“Levantaos, hombres de Dios”

Allá por la década de los 80, escuché por primera vez el conmovedor himno escrito por William P. Merrill (1867-1954): “Levantaos, hombres de Dios”. Años más tarde, cuando vivía en Praga, lo canté en la iglesia anglicana en la que solía congregarme. Creo que la letra es bastante provocadora y es relevante para la iglesia evangélica argentina hoy en día:

¡Levantaos, hombres de Dios!rise-up
Despojaos de vilezas.
Dad corazón, alma, mente y fuerza
y al Rey de Reyes servid.

¡Levantaos, hombres de Dios!
en unido batallón.
Llegue el día de hermandad
y acabe la noche del error.

¡Levantaos, hombres de Dios!
la Iglesia os espera;
de fuerza carece para la tarea,
¡dadle fuerza en su labor!

¡Exaltad la cruz de Cristo!
Andad por Sus caminos
como hermanos del Señor.
¡Levantaos, hombres de Dios!

Pueden escuchar una versión clásica (en inglés) cantada por un coro al son de un órgano de tubos:

O, si lo prefieren, pueden seguir el siguiente enlace para escuchar una versión moderna como la de Phil Keagy (en inglés) en el siguiente enlace:

Me llama la atención especialmente la letra de la primera estrofa:

¡Levantaos, hombres de Dios!
Despojaos de vilezas.
Dad corazón, alma, mente y fuerza
y al Rey de Reyes servid.

Esta estrofa hace alusión a Marcos 12:30 (cuando dice “corazón, alma, mente y fuerza”). En respuesta a la pregunta “de todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?”, Jesús dice: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Sus palabras son las del conocido Shemá hebreo, del Antiguo Testamento (Deuteronomio 6:5).

El Shemá enseña que todas las áreas de la vida, cada actividad y cada momento están sujetos al señorío de Dios. Nada ni nadie, ni ningún lugar, ni espacio temporal alguno queda exento. No hay una esfera secular. No existen las “zonas libres de Dios”. El reinado de Dios es absoluto y exclusivo, y demanda lealtad y devoción absolutas. No hay nada que pueda resguardarse de él o dirigirse hacia otra cosa o persona. Este tipo de amor a Dios impide todo tipo de idolatría. Por lo tanto, cualquier devoción que no sea devoción a Dios es, en palabras del himno, una “vileza”.

Es más, el amor que Dios espera recibir halla su origen en el “corazón” (el centro de nuestras motivaciones), se extiende al “alma” (nuestro ser y cuerpo, además de nuestras habilidades y dotes mentales) y se expresa “con todas tus fuerzas”, lo cual literalmente significa recursos y cuya traducción entre los eruditos judíos, por lo general, era “dinero”. Sin embargo, nuestros recursos abarcan todo lo que Dios nos provee: aptitudes, tiempos, posesiones de valor, así como nuestra fuerza física y capacidad mental.

La misma estrofa también declara: “Despojaos de vilezas”. ¿A qué llamaríamos “vilezas” en nuestro contexto espacial y temporal? Consideremos las tres dimensiones a las que se refiere el Shemá —corazón, alma/mente y recursos— y planteémonos algunas preguntas para rastrear las “vilezas” que con frecuencia definen nuestra vida.

Corazón: ¿Por qué cosas vivimos y morimos? ¿Qué es lo que amamos por sobre todas las cosas? ¿Qué es lo que nos da sentido, identidad y satisfacción? ¿Quién o qué controla el uso de nuestro tiempo, nuestra atención intelectual, nuestras pasiones físicas o nuestros hábitos de consumo?

Alma: ¿Qué es lo que cautiva nuestra imaginación y nos motiva? ¿Volcamos nuestros recursos principalmente en nuestra raza, clan, grupo de pertenencia, equipo, clase social o nación? ¿Será que nuestro estilo de vida está definido por la lealtad a una religión no bíblica, a un mito cultural, a una cosmovisión pagana o a una ideología política?

Fuerzas: ¿Cómo estamos usando las habilidades y recursos que Dios nos dio? ¿Amamos a Dios con nuestra mente? ¿Servimos a Dios con nuestro tiempo? ¿Lo honramos con nuestro dinero? ¿Será que nuestra identidad y sentido de plenitud provienen de nuestro trabajo? ¿Tenemos una adicción u obsesión con algo o alguien?

Sospecho que nuestras respuestas incluyen afirmaciones como: mi tiempo está organizado en torno a un deporte, la familia, el placer y el trabajo (en otras palabras, en torno a mí mismo); invierto mi dinero en artículos de consumo, en mi estilo de vida y en mantener mi estatus social; mi mente está centrada en Facebook y otras formas de conversación ociosa; mis pasiones suelen estar controladas por placeres cuestionables; presto demasiada atención a lo que sea que los medios de comunicación masivos me digan; y permito que otros relatos que no son el relato de Dios definan mi identidad.

» Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad.  Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, yde la que hiciste buena profesión en presencia de muchos testigos». (1Tim 6:11-12)

Según los términos del Shemá, ¿qué áreas de nuestra vida, actividades y tiempo no están sujetas al señorío de Dios? ¿Será que actuamos como “cristianos de domingo” mientras que el resto de nuestra semana es funcionalmente secular? ¿Toleramos “zonas libres de Dios” en nuestro corazón, mente y hábitos de consumo? ¿Es posible que hayamos desviado nuestro amor a Dios hacia algún tipo de idolatría?

Entonces ¿cómo podremos levantarnos (como dice el himno) en nuestras iglesias y cultura actuales?

¿Qué significaría para nosotros entregar a Dios todo nuestro “corazón, alma, mente y fuerza” y hacer que su iglesia crezca y “darle fuerza en su labor” en Buenos Aires?

Vale la pena dedicarle tiempo a este himno y reflexionar en las preguntas que están implícitas en su mensaje.

¡Levantaos, hombres de Dios! 
Despojaos de vilezas. 
Dad corazón, alma, mente y fuerza 
y al Rey de Reyes servid.

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