecía a alguien de menor rango para que gobernara sobre una región específica, parte de la ceremonia de investidura consistía en que el soberano tomara al gobernante de la mano derecha (un ejemplo de esto es cuando Dios toma “de la mano derecha” a Ciro en Isaías 45:1). Tomar de la mano derecha simbolizaba honor, respeto e investidura de autoridad real. Significaba levantar a alguien “del polvo” (de la insignificancia y la impotencia) y “sentarlo a la mesa de los príncipes” (honor y autoridad). Increíblemente, en cierto sentido, Dios por medio de Cristo nos toma “de la mano derecha”, incluso cuando menos lo merecemos: cuando somos “como una bestia” en medio de las tribulaciones, Él nos acepta y nos establece en Su gran reino. Efesios 2:5 dice:
“aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”.
Pensémoslo de nuevo: ¡Dios nos toma de la mano! Eso significa que no importa si nosotros somos capaces de tomar Su mano por nuestra fuerza o determinación, sino que Dios siempre puede sostenernos de la mano. Es decir, así como Dios no dejó que los pies del salmista se deslizaran y que se apartara totalmente del camino, tampoco nos deja caer a nosotros, a pesar de nuestro pecado, nuestro dolor y el tormento de nuestra mente. De hecho, Dios sostiene al salmista de la mano incluso cuando él está amargado, resentido y se comporta “como una bestia”.
Imaginen a un padre y a su hijo frente a un cruce peligroso. El niño está fuera de control, desesperado por soltarse, y se siente oprimido. No obstante, el padre sabio y amoroso lo toma de la mano e impide que se haga daño. Dios muchas veces trata con nosotros de la misma manera en medio de nuestro pecado, sufrimiento y estado lastimoso.
¡Qué hermosa imagen de la gracia!