¡Oh, my God! Mas de 100 días encerrados o, al menos, con importantes limitaciones para realizar a vida que llamamos “común”.
Nuestros hábitos, desde los más sencillos hasta los mas complicados se vieron alterados. Hemos descubierto que somos, cada vez, seres humanos atados a procesos automáticos que no son tan fáciles de alterar.
Sin embargo, debo confesar que mucho de lo que he considerado “normal” por largo tiempo, la Pandemia me ha demostrado que no lo era tanto. Y estoy convencido de que no soy el único que lo ha descubierto.
Antes de marzo, creíamos que correr de un lado a otro con una agenda casi imposible era normal. Comer apurados comida basura era normal. Descuidar el tiempo de descanso para no descansar, vivir hiper conectados a las redes sin parar un segundo. Y, sobre todo, permitir que esa loca normalidad nos robe lo mas precioso que tenemos, que es la relación con las demás personas.
A tal nivel llegó la impersonalidad, que muchos padres reconocieron a sus hijos luego de tenerlos cerca mas de 24 horas seguidas!
Fuerte es también el desafío de con qué llenar nuestra mente estos días. En nombre del relajamiento, las series online, tuvieron su recompensa de oro.
Sin embargo, algunos volvimos a mirar nuestra biblioteca y descubrimos libros sin terminar, apuntes desordenados y, sobre todo, tiempo silencioso para meditar. He leído como hace mucho no lo hacía. Terminé tres libros, escribí gran parte de otro y me deleité escuchando a sabios. No podía permitir que mi mente se llenara sólo de balazos, autos veloces o comandos al rescate.
La Pandemia me devolvió el placer de conversar sin apuro con familia y amigos; intercambiar opiniones y reírnos mucho de nosotros mismos.
Soy cristiano, así que la fe y la meditación en las Escrituras refrescaron pozos que estaban un poco secos. De alguna manera, mi fe se fortaleció al tener que confiar una vez más en Aquel que tiene el control de todo lo que sucede. No es que no lo sabía, pero parece que a la letra en mi mente le faltaba un poco mas de espiritualidad.
La Pandemia me obligó a reconsiderar agenda y apuros, personas y reuniones, importancias y prioridades, enfoques y distracciones. Nada malo en sí mismo, pero sí, hacía falta un nuevo orden.
Una vez más, mirar con compasión al que sufre sin recursos y revisar lo que hacemos para acompañarlos. Nunca nos parecemos más a Dios que cuando damos.
Y soy de los que piensa, que nuestra vida en esta tierra debe estar ligada a un profundo amor al prójimo.
Gracias, Pandemia por ayudarme.
Comparto, Dios paró el mundo y nos ha reenfocado. Hay un antes y después en la vida de todos nosotros.
Dios te bendiga.
Mirta Esteyro
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