Pienso mucho en la cosmovisión. He comprendido que es un fenómeno muy complejo. Una cosmovisión, en realidad, es una red: la convergencia de ideas, cultura e historia. Las redes de nuestras cosmovisiones son la matriz social y mental en la que “vivimos, y nos movemos, y somos”, como diría Pablo (Hch. 17:28).
También entiendo cada vez más que las personas no son simplemente “tablas rasas” sobre las cuales escribimos la cosmovisión bíblica, sino que las encontramos ya encerradas en un laberinto de preconceptos antibíblicos y expectativas culturales, desde antes de que nosotros podamos decirles una palabra. Las personas con quienes entablo un diálogo no están meramente “vacías” de contenido ni son entes “neutrales” que esperan que nosotros los iluminemos. No. Perciben el mundo y se perciben a sí mismos a través de prejuicios pecaminosos e idolatrías. Las personas se forman incorporando ideas y normas culturales que distorsionan su visión de la realidad, de la Biblia y de nosotros.
Además, el proceso de formar una cosmovisión es muy difícil de entender, porque involucra una suma de factores teológicos y complejos.
Primero, pensemos en nuestro contexto espiritual posterior a la Caída: el pecado complica todo. En Efesios 2:1-3, Pablo menciona tres dimensiones negativas de la existencia humana: nuestra naturaleza pecaminosa, el mundo y el diablo.
A ustedes, él les dio vida cuando aún estaban muertos en sus delitos y pecados, los cuales en otro tiempo practicaron, pues vivían de acuerdo a la corriente de este mundo y en conformidad con el príncipe del poder del aire, que es el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos todos nosotros también vivimos en otro tiempo. Seguíamos los deseos de nuestra naturaleza humana y hacíamos lo que nuestra naturaleza y nuestros pensamientos nos llevaban a hacer. Éramos por naturaleza objetos de ira, como los demás.
Juntas, esas dimensiones, generan “los deseos de nuestra naturaleza humana” y “nuestros pensamientos”. Pablo dice en Gálatas 1:4 que vivimos en el “presente siglo malo”.
En segundo lugar, vemos la gracia común de Dios (Sal. 104, Hch. 14:17), que muchas veces refrena la maldad a fin de cumplir sus propósitos, y magnifica la belleza y el potencial de este mundo, a pesar de que es un mundo caído a causa del pecado.
Tercero, vemos el evangelio mismo, que tiene el poder de transformar vidas y comunidades.
Sin embargo, en cuarto lugar, nos encontramos con el enigmático concepto de la providencia divina. Creo en ella como doctrina pero, muchas veces, me cuesta entenderla en la práctica. Consideremos lo que dice Hechos 17:26-27.
De un solo hombre hizo a todo el género humano, para que habiten sobre la faz de la tierra, y les ha prefijado sus tiempos precisos y sus límites para vivir, a fin de que busquen a Dios, y puedan encontrarlo, aunque sea a tientas. Pero lo cierto es que él no está lejos de cada uno de nosotros.
Me pregunto qué significará el versículo 26 a la luz de la historia y de las culturas de Sudamérica, por ejemplo, ya que Dios “ha prefijado sus tiempos precisos y sus límites para vivir, a fin de que busquen a Dios”. Recordemos que América del Sur fue colonizada por imperios y culturas católicos del sur de Europa. Imaginen qué habría sucedido si el continente hubiera sido colonizado por naciones y culturas protestantes del norte de Europa. Imaginen también qué habría sucedido si hubiera habido aquí una Reforma protestante. Piensen en cuáles podrían haber sido las implicancias sociales, políticas y económicas.
Lamentablemente, lo que en efecto sucedió, es que millones de personas murieron, por la violencia y las enfermedades, debido a las ambiciones del imperio y su pariente, el colonialismo. Los colonos adquirieron tierras, y los pobladores fueron dispersos o esclavizados para preservar la seguridad o para asegurar a los colonos ganancias y gloria. Millones de africanos llegaron como esclavos a Brasil. ¿Y el cristianismo? Solía estar vinculado con los ricos y poderosos, con el imperio y el colonialismo y, muchas veces, pasaba por alto a las víctimas: los pobres, los explotados, los esclavos, los maltratados y los condenados.
Podríamos mencionar otros enigmas de la historia y seguir especulando pero, personalmente, creo que la matriz de la maldad, la gracia común, el evangelio y la providencia divina en la historia humana y el proceso de formar una cosmovisión es algo muy complejo.
Por lo tanto, creo que necesitamos tener mucha humildad, mucha sabiduría y mucho entendimiento para discernir, por medio del evangelismo, la plantación de iglesias y las misiones, la intrincada red de las cosmovisiones que hallamos en las culturas.
¿Por qué? Porque las personas ya vienen pre condicionadas por ideas y normas culturales —a lo cual se suma la historia— de formas complejas que distorsionan las cosmovisiones antes de que nosotros les presentemos el evangelio. No podemos, simplemente, envolverlas con la Biblia, dando por hecho que las personas son neutrales o están abiertas al mensaje, porque la realidad es que suelen llegar heridas, confundidas, con indiferencia u hostilidad.