El Antiguo Testamento nos insta en reiteradas ocasiones a practicar la piedad intelectual, es decir, a amar a Dios con nuestra mente y no solo con nuestras emociones. En Salmos 1:1-2 (RVR60), leemos: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”. Salmos 25:4-5 (RVR60) nos presenta una oración para pedir conocimiento: “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día”.
Dado que Dios es omnisciente, el conoce todos nuestros pensamientos (conscientes e inconscientes por igual). En Salmos 94:11, el salmista proclama: “El Señor conoce la mente humana”. En la misma dirección, leemos la afirmación de Salmos 139:2: “desde lejos sabes todo lo que pienso”. Dios mismo declara: “Ustedes, pueblo de Israel, han dicho esto, y yo conozco sus pensamientos” (Ezequiel 11:5 [NVI]). Amós 4:13 (LBLA) exalta al Señor afirmando acerca de él: “he aquí el que forma los montes, crea el viento y declara al hombre cuáles son sus pensamientos”. De hecho, el conocimiento de Dios alcanza incluso las motivaciones y reflexiones más íntimas del ser humano: “Ante el Señor están la muerte y el sepulcro, ¡y también el corazón de los seres humanos!” (Proverbios 15:11). También David escribió al respecto: “el Señor escudriña los corazones de todos y entiende toda intención de los pensamientos” (1 Crónicas 28:9).
Dios no se limita a observar todas estas cosas desde la pasividad, sino que escudriña nuestra actividad intelectual, en tiempo real, las 24 horas del día, los siete días de la semana. Las Escrituras utilizan varios términos para expresar matices de esta actividad: él prueba, pone a prueba, examina, sondea, pondera y escudriña, por mencionar solo algunos ejemplos. En Jeremías leemos: “Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos” (Jeremías 17:10 [NVI]). Otros dan testimonio de su actividad en términos semejantes: “El crisol pone a prueba la plata, el horno pone a prueba el oro, y el Señor pone a prueba los corazones” (Proverbios 17:3); “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones” (Proverbios 21:2 [RVR60]). Jeremías escribió: “Señor de los ejércitos, que pones a prueba a los justos, que examinas el corazón y los pensamientos” (Jeremías 20:12). Por esa razón, David exhortó a su hijo Salomón: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario, porque el Señor escudriña los corazones de todos y entiende toda intención de los pensamientos” (1 Crónicas 28:9).
La piedad de la mente (o espiritualidad intelectual) se deja ver cuando las personas, en sentidas oraciones, invitan al Señor a probarlos. Estas oraciones son el medio que los autores bíblicos usan para pedir al Señor que él les conceda una mayor conciencia de la actividad de su propio intelecto; y a la vez, sus pedidos suponen que existe en ellos una actitud de continuo arrepentimiento. David imploró al Señor: “¡Ponme a prueba, Señor! ¡Examíname! ¡Escudriña mis anhelos y mis pensamientos!” (Salmos 26:2). En Salmos 139:23, el salmista pide: “Señor, examina y reconoce mi corazón: pon a prueba cada uno de mis pensamientos”. En Salmos 19:14 (LBLA), el autor declara: “Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor”. No obstante, tal vez la expresión de piedad intelectual más conmovedora de las Escrituras es la que encontramos en Salmos 131:1-2 (NVI):
Señor, mi corazón no es orgulloso, ni son altivos mis ojos; no busco grandezas desmedidas, ni proezas que excedan a mis fuerzas. Todo lo contrario: he calmado y aquietado mis ansias. Soy como un niño recién amamantado en el regazo de su madre. ¡Mi alma es como un niño recién amamantado!
Traducido por Micaela Ozores