En Génesis 1:1—2:3, el término hebreo que designa a Dios, Elōhîm, aparece 35 veces como sujeto de verbos de acción (crear, moverse, decir, ver, separar, llamar, hacer, bendecir, reposar, acabar) y evaluación (ver). Este nombre mostraba la trascendencia, la independencia y el poder de Dios a través del pensamiento, el habla y la acción. Claramente, Elōhîm es la fuente de todo lo que existe desde el momento mismo de la creación y es la fuente de la que todo ello depende. Él determinó las condiciones de la existencia y de todo pensamiento. Él proveyó la sustancia con la que la naturaleza cuenta para el propio sustento. Además, él es el objetivo hacia el cual avanza la historia.
En todo el Antiguo Testamento, la palabra Elōhîm aparece más de 2500 veces. Él es el Señor de la creación, el “Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra” y que, con justicia, exige nuestra reverencia (Jon. 1:9). Su reinado es universal, puesto que es designado el “Dios de toda la tierra” (Is. 54:5), “el Dios de toda la humanidad” (Jer. 32:27) y “Dios en los cielos y en la tierra” (Jos. 2:11). Él es, como declara Proverbios, el juez supremo: “Los ojos del Señor están en todas partes, y observan a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3). Elōhîm es el Señor de la historia y hace todo conforme al propósito que ha establecido en su pacto (Gn. 24:7; vea también Gn. 50:20). Además, es exaltado por sobre todos los dioses. Así, los israelitas invocaron al “Dios [Elōhîm] de los cielos” en medio del exilio y el paganismo (2 Cr. 36:23; Esd. 1:2; Neh. 1:4, 5; 2:4, 20; Dn. 2:18; Jon. 1:9). De hecho, él es el único Dios: “sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra, pues tú hiciste los cielos y la tierra” (Is. 37:16, vea también Dt. 4:39).
El segundo nombre de Dios, Yahweh Elōhîm (Gn. 2:4—3:24, “el Señor Dios”), es sumamente único. Aparece 20 veces en este pasaje, que contiene referencias a la obra de Dios en el jardín del Edén y a su relación con Adán y Eva (hacer, causar, plantar, hacer crecer, tomar, dar órdenes, decir, formar, caminar, llamar, enviar). Sin embargo, mientras que en Génesis 1:1—2:3 el nombre Elōhîm acompaña, principalmente, lo que ocurre en un nivel macrocósmico y transcendente, el nombre Yahweh Elōhîm se presenta, en general, con un énfasis microcósmico y hace hincapié en la inmanencia divina (Gn. 2:4—3:24). Yahweh Elōhîm “se arremanga”, por así decirlo, y pone manos a la obra para preparar un hábitat adecuado para Adán y Eva. Él mostró un interés personal en cada uno de ellos. Estuvo involucrado directamente en la educación de Adán por medio del pensamiento deductivo y la revelación inductiva (Gn. 2:15-17, 18-23). La única valoración negativa explícita que hizo de su creación fue al referirse a la soledad de Adán (v. 18). Él fue quien inició la búsqueda de una pareja para él (vv. 18-23). Realizó la primera “cirugía” para crear a Eva (v. 21). Estuvo presente en el jardín del Edén, “caminando” (v. 8). Después de que Adán y Eva pecaron, Dios se dirigió a ellos personalmente (vv. 9-13). Habló directamente a la serpiente y a Adán y Eva para emitir su juicio (vv. 14-19, 24). Vistió a sus criaturas humanas (v. 21) y las desterró del jardín por su propio bien (vv. 23-24).
El nombre Yahweh, desde luego, fue el nombre especial con el que Dios se reveló a Israel durante su cautividad en Egipto (Éx. 3:14). Este nombre, que resuena con el eco del Edén, ilustra la inmanencia de Dios en ese contexto. Éxodo 3:2 nos muestra que Dios inició la comunicación con Moisés por medio de una teofanía (la zarza que ardía en el desierto). En el versículo 3, Dios llama a Moisés. En el versículo 6, Dios revela su propia identidad y lo hace haciendo referencia al pacto patriarcal: “Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Yahweh testificó: “He visto muy bien la aflicción de mi pueblo que está en Egipto. He oído su clamor por causa de sus explotadores. He sabido de sus angustias” (v. 7). No obstante, no se limitó a empatizar con su situación, sino que intervino en ella a través de Moisés, con obras poderosas y redentoras, en contra del Faraón: “he descendido para librarlos de manos de los egipcios y sacarlos de esa tierra, hacia una tierra buena y amplia” (v. 8). Luego, cuando Moisés objetó a este llamado con su sensación de incompetencia y duda, Dios le prometió que su presencia lo acompañaría de continuo: “yo estaré contigo” (v. 12).
Así, Genesis 1 revela a Dios como Elōhîm, el Dios personal, absoluto, inmutable, independiente y eterno. En términos ontológicos, él antecede a todo lo creado. Existe, se explica y se atestigua por sí solo; es autosuficiente. Él es absolutamente sabio, omnipotente, omnisciente, omnipresente y soberano. Él es la fuente de la virtud moral, la verdad y la bondad. Es la vara con la que se mide toda cosa creada y todo pensamiento humano para rendir cuentas ante él. Él es el Dador cósmico de la ley, además del fundamento providencial del sustento y orden. Aun así, él también es Yahweh Elōhîm, la divinidad que camina junto a Adán y Eva en Génesis 2 al 3. Él no fue un Dios distante, ni se limitó a controlar su creación mediante la mera observación y experiencia, sino que les habló. El rey trascendente también fue el maestro, guía y pastor inmanente. Dotó al ser humano de identidad y le asignó un propósito.
Por todas estas razones, David declaró: “¡Cuán grande eres, Señor y Dios! ¡No hay nadie como tú! Tal y como lo hemos sabido, ¡no hay más Dios [Elōhîm] que tú!” (2 S. 7:22).
Traducido por Micaela Ozores