El propósito y el plan de Dios se resumen en la esperanza de un futuro conocimiento de él. Un día, los efectos que el pecado ha tenido sobre la mente y el corazón serán revertidos. Nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestra alma estarán completamente abocados a servir y honrar al Señor. ¿Por qué? Porque conocer a Dios —y por medio de él, conocer todas las cosas— es la finalidad de la creación: “Porque así como el mar rebosa de agua, también la tierra rebosará con el conocimiento de la gloria del Señor” (Hab. 2:14).
Ezequiel relaciona esta restauración del conocimiento de Dios con la redención y la renovación cósmica que ocurrirán en el futuro: “Cuando yo rompa las coyundas de su yugo, y las libre de las manos de sus opresores, sabrán que yo soy el Señor” (Ez. 34.27); “Multiplicaré en ustedes el número de hombres y del ganado […]. Haré que vuelvan a vivir como en el pasado, y los trataré mejor que antes” (Ez. 36:11); “La tierra y los árboles del campo darán su fruto, y mis ovejas vivirán seguras sobre su tierra […], sabrán que yo soy el Señor” (Ez. 34:27). En aquel tiempo, el pueblo de Dios sabrá con certeza cuál es su verdadera identidad, porque “entonces mis ovejas sabrán que yo, su Señor y Dios, estoy con ellas, y que ellas son mi pueblo, el pueblo de Israel” (Ez. 34:30).
El “último Adán”, Cristo (1 Co. 15:45), no fallará como lo hizo el primer Adán, o Israel, o la iglesia, porque él rechazará todo conocimiento que esté fuera de lo que escuche de Dios y de la obediencia a él.
En Jeremías, el Señor promete hacer una obra divina que permitirá que podamos conocerlo: “Pondré en ellos el deseo de conocerme, y de reconocer que yo soy el Señor. Y si en verdad se vuelven a mí de todo corazón, entonces ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios” (Jer. 24:7). Aun más significativo es lo que Dios proclama más adelante en el mismo libro: que entablará una relación totalmente nueva con su pueblo, basada en un nuevo pacto que posibilitará un conocimiento universal de Dios: “Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Nadie volverá a enseñar a su prójimo ni a su hermano, ni le dirá: ‘Conoce al Señor’, porque todos ellos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán” (Jer. 31:33b-34a).
Por último, es esencial ver que el agente que provee entendimiento, perspectiva y conocimiento es nada menos que el Mesías prometido, Jesucristo. Isaías afirma:
Una vara saldrá del tronco de Isaí; un vástago retoñará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor; el espíritu de sabiduría y de inteligencia; el espíritu de consejo y de poder, el espíritu de conocimiento y de temor del Señor. (Is. 11:1-2)
Su deleite será temer al Señor. No juzgará según las apariencias, ni dictará sentencia según los rumores. Defenderá los derechos de los pobres, y dictará sentencias justas en favor de la gente humilde del país. Su boca será la vara que hiera la tierra; sus labios serán el ventarrón que mate al impío. La justicia y la fidelidad serán el cinto que ceñirá su cintura. (Is. 11:3-5)
El lobo convivirá con el cordero; el leopardo se acostará junto al cabrito; el becerro, el león y el animal engordado andarán juntos, y un chiquillo los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león comerá paja como buey. El niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la cueva de la víbora. Nadie hará mal ni daño alguno en ninguna parte de mi santo monte, porque la tierra estará saturada del conocimiento del Señor, así como las aguas cubren el mar. (Is. 11:6-9)
Este pasaje es uno de los muchos textos de Isaías que designan al Mesías que habría de venir como aquel que fue ungido por el Espíritu del Señor para restaurar el paraíso perdido (Is. 42:1-4; 59:21; 61:1-3; 63:14). El Mesías hallará “su deleite” en el “temor del Señor”, por lo que tendrá sabiduría y un conocimiento de Dios que dará evidencia de piedad y reverencia (Pr. 1:7). Él “dictará sentencia” y “defenderá” con justicia a los necesitados de la tierra. Traerá paz, prosperidad y justicia social como en el Edén (Is. 51:3). Tendrá la capacidad de juzgar y gobernar con “espíritu de sabiduría y de inteligencia”, al igual que Salomón (1 R. 4:9) y Daniel (Dn. 1:20). El Mesías trae consigo una “esperanza gloriosa” que dará lugar a “un mundo reconstituido y un pueblo sometido a un rey perfecto” (Alec Motyer, The Prophecy Of Isaiah [La profecía de Isaías], p. 121).
Para terminar, el Mesías cumplirá con el mandato que Adán quebrantó (Gn. 1:28). Una vez más, el nexo entre la presencia divina (el santuario), la paz (shalom) y la prosperidad se hará realidad en la tierra. El Mesías cultivará y cuidará la creación de Dios (Gn. 2:15) y traerá orden, belleza, seguridad, pureza y productividad a la tierra entera. Del mismo modo, el Mesías protegerá el dominio de Dios de la maldad y la impureza. Él conocerá “el bien y el mal” y comerá del fruto del árbol de la vida (Gn. 3:2). Él vive para siempre porque toda su sabiduría y su conocimiento provienen de la única fuente auténtica: Dios mismo. El “último Adán”, Cristo (1 Co. 15:45), no fallará como lo hizo el primer Adán, o Israel, o la iglesia, porque él rechazará todo conocimiento que esté fuera de lo que escuche de Dios y de la obediencia a él.
El punto más importante es que todo esto se cumplirá “porque la tierra estará saturada del conocimiento del Señor, así como las aguas cubren el mar”.
Traducido por Micaela Ozores