(Osam es el Director Ejecutivo de la Society of Christian Scholars y vive en Nigeria.)
¿Debería continuar el confinamiento o ya es hora de que termine? ¿Deberíamos empezar a abrirnos un poco, o mucho, o de forma gradual? Los epidemiólogos dan su opinión. Los economistas dan la suya. Los trabajadores de la salud también. Los sindicatos comentan. Los políticos también hablan. En medio de esta disonante orquesta de voces, ¿qué dice la voz de los cristianos? No soy ningún experto en el tema y no sé a qué voz seguir. Incluso hemos sabido de expertos que ya nos han confundido y engañado muchas veces en el pasado, pero la Biblia dice: “Mis ovejas escuchan mi voz…”. Amado Señor, ayúdanos a distinguir tu voz con claridad.
Los epidemiólogos dicen que, si abrimos la economía, millones de personas morirán. Su argumento es que no hay razones para exponer a las personas a un nuevo virus que nadie conoce bien porque el saldo en vidas humanas podría ser catastrófico. ¿Cuál es la solución que proponen? Declarar cuarentena en las ciudades y que las personas se resguarden en sus casas por un tiempo para mitigar la propagación del virus. Las voces de algunos economistas dicen que, si la cuarentena continúa, nuestras economías acabarán en ruinas: las empresas acabarán en la quiebra, las monedas se devaluarán, millones deambularán por las calles buscando empleo en vano y, aun así, muchos igual morirán. ¿Cuál es la solución que proponen? ¡Volvamos al trabajo! Dejemos que mueran unos pocos millones, pero que las economías no se detengan. Mientras tanto, muchos políticos dudan. Para muchos de ellos, la verdad depende de las encuestas de opinión pública y de lo que sea que defina sus posibilidades electorales.
Puede que no entienda todos estos argumentos, pero si de algo estoy seguro es de que no quiero morir, ni quiero ver a ninguna otra persona morir. Si no podemos hallar una manera de proteger las vidas y prevenir la hambruna, tal vez eso signifique que hemos pasado todos estos años construyendo un sistema mundial insostenible. Hemos vivido años con el virus de la pobreza, la inequidad y el racismo. En el último tiempo, hemos agregado a nuestro vocabulario un nuevo virus llamado SARS-CoV-2, comúnmente denominado coronavirus. En medio de este mar de voces, temo que la presión política tome las riendas de la situación, ¡sacrificando la humanidad! El otro día, unos trabajadores libaneses salieron a las calles al canto de “Corona, corona, qué nos importa el corona”. En Estados Unidos, los manifestantes quieren volver a su trabajo. ¿Realmente creen que lo que estos manifestantes están diciendo es que no les importa la vida humana? Lo dudo. Solo tienen hambre y están pidiendo una sociedad mejor. Vivimos en una civilización consumista que no puede detenerse un mes o dos sin que las personas empiecen a morir de hambre.
Romanos 8:19 dice que la creación entera gime ansiosa a la espera de la manifestación de los hijos de Dios. Me sigo preguntando: ¿Cuándo se manifestarán los hijos de Dios? ¿Por qué se demoran tanto? ¿Adónde hemos estado escondidos todos estos años? Se me ocurre que tal vez los hijos y las hijas de Dios a los que el universo aguarda expectante están todos escondidos en las iglesias. Van a la iglesia todos los domingos, pero su luz no brilla en la sociedad. No han empezado a vivir la idea de que son la imagen de Dios, que llevan el Espíritu Santo en su propio cuerpo y que tienen la autorización divina para influenciar el mundo. Cuando Egipto no supo cómo proceder, hizo falta que José asumiera el liderazgo. Cuando los reyes de Babilonia necesitaron respuestas, encontraron a Daniel. Si el mundo está herido y no puede hallar soluciones, lo que eso significa es que están faltando Josés y Danieles en nuestras iglesias. Jesús dijo que somos la luz del mundo. ¿En qué medida hemos contribuido al pensamiento económico, político y social de nuestros distintos países en el último siglo? ¿Hasta qué punto hemos llevado nuestra influencia redentora a la sociedad para darle paz y justicia? ¿Hasta qué punto hemos fomentado la política del amor sacrificial?
La insignia de nuestro cristianismo no debería ser una pegatina en el coche o la dirección en la que conducimos todos los domingos. La insignia de nuestro cristianismo debería hallarse en nuestro compromiso con el mundo. Si el mundo está buscando respuestas, el mundo debería poder acudir a nosotros. En medio de este mar de voces, hagamos que la voz cristiana se escuche clara y fuerte.
Traducido por Micaela Ozores