Génesis 3:17 explica cómo y por qué entró el pecado al mundo. Dios dijo a Adán: “Por cuanto has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: ‘No comerás de él’ […]” (el término hebreo que se traduce aquí como “escuchar” [shamar] suele traducirse como escuchar, oír u obedecer, según el contexto).
El pecado se expresó en el error de no obedecer a la voz de Dios. Eva escuchó a la serpiente en vez de a Adán. Adán escuchó a Eva en lugar de a Dios. Juntos, adoptaron el escepticismo de la serpiente y su percepción distorsionada de la realidad. En consecuencia, la creación sufrió una terrible reversión y el veneno de la cosmovisión sesgada de la serpiente impregnó a la raza humana.
Todo pecado halla su origen en el rechazo a atender a la voz de Dios, una rebelión mental que ha tenido penosas consecuencias (Ro. 1:18-23). Como escribió Pablo: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un solo hombre, y por medio del pecado entró la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). De hecho, Génesis 3 hace hincapié en la misma pregunta que nos sigue planteando hoy en día: ¿A quién escuchamos y obedecemos: a Dios o a Satanás?
Este tema adquiere centralidad tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Un ejemplo positivo, y poco común, es cuando Dios dijo que Abraham, el “Padre” espiritual de Israel,
respondió adecuadamente a la voz de Dios: “Abraham escuchó mi voz, y guardó mis preceptos, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Gn. 26:5). Por otro lado, el Señor declaró muchas veces a Israel a través de Moisés y los profetas: “Si tú escuchas con atención la voz del Señor tu Dios, y cumples y pones en práctica todos los mandamientos que hoy te mando cumplir, el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra” (Dt. 28:1). Como nos lo demuestra el registro bíblico, Israel no escuchó ni obedeció.
Rechazaron los mandamientos de Dios; se rehusaron a cumplirlos y se rebelaron contra ellos. No tuvieron en cuenta su voz y se volvieron a la idolatría. Siguieron “su propio consejo” y actuaron con arrogancia. En los días del profeta Jeremías, incluso declararon: “Tú dices que nos has hablado en nombre del Señor, pero no vamos a hacerte caso” (Jer. 44:16).
La Biblia dice que su actitud hacia Dios fue obstinada y que su corazón estaba endurecido. Se usan varias metáforas para describir su conducta: “volvieron la espalda”, “endurecieron su cerviz” y no “inclinaron su oído” para atender a la voz de Dios. Fueron “duros de frente” y su corazón fue de “hierro y bronce”.
Sin embargo, el Nuevo Testamento es igual de crítico respecto de quienes no escuchan la voz divina. Dios mismo habló a los tercos discípulos de Jesús y les dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. ¡Escúchenlo!” (Mt. 17:5). No obstante, muchos de los judíos respondieron: “Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?” (Jn. 10:20).
Jesús incluso citó el afamado diagnóstico que hizo Isaías acerca de sus reacios oyentes. En efecto, en su caso, se cumple la profecía de Isaías:
De manera que en ellos se cumple la profecía de Isaías, que dijo: “Ustedes oirán con sus oídos, pero no entenderán; y verán con sus ojos, pero no percibirán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido; con dificultad oyen con los oídos, y han cerrado sus ojos; no sea que con sus ojos vean, y con sus oídos oigan, y con su corazón entiendan y se vuelvan a mí, y yo los sane.” (Mt. 13:14-15)
Sin embargo, a la minoría que sí lo escuchó, él le dijo: “dichosos los ojos de ustedes, porque ven; y los oídos de ustedes, porque oyen” (Mt. 13:16).
Entonces, las preguntas que nos resta hacernos a usted y a mí son:
¿Escuchamos la voz de Dios que habla a través de Cristo en su Palabra inspirada?
¿Tomamos en serio su revelación o minimizamos su autoridad en nuestra vida?
Traducido por Micaela Ozores