A veces, escucho a pastores y otros cristianos argentinos lamentarse por la influencia negativa que tiene la cultura norteamericana, en especial, entre los evangélicos. Escucho quejas sobre el tipo de música que se canta en las iglesias (estribillos monótonos) y la espiritualidad sentimental que se enseña. Estoy de acuerdo con ellos.
El reflexivo teólogo latinoamericano René Padilla, por ejemplo, expresa su pena frente al evangelicalismo importado made in U.S.A., saturado del “estilo de vida estadounidense”. Lo llama la “gran mentira”, refiriéndose al consumismo, que se concentra en el éxito individual y la felicidad personal. Estoy de acuerdo con él.
Sin embargo, el respetado historiador evangélico Mark Noll hace hincapié sobre otro aspecto destructivo del evangelicalismo norteamericano, que ha tenido una enorme influencia sobre América Latina: el anti-intelectualismo y la ignorancia bíblico-teológica. La oración con la que empieza su reconocido libro The Scandal Of The Evangelical Mind (El escándalo de la mente evangélica, 1994) deja en claro esta crítica: “El escándalo de la mente evangélica es que la mente evangélica apenas existe” (p. 3). Noll prosigue explicándose sin rodeos:
El fundamentalismo, el pre-milenialismo dispensacional, el movimiento de santidad de Keswick y el pentecostalismo fueron todas estrategias evangélicas de supervivencia, en respuesta a las crisis religiosas de fines del siglo XIX. De formas distintas, cada movimiento preservó algo esencial a la fe cristiana, pero juntos fueron un desastre para la vida de la mente. (p. 24)
Típicamente, los evangélicos, no ven la vida intelectual como un ámbito en el que glorificar a Dios porque, al menos en América [del Norte], nuestra historia ha sido más pragmática, populista, carismática y tecnológica que intelectual. (p. 55)
El resultado de seguir una teología que no ofrece una guía cristiana para la esfera más amplia de la vida intelectual ha sido, en términos precisos, la falta de convicciones cristianas firmes en los ámbitos de la filosofía, la historia de la ciencia, la estética, la historia, la novela y la poesía, la jurisprudencia, la crítica literaria y la sociología. (p. 137)
Lamentablemente, este cristianismo irreflexivo es lo que les hemos traído a ustedes, un mundo latino lleno de inmensa creatividad e inteligencia. Por lo tanto, en cuanto refiere al tema del anti-intelectualismo y su impacto negativo sobre el evangelicalismo latinoamericano, también estoy de acuerdo (a pesar de ser yo mismo estadounidense).
Pero a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. (1 Cor 12:7)
A Tito,verdadero hijo en la común fe. (Tito 1:4)
…Nuestra común salvación, he sentido la necesidad de escribiros exhortándoos a contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos. (Jude 1:3)
Ahora, permítanme presentarles una humilde propuesta para el desarrollo teológico de Argentina (y, tal vez, para toda Latinoamérica). Lo que les sugiero es aplicar una teología en tres dimensiones.
En primer lugar, la teología debería ser contextual, como da a entender Padilla sabiamente. Debe ser local y estar vinculada a los temas y las tendencias de su contexto social. Sus artífices deben ser pensadores que estén inmersos en ese contexto, que incorporen recursos de ese contexto y que den respuesta a las preguntas y los problemas que surjan de ese contexto.
Sin embargo, los cristianos intelectuales locales necesitan reconocer que padecen de una deficiencia que Padilla menciona en su ensayo “La contextualización del Evangelio” (1979): “La iglesia en América Latina es, en términos generales, una iglesia sin reflexión teológica” (él argumentó, recientemente, que esta situación ha mejorado, pero que hace falta profundizar este desarrollo. En relación con este punto, lo invito a ver este video). El otro desafío que Padilla plantea de forma implícita es que Latinoamérica no debe simplemente reemplazar el evangelicalismo cultural norteamericano por un evangelicalismo cultural latinoamericano. En el mismo ensayo, él escribe:
Ninguna cultura se conforma totalmente al propósito de Dios; en todas las culturas hay elementos negativos, desfavorables a la comprensión del evangelio. Por esa razón, el evangelio nunca llega a encarnarse cabalmente en ninguna cultura en particular. Siempre va más allá de cualquier cultura, aun cuando ésta haya sido afectada por él.
Otra debilidad que debemos evitar en la contextualización es el reduccionismo. Cuando la teología se concentra demasiado en el propio contexto y en sus pensadores locales, sin mantener la postura profética de la Biblia —que hace una crítica de todas las culturas—, suele apoyar el statu quo en la política, la cultura y la cosmovisión. Además, pensar demasiado en términos contextuales y “desde abajo”, puede aturdirnos e impedirnos escuchar las voces del pasado y del resto del mundo. Es necesario que la reflexión teológica incorpore un análisis contextual, pero no podemos reducirla sólo al contexto.
En segundo lugar, la teología debe ser global. Debemos escuchar la voz de franceses, alemanes, españoles e ingleses (y más). Las personas de color deben ser parte del debate. Otros contextos locales tienen perspectivas positivas y profundas para aportarnos. Una buena teología no sólo es contextual, sino que también escucha otras voces del resto del mundo. De hecho, es probable que no haya habido ningún otro momento histórico en que la iglesia haya tenido tantos líderes talentosos de todos los grupos étnicos y de todas las naciones.
En tercer lugar, la teología debe ser histórica. Debe estar profundamente arraigada a las Escrituras y a la tradición bíblico-teológica. No ha habido otro período en la historia en que la iglesia haya sido tan bendecida con tantos académicos excelentes. Debemos aprender de ellos, en especial, para remediar el antintelectualismo, la ignorancia y la irrelevancia.
Por otro lado, debemos aprender de la historia de la iglesia: de nuestros credos, nuestros grandes pensadores y de las doctrinas y prácticas que hemos combatido. ¿Cómo hicieron Abraham Kuyper y Dietrich Bonhoeffer para confrontar las ideologías de su época? ¿Cómo comunicaron Pascal y C. S. Lewis la cosmovisión cristiana? ¿Qué hicieron William Wilberforce, la familia Guinness y Martin Luther King para aliviar los problemas sociales críticos de aquel entonces? ¿Qué podemos aprender de nuestros grandes pensadores del pasado, como San Agustín, Anselmo, Calvino, los reformadores radicales, Comenius, los puritanos ingleses, Wesley, Edwards, y los hermanos Niebuhr, entre otros? Aprender de nuestros sabios predecesores reafirma los fundamentos de nuestra fe y nos ayuda a no repetir errores tontos. La historia nos enseña humildad y sabiduría.
Entonces, esta es mi humilde propuesta: la teología latinoamericana en Argentina debería constar de tres dimensiones. Necesita dar oídos al contexto, a las voces de todo el mundo y a la historia de la iglesia:
De otro modo, la teología latinoamericana quedará sujeta a las distorsiones y a la superficialidad de una sola dimensión. Gracias a Dios, en esta era de comunicaciones eficientes, viajes y globalización, este plan es alcanzable, siempre que exista la voluntad de llevarlo a cabo. Creo que Argentina podría liderar el camino hacia un renacimiento bíblico-teológico del evangelicalismo.
Ahora bien, si esta propuesta les parece aceptable, la pregunta es:
¿Qué clase de infraestructura se necesita para crear una teología más amplia y profunda en Argentina y, por extensión, en toda América Latina?
Traducido por Micaela Ozores