Como vimos en un artículo reciente (¿Qué es la sabiduría?), la sabiduría consiste en saber qué es lo que realmente importa y actuar en consecuencia. Establecer qué es lo importante no es sólo una cuestión de hechos, sino de un conocimiento del sentido de las cosas. La sabiduría se pregunta: ¿Qué cosas son valiosas? ¿Qué cosas tienen un propósito? ¿Qué es lo más importante? ¿Cómo puedo hacerlo o aplicarlo de la manera correcta?
La Biblia da testimonio de que el Dios omnipotente y omnisciente es sumamente sabio. Raymond C. Van Leeuwen explica: “La totalidad cósmica del carácter de la sabiduría implica que sólo YHWH es sabio hasta lo sumo. Una sabiduría absoluta requiere conocimiento y entendimiento totales, junto con el poder para hacer todo lo que la sabiduría demanda”. Dios es sabio hasta lo sumo.
Ahora bien, ¿qué es lo que él considera sumamente importante? ¿Qué cosas son las más valiosas a sus ojos? ¿Qué cosas hacen para Dios el fundamento de la sabiduría y lo guían en todo lo que hace?
En primer lugar, la sabiduría de Dios está arraigada a un entendimiento de sí mismo y a su perfección. Lo más importante para Dios es él mismo y su gloria. San Agustín expresó este concepto claramente:
Dios mismo, el Autor de la virtud, será nuestra recompensa. Puesto que no hay nada más grandioso ni mejor que Dios mismo, lo que Dios ha prometido darnos es su propia persona. ¿Qué más pudo haber querido decir cuando por medio del profeta dijo “yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo”, sino “Yo seré su satisfacción, yo seré todo lo que el pueblo pueda desear honradamente: vida, salud, alimento, satisfacción, gloria, honor, paz y todas las cosas buenas”? Esta misma es la interpretación correcta de los dichos del apóstol: “que Dios sea el todo en todos”. Dios será el fin de todos nuestros deseos, lo veremos para siempre, lo amaremos sin hastiarnos y lo adoraremos incansablemente.
En su gran sabiduría, Dios se designó a sí mismo como el mayor objetivo de la humanidad y todo lo que hizo en la creación, hace en la redención y hará en la restauración, apunta a este propósito supremo. Dios mandó, por ejemplo, que seamos “hechos conforme a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29), que seamos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P. 1:4), que “se fortalezca [nuestro] corazón y [seamos] santos e irreprensibles delante de nuestro Dios y Padre” (1 Ts. 3:13), y también determinó que “también a nosotros nos resucitará con él, y nos llevará a su presencia juntamente con ustedes” (2 Co. 4:14) y que nos presentará “intachables delante de su gloria con gran alegría” (Jud. 1:24).
En segundo lugar, Dios nunca vacila ni duda de su propósito original y supremo en la creación, su “plan para la tierra”. T. Desmond Alexander describe la “extraordinaria visión” de Dios de habitar “con la humanidad en una tierra nueva” como el “meta-relato” bíblico o la cosmovisión bíblica. Él dice: “Mientras que Génesis presenta la tierra como un área de construcción en potencia, Apocalipsis describe una ciudad terminada. Más allá de la construcción de esta ciudad, se halla la expectativa de que Dios habitará en ella y compartirá sus instalaciones con gente de toda nación”.
Entonces ¿qué es lo que hace sabio a Dios? ¿Por qué él es el filósofo divino? Porque ama la sabiduría. Es la personificación de la sabiduría. Él sabe cómo aplicar lo que es realmente importante para él en la creación. Todos sus actos, siempre, apuntan a su gloria, su amor por la humanidad y su tabernáculo terrenal. Él sabe discernir cómo aplicar estas motivaciones en todas y cada una de las circunstancias para obtener el mejor resultado posible. Él entiende cómo coordinar el fin y los medios, la causa y el efecto. Él siempre tiene el diagnóstico preciso y el remedio correcto. Él sabe cómo reparar lo que sea que esté dañado. Él puede construir lo que sea que diseñe. Sus ideas siempre tienen consecuencias positivas.
Dios es bueno, tiene pensamientos buenos y hace cosas buenas. En esto consiste la sabiduría divina y este es nuestro Dios, el filósofo divino.
Y esta es la razón para nosotros: «El temor del Señor es el principio de la sabiduría» (Proverbios 1:7).
Traducido por Micaela Ozores