Puesto que los seres humanos fuimos creados como la imago Dei, estamos diseñados para la extensión, el desarrollo, el crecimiento e incluso la globalización. Sin embargo, en vistas de que somos seres caídos, el resultado suelen ser visiones erróneas de utopía sobre la tierra, que conducen a la conquista, el imperio, el monoculturalismo (como el consumismo, por ejemplo), la subyugación, la explotación, el saqueo y la extinción. Por norma, creamos sociedades y culturas que son totalmente inhumanas, abusivas e injustas.
Claramente, al “oriente del huerto de Edén” (Génesis 3:24) y “debajo del sol” (Eclesiastés 1:9), el proyecto humano es ontológicamente defectuoso. La existencia está condicionada por la finitud, nuestra condición caída y la maldición de Dios (Génesis 3:14-19, Salmo 90). En palabras de Pablo, este es el “presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Como resultado, en esta época escatológica nunca alcanzaremos una utopía mediante el comunismo o el socialismo, el capitalismo o el consumismo, el islam o cualquier otra de las múltiples espiritualidades alternativas. De este lado de la eternidad, nunca habrá un verdadero “santo imperio” de nada.
La realidad es que la historia está llena de trágicos experimentos fallidos que tuvieron lugar en el proceso de crear culturas y formar identidades. Consideren los muchos líderes corruptos e imperios violentos de destrucción que hubo hasta ahora, comenzando por Babel: antiguos imperios como el reinado del dios sol bajo el gobierno del faraón, o la Pax Romana del César, el Sacro Imperio Romano medieval, el mito del progreso en la modernidad, e ideologías como el nazismo, el comunismo y el totalitarismo.
Lamentablemente, la historia es una letanía de trágicas búsquedas del paraíso perdido o la utopía sobre la tierra. Todas ellas dan testimonio de que los seres humanos fuimos creados a imagen de Dios pero que, a pesar de ello, adoramos y servimos ídolos (Romanos 1:18-23). Como dijo Juan Calvino: “Nuestro corazón es una fábrica de ídolos”.[1] Como resultado, creamos un sinfín de religiosidades sustitutas y “evangelios alternativos”, así como también identidades de grupo, políticas económicas y cosmovisiones que a veces solo pueden definirse como una especie de “infierno sobre la tierra”, un anticipo de las cosas terribles que han de venir.
¿Cuántas veces el cristianismo se ha aliado con los poderosos y prósperos, mientras daba la espalda a las víctimas del imperio: los pobres, explotados, esclavizados, maltratados y condenados?
Debemos preguntarnos con honestidad: ¿Cuántos millones de personas han sido víctimas de las ambiciones desmedidas del imperio y de su primo el colonialismo a lo largo de la historia humana, y en especial en Latinoamérica? Solo Dios sabe cuánto sufrimiento e injusticia se ha infligido bajo las premisas del derecho divino de los reyes, los destinos manifiestos y los mitos del progreso. ¿Cuántas veces se han usurpado tierras ajenas, se han dispersado pueblos, se ha confiscado materia prima, o se han expropiado rutas comerciales y vías de acceso marítimas solo con el fin de obtener más valores, ganancias o gloria? ¿Con cuánta frecuencia la humanidad ha despojado a la tierra de sus recursos naturales, fallando así en su mayordomía sobre los bienes y bendiciones de Dios? ¿Cuántas personas han sido esclavizadas y explotadas por la demanda de mano de obra o por codicia? Por sobre todo, ¿cuántas veces el cristianismo se ha aliado con los poderosos y prósperos, mientras daba la espalda a las víctimas del imperio: los pobres, explotados, esclavizados, maltratados y condenados? Sin duda, por todo esto la creación está de luto (Jeremías 4:28, Oseas 4:3).
Por eso, los cristianos debemos estar constantemente atentos cuando se levantan encarnaciones tergiversadas del mandato cultural de Dios (Génesis 1:26-28, Salmo 8). Cada vez que oigamos un grito de guerra neo-babilónico que anuncie: “Vamos a edificar una ciudad (…) hagámonos de renombre donde podamos hacernos un nombre” (Génesis 11:4); cada vez que un aspirante a faraón exclame: “¿Y quién es el Señor?” (Éxodo 5:2); cada vez que el pueblo de Dios reclame: “Danos un rey que nos gobierne” (1 Samuel 8:6); cada vez que una ideología proponga “dar fin a la guerra y poner todas las cosas en orden” (dicho acerca del César y la Pax Romana), la iglesia debe prestar atención y ser diligente. El impulso bien puede ser religioso o filosófico, pero las expresiones sociales y económicas suelen ser de carácter totalitario y teocrático. Las formas pueden ser explícitamente religiosas (como el islam o el catolicismo medieval), ideológicamente seculares (como el comunismo, el nacionalsocialismo, el Japón imperial, la idea juche en Corea del Norte, o incluso el humanismo secular), o implícitamente religiosas (como el consumismo).
Entonces, a la luz de estas consideraciones, ¿cómo deberían evaluar los cristianos argentinos las perspectivas económicas y las prácticas de líderes políticos como el ‘Che’ Guevara y Perón? ¿Qué hicieron bien? ¿Qué hicieron mal?
¿Qué tipo de apreciación deberían hacer los evangélicos respecto del gobierno de turno, la economía argentina y el panorama cultural? ¿Cómo deberían aportar al bien común?
¿Qué podrían proponer los cristianos argentinos a modo de manifiesto económico o declaración de principios de justicia económica e igualdad de oportunidades? ¿Qué tipo de proclamación sería un reflejo de la cosmovisión bíblica?
[1] Institutes of Christian Religion, 1, 11, 8 (Filadelfia: The Westminster Press, 1960).