Una mente que teme al Señor

Esta es la segunda entrega de una serie de cinco blogs sobre la mentalidad que Dios desea hallar en su pueblo.

La intención divina de que los israelitas siempre “tuvieran tal corazón” (como vimos en el último blog) va de la mano de un “para que”: “para que a ellos y a sus hijos les fuera siempre bien”. Este “para que”, que funciona como conjunción, se encuentra al menos cincuenta veces más en Deuteronomio y su uso indica, en la mayoría de los casos, cuál es el propósito del Señor. Muchas veces señala la intención del Señor de prosperar a la nación: que vivan, que se prolonguen sus días de vida y que la tierra sea bendita.

En contraste, hay seis ocasiones en que leemos que el propósito de Dios para Israel (precedido por un “para que”) está vinculado más bien con adquirir el temor del Señor (Dt. 5:29, 6:2; también expresado como “para que aprendas a temer al Señor tu Dios” y expresiones semejantes en Dt. 14:23, 17:19, 31:12). Además, volvemos a ver el “para que” en Deuteronomio 4:10 con el mismo significado: “Reúne al pueblo, para que yo les haga oír mis palabras. Las aprenderán, para que me teman todos los días que vivan sobre la tierra, y para que las enseñen a sus hijos”.

Deuteronomio 10:12-13 también expresa la intención didáctica de Dios. Moisés preguntó: “Y ahora, Israel, ¿qué es lo que el Señor tu Dios pide de ti?”. La respuesta contiene cinco verbos que nos dan contexto para entender la reverencia hacia Dios y su motivación para pedir estas cosas a Israel. De hecho, la respuesta yuxtapone cuatro de esos verbos con el temor, de modo tal que la formulación queda estrechamente ligada, en términos temáticos, al propósito general del Señor para Israel, que fue expresado de forma similar en Deuteronomio 5:29:  que temas al Señor tu Dios, que vayas por todos sus caminos, que ames al Señor tu Dios, que sirvas al Señor tu Dios, (con todo tu corazón y con toda tu alma),  que cumplas sus mandamientos y estatutos, para que te vaya bien.

En Deuteronomio, las personas temerosas de Dios se caracterizan por su reconocimiento intelectual de la voz de Dios: sus “palabras” (Dt. 4:10), “mandamientos” (Dt. 5:29), “estatutos” (Dt. 6:2, 24) y “todas las palabras de esta ley escritas en este libro” (Dt. 28:58). En términos conductuales, los que tenían un corazón temeroso eran los que servían al Señor y juraban por su nombre (Dt. 6:13), iban por sus caminos (Dt. 8:6), lo seguían (Dt. 10:20), atendían a su voz (Dt. 13:4), leían su palabra (Dt. 17:19) y quitaban el mal de en medio del pueblo (Dt. 21:21). Estos criterios intelectuales y conductuales expanden el sentido de la expresión idiomática que Moisés cita en Éxodo 20:20 (RVR60): “para que su temor esté delante de vosotros”, o en términos más gráficos, delante de sus rostros. John I. Durham traduce esta expresión como “esté siempre delante de ustedes, en su mente”. La frase deja ver que el temor del Señor debía estar “siempre delante de ellos como una preocupación constante de la mente”. Dicho en términos metafóricos, el temor piadoso era como una especie de giroscopio, que equilibraba la mente en medio de los mensajes desorientadores que les llegaban de las otras naciones, o como un GPS interno, que guiaba su peregrinaje espiritual.

Del mismo modo, vemos a lo largo del Antiguo Testamento que el temor piadoso implicaba la humildad intelectual y la rectitud ética que se tipifica en Proverbios 3:7: “No seas sabio en tu propia opinión; teme al Señor y apártate del mal”. Por ese temor es que Abraham no retuvo a Isaac cuando Dios le mandó sacrificarlo, a pesar de que no le hallara el sentido (Gn. 22:12). Por la misma razón José rechazó la provocación de la esposa de Potifar y la consideró una “gran maldad” (Gn. 39:9). También por eso las parteras hebreas desobedecieron al faraón y protegieron al bebé Moisés (Éx. 1:17) y los siervos del faraón resguardaron sus ganados durante las plagas por temor a Jehová (Éx. 9:20). Tampoco los líderes del pueblo aceptaron sobornos (Éx. 18:21). Los reyes que reinaron con justicia lo hicieron por temor al Señor (2 S. 23:3) y así también Job se apartó del mal (Job 1:1). Abdías temió al Señor y escondió a los profetas de la persecución de Ajab (1 R. 18:4). Los hombres que iban con Jonás “ofrecieron un sacrificio y le hicieron votos” al Señor (Jon. 1:16). El remanente justo aceptó la corrección de Dios (Sof. 3:7). Zorobabel y Josué “oyeron la voz del Señor su Dios” (Hag. 1:12). Los que aún temían al Señor después del exilio temían y pensaban en su nombre (Mal. 3:16).[1] Asimismo, cuando Israel vio las grandes maravillas de Dios, “todos creyeron en el Señor y en su siervo Moisés” (Éx. 14:31); y cuando Samuel clamó al Señor, “todo el pueblo sintió temor ante el Señor y ante Samuel” (1 S. 12:18).

Hoy en día, ¿somos guiados por el temor de Dios? ¿Podemos identificar decisiones que no tomamos o acciones que no hicimos porque sabíamos que deshonrarían al Señor? ¿Identificamos decisiones o acciones con las que efectivamente deshonramos al Señor?

Cuando pecamos de esta manera, necesitamos recordar la oración de confesión que enseña el Libro de oración común de la Iglesia Anglicana:

Dios misericordioso, confesamos que hemos pecado contra ti con nuestros pensamientos, palabras y actos, en lo que hemos hecho y en lo que no hemos hecho. No te hemos amado con todo el corazón, ni hemos amado a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Lo lamentamos profundamente, nos arrepentimos con humildad y te pedimos que, por la obra de tu Hijo Jesucristo, tengas piedad de nosotros y nos perdones, para que podamos deleitarnos en tu voluntad y andar en tus caminos, para la gloria de tu Nombre. Amén.

Traducido por Micaela Ozores

[1] Es útil comparar estos ejemplos con la perspectiva y las conductas de los que no temían al Señor (2 R. 17:25, 34; Is. 57:11; Jer. 5:22, 26:19; Os. 10:3; Sal. 55:19).

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