«Discipulando naciones»: Una crítica empática del libro de Darrow Miller (Parte 1)

Cuando vi por primera vez el título del libro de Darrow Miller Discipulando naciones: El poder de la verdad para transformar culturas (1998, 2001, traducción al español en el año 2002), algo hizo ruido en mi interior. Para mí, la frase “discipular a las naciones” comunicaba una disonancia escritural y teológica. En ese entonces, no ahondé en esa sensación, que no por ello dejó de estar presente. En noviembre del año pasado, asistí a una conferencia donde Miller era uno de los oradores invitados. En su presentación, enseñó sobre discipular a las naciones y una vez más, sus palabras me conturbaron. Por eso, decidí que era hora de hacer caso a mi inquietud e investigar a fondo.

Después de haber reflexionado y estudiado el texto, creo que hay varios puntos débiles en su libro y un error conceptual grave en su propuesta. Estos temas merecen ser reconocidos, investigados y corregidos cuanto sea necesario por el bien de la iglesia argentina, sin por eso hacer a un lado todos los elementos positivos de su mensaje. (Si usted es un entusiasta seguidor de las posturas de Miller, le ruego que tenga una mente abierta al momento de pensar juntos en la frase “discipular naciones”).

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Según el autor, Discipulando naciones es un libro que ofrece un “marco holístico” para el ministerio hacia “el pobre y el hambriento” y para los fines de “redimir la cultura y ver a las naciones ser discipuladas” (Prefacio, 2da edición). Su escrito es un manifiesto a favor del cambio y la acción. Es útil para el laico en tanto que sirve de introducción a los temas de la cosmovisión, la pobreza y el desarrollo (aunque hay libros más recientes que también son útiles). Él contrasta y critica otras perspectivas partiendo desde la cosmovisión bíblica, al tiempo que alienta a los cristianos a “tener un pensamiento independiente que no se rija por las novedades y tendencias actuales sino por la razón” (109). Miller confronta la división entre lo sagrado y lo secular, la espiritualidad subjetiva y el anti intelectualismo prevalente entre los evangélicos hoy en día. También anima a los cristianos a “integrar su cosmovisión judeocristiana en su vida profesional” (107). Todos estos aspectos son muy positivos.

No conozco a Darrow Miller en persona, pero tengo la impresión de que es una persona de una enorme compasión y una visión amplia. Amigos que lo conocieron dan fe de su humildad. Claramente tiene los dones del liderazgo y la comunicación. Parece ser un pensador pragmático, un hombre que busca soluciones, en particular para la pobreza y los desafíos del desarrollo. Loren Cunningham (fundador de Juventud con una Misión, conocido también como JUCUM) describe a Miller y su plan de acción de una forma que revela cuáles son sus prioridades (27):

Darrow no es un intelectual; es un cristiano que está ocupado marcando una diferencia en el mundo y cuyo compromiso es ver que los cristianos tengan una mentalidad renovada por la verdad de Dios para poder reflejar y presentar la verdad de Dios de una forma más correcta y efectiva en todos los ámbitos de la sociedad y, de ese modo, “discipular a las naciones”, lo cual es la clave para resolver los problemas del mundo.

Miller se describe a sí mismo como un “activista social” (27) y Cunningham dice que “no es un intelectual”. Sin embargo, su libro trata conceptos teóricos muy importantes, como la relación entre la iglesia y el mundo, la cosmovisión, el propósito de Dios en la creación y el rol de intelecto, lo cual es significativo, porque su estudio realmente es muy amplio, pero no muy profundo. A veces, es bastante simplista, confuso o reduccionista. Voy a darles varios ejemplos.

Primero, Miller cita a pocos teólogos y estudiosos de la Biblia, aunque todo el libro habla de teología y cosmovisión. La mayoría de las personas citadas son comentaristas sociales y otros activistas como él. En el portal de búsqueda académica EBSCOhost encontré una sola crítica de su libro (parcialmente negativa). Al parecer, Miller no ha escrito ningún artículo evaluado por pares, con la excepción de un breve adelanto de su libro en 1997 en la revista International Journal of Frontier Missions. Este dato es importante. Todo su proyecto está basado en una hermenéutica bíblica y teológica que está sujeta a la crítica (ver abajo). En otras palabras, claramente es una persona que piensa en el cómo y cuándo, pero no ofrece en profundidad un análisis bíblico del qué y porqué que justifique su plan de acción.

Segundo, su explicación de cómo ocurre realmente la transformación cultural es confusa. Por un lado, Miller hace hincapié en el rol de las ideas y critica el rudimentario y pesimista “evangelicalismo de los últimos días” (72) y el “pietismo diluido” (73) que vemos en la iglesia hoy en día. También afirma: “El evangelio es mucho más que evangelismo”. Sin embargo, muchas veces repite la noción de que las sociedades cambian “una persona a la vez” (74) en la medida en que cada una de ellas se convierte (ver también 22, 136, 191 y 271). Ahora bien, cabe preguntarnos si el cambio cultural es una fórmula matemática basada en la fe verdadera. ¿Podemos decir que el progreso social equivale a la presencia de conversiones? Hay ejemplos históricos y, en la actualidad, países “cristianos” como Guatemala y Estados Unidos, que contradicen esa idea.

Tercero, Miller a veces es reduccionista. Por ejemplo, él afirma que las raíces del “registro de despotismo” del occidente moderno se remontan a Charles Darwin y la teoría de la evolución (108) y atribuye el declive hacia el secularismo actual a la filosofía de René Descartes (con un poco de ayuda de Frederick Nietzsche y Thomas Malthus, 151-152). Por otro lado, Miller escribe sobre los “mejores” propósitos de Dios para la humanidad (175), lo cual es un concepto teológico dudoso a la luz de la enseñanza de la Biblia sobre la soberanía y la santidad de Dios. ¿Acaso Dios realmente tiene intenciones “buenas, mejores e inmejorables” para el cosmos y la humanidad?

Cuarto, Miller afirma que el ser humano es dueño de un enorme poder y una gran determinación. Él expresa la idea de que “el hombre es el creador proactivo de la historia” al menos siete veces (130, 225, 230, 250, 266, 275, 277). Es demasiado optimista respecto del potencial humano para mejorar las sociedades: “Podemos soñar con un mundo mejor y hacerlo realidad”. No obstante, esta noción, al parecer, subestima la providencia divina, al igual que la finitud del hombre y su condición caída.

Quinto, su interpretación de las Escrituras es cuestionable. Por ejemplo, él dice:

Nuestro mandato comprende la tarea de traer sanidad sustancial a la naturaleza, enfrentar la decadencia y hacer que tanto desiertos como jardines florezcan (163, 165).

Nosotros transformamos el mundo […] para descubrir el diseño que subyace a la naturaleza (ciencia) y aplicar esas leyes (tecnología) a la lucha contra los estragos del mal natural, los “cardos y espinos” (228).

En ambos casos, el pasaje que está exponiendo es Romanos 8:19-22. Su interpretación teológica del texto es extraña para el contexto bíblico o dentro de la narrativa más amplia de toda la Biblia:

Porque la creación aguarda con gran impaciencia la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino porque así lo dispuso Dios, pero todavía tiene esperanza, pues también la creación misma será liberada de la esclavitud de corrupción, para así alcanzar la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación hasta ahora gime a una, y sufre como si tuviera dolores de parto.

Sin duda alguna, un error más grave de Miller es el uso que da al término “naciones”, predominantemente literal, en el sentido de ser una entidad política, social y económica o de “un pueblo que vive en una tierra bajo un solo gobierno”. Veamos el pasaje relevante para el análisis, la gran comisión de Jesús (Mateo 28:18-20):

Jesús se acercó y les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Amén.

El significado sociopolítico de la palabra “nación” (208) parece claro cuando él describe qué significa en realidad “discipular” a las naciones, quitando el mensaje de la salvación: “la reforma de la cultura y la reconstrucción de las sociedades”, “el desarrollo transformacional, que tiene un impacto sobre el cuerpo y el espíritu del hombre”, “ayudar al pobre”, “restaurar el mundo”, “terminar con el hambre”, “transformar la pobreza en abundancia y generosidad”, “edificar naciones”, “la ética del desarrollo”, “una sociedad justa, responsable y saludable”, “optimismo cultural” y “estructuras políticas democráticas y economía de libre mercado”  (según la edición Kindle).

Sin embargo, Mateo 28:19 presenta una imagen distinta. En su comentario sobre Mateo, Frank Gaebelein afirma: “La expresión griega panta ta ethnē (“todas las naciones”) aparece cuatro veces en el evangelio de Mateo (Mt. 24:9, 14; 25:32; 28:19) y significa “tribus, naciones, pueblos […] todos los pueblos [sin distinción] o todas las naciones [sin distinción]”. Luego agrega: “Por lo tanto, el objetivo de los discípulos de Jesús es hacer discípulos de entre todos los hombres de todos los lugares, sin distinciones”. En su comentario, Craig Keener observa lo siguiente: “Todas las ‘naciones’ probablemente signifique ‘todos los pueblos’ […] grupos de personas”. También sugiere que “Mateo hace hincapié aquí en los pueblos gentiles, dado que la comunidad cristiana judía necesita ser alentada principalmente a evangelizarlos a ellos”.

En su libro ¡Alégrense las naciones!: la supremacía de Dios en las misiones, John Piper hace un análisis extenso y detallado del término ethnē (naciones) y la frase panta ta ethnē (“todas las naciones”), y concluye que la frase hace referencia a “los pueblos ajenos a Israel”. Además, él escribe: “La bendición de Abraham, es decir, que la salvación sería consumada por medio de Jesucristo, la simiente de Abraham, alcanzaría a todos los grupos étnicos del mundo. […] Este suceso de salvación individual, que tiene lugar en la medida en que las personas confían en Cristo, ocurrirá en medio de “todas las naciones” (sin lugar a duda, Piper no es un “pesimista” escatológico, ni acoge un “pietismo diluido” [vea más sobre este tema abajo]).

Este es el énfasis de Mateo 28:19, el libro de Hechos y, en efecto, lo que vemos anunciado en el Antiguo Testamento por medio de promesas como “Señor, las naciones honrarán tu nombre; los reyes de la tierra reconocerán tu gloria” (Sal. 102:15) y la propagación del evangelio hasta “los confines de la tierra” (Sal. 2:8). Una de las principales líneas teológicas que atraviesan el Antiguo y Nuevo Testamento es la extensión del mensaje de salvación a todos los grupos étnicos y geográficos, no sólo entre los judíos o Israel.

Sin duda, Miller afirma la predicación del evangelio a todos los pueblos sin excepción. Sin embargo, parece que interpreta mal el sentido del término “naciones” y la trascendencia de la “comisión” más allá de su contexto inmediato, o el evangelio de Mateo, o la narrativa más amplia de la redención.

* Los números de página de las citas de Discipulando naciones corresponden a la versión original en inglés y no a su traducción al español.

Traducido por Micaela Ozores

 

6 comentarios

  1. Estimado Richard:
    Gracias por tomarse el tiempo de leer mi libro y elaborar una respuesta. Aprecio mucho el
    esmero y el tono de su «crítica empática». Un análisis tan reflexivo como el suyo merece una
    respuesta atenta.
    Permítame añadir también que la iglesia argentina tiene un lugar en mi corazón. Quizás no sea
    un lugar de tanta estima como el que le tiene usted, que vive e invierte su vida en esta
    maravillosa nación. Sin embargo, la realidad es que en la Alianza para el Discipulado de las
    Naciones (Disciple Nations Alliance) entendemos que la iglesia es la Novia de Cristo y tiene la
    responsabilidad de llevar el evangelio a Argentina. De hecho, la iglesia local es esencial para
    nuestro ministerio (como se puede apreciar en nuestro documento fundacional: Seven
    Transforming Truths [Siete verdades transformadoras; disponible en inglés]).
    El libro al que alude la crítica fue escrito hace veinte años, después de diez años de reflexiones
    personales sobre la relación entre la cosmovisión y la pobreza. En efecto, toda la vida me he
    desenvuelto en la extraña intersección de la cosmovisión y la pobreza.
    Emprendí este camino por el mundo de la pobreza en el año 1981, mientras trabajaba en una
    organización evangélica internacional de desarrollo y socorro. En ese entonces yo era lo que
    podría denominarse un socialista evangélico. Pensaba que la raíz de la pobreza era la falta de
    recursos y que la solución radicaba en la redistribución de los recursos. Sin embargo,
    trabajando en esta área descubrí que se invertían miles de millones de dólares para asistir a los
    pobres, pero el resultado raramente era proporcional a la inversión. Quedé conmocionado al
    entender que la pobreza era el producto de mentiras que nacen de cosmovisiones que no son
    bíblicas. Luego de diez años de investigar, reflexionar e interactuar con trabajadores y
    voluntarios compasivos de todo el mundo, decidí escribir el libro Discipulando naciones.
    Parte de su crítica es válida. El hecho de que el manuscrito original ya tenga unos veinte años
    explica mucho. Obviamente, siendo un aprendiz constante, comprometido a seguir
    aprendiendo de por vida, he seguido estudiando, leyendo, dialogando y creciendo. He
    madurado en algunas de mis ideas previas y, en otras, he cambiado de opinión. Hoy en día, ya
    hemos completado una edición actualizada de Discipulando naciones que probablemente se
    publique en español (y en inglés) en el transcurso del 2018.
    Richard, le agradezco por las palabras amables que ofrece en la introducción de su crítica.
    Tengo la sensación de que, si tuviéramos la oportunidad de conocernos —y espero que la
    tengamos—, descubriríamos que tenemos mucho en común y probablemente nos haríamos
    amigos.
    Si bien pienso en términos teológicos, no cuento con los estudios formales de un teólogo. Como
    usted dijo, soy un activista social: un activista social que ha entendido la importancia de las
    ideas. Tal como observa el reconocido educador brasileño Paulo Freire, hay una distinción entre
    activismo (hacer sin reflexionar) e intelectualismo (reflexionar sin actuar). Aunque mi
    inclinación es a actuar, en mi vida y mi trabajo he buscado alcanzar un punto de equilibrio entre
    la acción y la reflexión.
    A pesar de que no tengo la preparación de un teólogo, he buscado ahondar en el pensamiento
    y reflexionar sobre mi vocación desde una perspectiva bíblica. Como usted sabe, a causa de la
    separación entre lo sagrado y lo secular, la mayoría de los cristianos son cristianos en el
    corazón, pero muchas veces piensan igual que su cultura en lo que refiere al trabajo. Mis
    esfuerzos, por más de treinta años, se han concentrado en pensar el ámbito en el que me
    desempeño, el socorro y el desarrollo y el mundo de la pobreza, en términos teológicos.
    Así, teniendo estos puntos en mente, intentaré responder a los puntos principales de su crítica
    empática.
    De nuevo, Richard, gracias por la reflexión generosa y positiva que hace en la introducción.
    Después prosigue a identificar cinco puntos débiles y un «error conceptual
    grave» de mi libro. En realidad, es probable que haya más, tanto puntos débiles como errores
    conceptuales, pero quisiera responder a su crítica. Tengo la sensación de que llegaremos a estar
    de acuerdo en bastantes puntos en la medida en que dialoguemos y que, a la vez, podremos
    identificar temas que quizás requieran un debate más profundo.
    El primero de los puntos débiles que señala es que en mi libro cito a «pocos teólogos y
    estudiosos de la Biblia», ¡y es cierto! En círculos académicos, este podría ser un error crucial. Si
    estuviera escribiendo una tesis de doctorado, sería un imperativo.
    Sin embargo, como mencioné antes, no soy teólogo. Soy un activista social
    que busca pensar su trabajo en términos teológicos. Tampoco soy un académico ni jamás he
    fingido serlo. Si me juzga por mi grado de erudición teológica, me hallará en falta.
    Cuando tenía poco más de veinte años, mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de vivir, estudiar
    y trabajar bajo la tutela de Francis Schaeffer, en la comunidad de L’Abri en Suiza, por tres años.
    En ese entonces, había terminado un año del seminario y me había tomado un año sabático
    para viajar. Acabé pasando tres años en L’Abri, y aprendí más en dos meses de estudiar ahí que
    en los nueve meses anteriores que pasé en el seminario. Cuando el Señor nos dio la
    oportunidad a mi esposa y a mí de quedarnos y trabajar en L’Abri, decidimos aprovecharla.
    En ese entorno, descubrí una forma radical de aprender. Entendí que la educación era más
    importante que la escolarización. Me di cuenta de que necesitaba desarrollar la disciplina
    necesaria para ser un aprendiz de por vida (en mi blog Darrow Miller y amigos, publiqué un
    artículo titulado La importante diferencia entre escuela y educación, que desarrolla esta
    premisa http://darrowmilleryamigos.com/2017/12/27/la-importante-diferencia-entre-escuela-y-educacion/).

    En L’Abri desarrollé la habilidad de ayudar a personas comunes como yo a entender mejor lo
    que Schaeffer y otros pensadores decían. No tenía un intelecto como el de Schaeffer, ni la
    inteligencia y la erudición de amigos de L’Abri como Os Guinness, Charles Thaxton o Nancy
    Pearcey, pero podía hacer que sus enseñanzas y escritos se volvieran accesibles para la persona
    promedio.
    Podríamos diferenciar tres categorías de conocimiento: superior, popular y desechable.
    Schaeffer, Guinness, Thaxton, Pearcey y probablemente usted también están en la categoría
    superior. Yo he buscado desenvolverme en el terreno de lo popular, es decir, ser la persona que
    populariza los conocimientos. Este es el lugar en el que he crecido, y confío en que mis escritos
    y charlas no están en la categoría de lo desechable.
    Si bien es cierto que he obtenido pocas reseñas académicas, sí he recibido muchas críticas fuera
    del ámbito académico, de parte de pares y de colegas que trabajan en el ámbito del socorro y el
    desarrollo. Las opiniones han sido variadas, en parte porque las posturas que yo adopto muchas
    veces van en contra de la filosofía que subyace a las prácticas del sector. No obstante, con el
    paso de los años, las cosas que escribí en Discipulando naciones han empezado a tener un
    impacto en el sector.
    Otras críticas provinieron de líderes jóvenes que buscaban soluciones a la pobreza y la
    corrupción que esclavizan a sus países. Además, misioneros, pastores de todo tipo de
    denominaciones, estudiosos de la Biblia y líderes de seminario han respondido al libro y han
    aportado sus ideas al respecto. Estos líderes han usado nuestros contenidos en libros, en clases
    de seminario, en el entrenamiento de personal para organizaciones asociadas, y para dar forma
    a sus propios ministerios entre los pobres y desposeídos. Las iglesias han elaborado
    aplicaciones personalizadas que empezaron a transformar iglesias y comunidades y, en algunos
    casos, ciudades.
    Reconozco que estas críticas no son el tipo de revisión académica rigurosa a la que usted se
    refiere. Aun así, espero que al menos indiquen que mis ideas han sido analizadas y aplicadas
    por diversos cristianos, empezando por pastores y pasando por profesores universitarios y de
    seminario, misioneros y hasta líderes de organizaciones de socorro y desarrollo.
    Discipulando naciones ha sido traducido a trece idiomas gracias a quienes lo hallaron útil. En su
    mayoría, las traducciones han sido una ofrenda de amor motivada por la percepción de que el
    mensaje del libro era importante para su nación.
    Algunos estudiosos han sido de mucho apoyo, en especial las siguientes personas: el Dr. Wayne
    Grudem, de Phoenix Seminary; el Dr. Brian Fikkert, de Chalmers Center (parte de Covenant
    College); Nancy Pearcey, académica residente de Houston Baptist University; y el Dr. Tetsunao
    Yamamori, profesor y misiólogo.
    Su blog sugiere que yo soy «claramente […] una persona que piensa en el cómo y cuándo, pero
    no ofrece en profundidad un análisis bíblico del qué y porqué que justifique su plan de acción».
    Considerando que en el fondo soy un activista social, soy una persona que tiende a la acción.
    Aun así, en la comunidad del socorro y el desarrollo me han criticado… ¡por ser demasiado
    filosófico y teológico!
    Mientras estudiaba en la universidad, viajé a la Ciudad de México y viví por seis semanas en un
    orfanato. Dios quebrantó mi corazón mostrándome la situación de los pobres. Más adelante,
    cuando empecé a trabajar para una ONG internacional, me di cuenta de que necesitábamos
    soluciones prácticas y de fundamento bíblico para el problema de la pobreza. Por eso, cuando
    hablo de cosmovisión, mi perspectiva apunta más a lo práctico que a lo académico. La mayoría
    de las personas que enseñan sobre cosmovisión hacen hincapié en lo académico. En la Alianza
    para el Discipulado de las Naciones, nos concentramos en el aspecto práctico.
    Del mismo modo, personalmente estoy más interesado en la teología práctica (aplicada) que en
    la teología sistemática. Vivimos en un mundo caído; la verdad es lo que nos hace libres
    (Jn. 8:31-32). Personas y sociedades son pobres porque han recibido poca instrucción sobre los
    tesoros que se encuentran en las Escrituras. Además del tesoro que hallamos en el Evangelio de
    Jesucristo, en la Biblia encontramos una sabiduría práctica que puede aplicarse a la vida
    cotidiana. Las Escrituras desafían las mentiras culturales como el fatalismo, o que «el trabajo es
    una maldición», o que «el hombre es superior a la mujer», o que «la ignorancia es una virtud».
    Todas estas mentiras son obstáculos que impiden que el ser humano se desarrolle y prospere.
    Otro exalumno de L’Abri, Vishal Mangalwadi, ha escrito un libro profundo al respecto: El libro
    que dio forma al mundo: Cómo la Biblia creó el alma de la civilización occidental.
    Pocos cristianos han recibido instrucción sobre cómo relacionar su trabajo diario con la venida
    del reino de Dios. Mi libro Vida, trabajo y vocación: Una teología bíblica del quehacer cotidiano
    es un intento serio de subsanar esta falta.
    Richard, espero que esta haya sido una respuesta útil al primer punto débil que identifica en su
    blog.

    – Darrow Miller

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  2. Estimado Richard:
    Estoy disfrutando mucho de este intercambio con sus preguntas e inquietudes. A continuación,
    responderé al segundo punto débil que ve en Discipulando naciones: que mi «explicación de
    cómo ocurre realmente la transformación cultural es confusa».
    Lamento la confusión. Como mencioné en la primera parte de mi respuesta, he aprendido
    muchas cosas desde el momento en que escribí el manuscrito original. Una de las cosas que
    aprendí está relacionada con el punto débil que usted explica en su blog.
    Quizás el mejor escrito que he leído en este sentido es del conocido misiólogo Dr. Ralph Winter,
    que habla con claridad sobre este tema. En 2007, poco antes de fallecer, el Dr. Winter redactó
    el que quizás haya sido el último de sus artículos influyentes: The Future of Evangelicals in
    Missions: Will We Regain the Vision of our Forefathers In the Faith? [El futuro de los
    evangélicos en las misiones: ¿recuperaremos la visión de nuestros antepasados en la fe?;
    disponible en inglés]. En este artículo, él distingue dos tipos de evangélicos:
    Sería útil distinguir entre el evangelicalismo de la primera generación y el
    evangelicalismo de la segunda generación (términos propios). Para los fines de este
    artículo, podríamos definir […] la primera generación como aquella que se caracterizaba
    por preocuparse por un amplio espectro binario, que comprendía los aspectos social y
    personal, desde llevar adelante misiones en el exterior hasta cambiar la estructura legal
    de la sociedad e incluso la guerra. La segunda generación se concentró principalmente
    en el aspecto personal.
    Los evangélicos de la primera generación trabajaban desde una cosmovisión bíblica que tenía
    una aplicación abarcadora y holística. Esto condujo al primer Gran Avivamiento, ejemplificado
    por Wesley. Él predicó al Cristo crucificado por nuestra salvación, pero argumentó que un
    verdadero avivamiento daría como fruto una reforma, un cambio en la sociedad que surgiría de
    las consiguientes conversiones. En otras palabras, la cruz tiene tanto una aplicación personal
    como una aplicación social. Los evangélicos de la segunda generación, que trabajaban en el
    marco de la división entre lo sagrado y lo secular (lo que yo llamo «gnosticismo evangélico»),
    predicaban el evangelio de la salvación personal. Estaban interesados en experimentar un
    avivamiento, pero no necesariamente en reformar la sociedad.
    Quisiera haber contado con estos términos cuando escribí el primer manuscrito de Discipulando
    naciones. Tal vez no hubiera creado la confusión que usted percibe.
    Richard, en su blog usted continúa diciendo lo siguiente: «Ahora bien, cabe preguntarnos si el
    cambio cultural es una fórmula matemática basada en la fe verdadera. ¿Podemos decir que el
    progreso social equivale a la presencia de conversiones?».
    La respuesta al primer interrogante es un enfático no. Nos enorgullecemos de ser evangélicos
    de la primera generación y, en efecto, creemos que la cruz tiene implicancias tanto personales
    como sociales, pero no hay una fórmula. Hoy en día, las iglesias necesitan tener las expectativas
    de los evangélicos de la primera generación, no de la segunda generación.
    Cuando las personas se acercan a Cristo por medio del evangelismo, necesitan ser discipuladas.
    A su vez, el discipulado tiene que contemplar dos niveles. Primero está el nivel personal de las
    «disciplinas espirituales», es decir, aprender a leer la Palabra de Dios, a orar, a tener comunión
    con otros creyentes y a compartir el evangelio.
    No obstante, hay un segundo nivel de discipulado que tiene implicancias para el impacto social
    del evangelio. Este es el discipulado del nivel de la cultura. Diría que este es el discipulado de la
    penetración del evangelio en la cultura, tal como lo vemos en Mateo 28:18-20. Voy a agregar
    comentarios al respecto más adelante.
    La cultura, en el nivel más básico, es un producto del «culto», es decir, de la adoración. Las
    Escrituras nos dicen que nos volvemos semejantes al Dios o a los dioses que adoramos (ej.:
    Sal. 135:17-18; Is. 44: 9-20).
    El teólogo Henry Van Til lo expresó más claro que nadie: «la cultura es la manifestación externa
    de la religión». O dicho en otros términos, la cultura es el resultado de la fe de un pueblo.
    Cuando las personas se acercan a Cristo, están dejando atrás a su dios pagano, ya sea un ídolo
    local o el dinero, y se están volviendo al Dios vivo. Su carácter es distinto de la naturaleza de los
    dioses paganos. En la medida en que cambiamos el foco de nuestra adoración o culto, también
    debería haber un cambio en nuestra cultura. Por ejemplo, la mayoría de los dioses paganos
    reciben presentes y sobornos, lo cual conduce a una cultura de la corrupción. El Dios vivo «no
    actúa con parcialidad ni acepta sobornos». Por ende, la adoración al Dios vivo debería
    conducirnos a una cultura de la justicia.
    Ken Myers, periodista y graduado del seminario Westminster, lo explica de la siguiente forma
    en Mars Hill Audio:
    Discipular no es entablar un intercambio con otra cultura para presentarle un pequeño
    número de proposiciones nuevas. Más bien, el discipulado es un trabajo de
    enculturación alternativa: presentar una nueva forma de entender la vida y el mundo en
    el que vivimos, es decir, una nueva forma de entender ‘qué es la realidad’. Esta nueva
    forma de entender la vida se manifiesta en formas culturales alternativas que se
    sostienen atravesando las generaciones y, en lo posible, compartiéndolas con nuestro
    prójimo.
    El misionero Lesslie Newbigin lo expresó de la siguiente manera:
    Una predicación del evangelio que llama a hombres y mujeres a aceptar a Jesús como su
    Salvador, pero no deja en claro que el discipulado conlleva un compromiso con una
    visión de la sociedad radicalmente distinta de lo que hoy controla nuestra vida pública,
    debe ser repudiada y declarada falsa.
    En breve, el evangelismo y la conversión deberían dar como resultado un cambio en la
    sociedad. Lo hemos visto, por ejemplo, en la transformación de las naciones de Europa a partir
    de la Reforma. Más adelante, en Inglaterra, vimos que la predicación de Wesley dio como fruto
    no solo decenas de miles de personas que volvieron a Cristo, sino la transformación de
    Inglaterra, que se convirtió en un país radicalmente distinto dentro del tiempo de una
    generación (vea England Before and After Wesley [Inglaterra antes y después de Wesley;
    disponible en inglés]).
    Los hijos espirituales de Wesley conformaron la secta de Clapham. Dios usó a este grupo de
    dedicados políticos, hombres de negocios, artistas, periodistas, pastores y banqueros cristianos,
    que aunaron esfuerzos por más de cuarenta años para terminar con la esclavitud y «civilizar» a
    la Inglaterra pagana. Para saber más de esta historia, lea el libro Amazing Grace [Sublime
    gracia; disponible en inglés], de Eric Metaxa.
    Luego vemos el caso de Hans Nielsen Hauge, un granjero, evangelista y hombre de negocios al
    que Dios usó para liderar la transformación de Noruega. Puede encontrar un ensayo breve
    sobre él en el sitio web de Alianza para el Discipulado de las Naciones: Hans Nielsen Hauge, his
    ethics and some consequences of his work [Hans Nielsen Hauge, su ética y algunas
    consecuencias de su obra; disponible en inglés], escrito por Sigbjørn Ravnåsen.
    No olvidemos la transformación de Corea en cincuenta años gracias al impacto del evangelio.
    En su artículo Transformation: from Poor to Blessed [Transformación: de pobre a bendecido;
    disponible en inglés], el misiólogo Luis Bush revela esta increíble historia.
    Richard, espero que esta respuesta haya aclarado un poco la confusión y aporte algunos
    ejemplos históricos de lo que Dios ha hecho en la historia, por medio de los cristianos y la
    Biblia, para transformar las sociedades. Por la gracia de Dios, esto también puede suceder en
    Argentina.

    En su tercer punto usted sugiere que soy reduccionista. Si con eso se refiere a que sintetizo una
    doctrina compleja en un enunciado simple para que pueda entenderlo la persona promedio,
    me declaro culpable. Si a lo que se refiere es a que simplifico las cosas en exceso hasta el punto
    de distorsionar las Escrituras, le aseguro que esa no es mi intención y que espero que tampoco
    sea mi práctica.
    Su primer ejemplo es mi tratamiento de Charles Darwin y la teoría de la evolución. A través de
    mis estudios, he llegado a la conclusión de que la teoría de la evolución de Darwin es más que
    mera biología. Puede que haya empezado así, pero en el punto en que se convirtió en un
    dogma pasó de ser ciencia a ser una ideología. Podríamos hablar de ambas en términos de
    «ismos»: darwinismo y evolucionismo. He aquí una ideología que ha permeado la mayoría de
    las universidades, todos los ámbitos de estudio académico, y también la filosofía que subyace a
    la educación pública, tanto primaria como secundaria. Demasiados cristianos mandan a sus
    hijos a escuelas estatales que enculturan a los estudiantes con el darwinismo como ideología.
    Los alumnos se gradúan teniendo un corazón cristiano y una mente secularista.
    Este movimiento no está confinado simplemente a las universidades «seculares»; también se
    ha metido en las escuelas de teología y los seminarios. El pastor, teólogo y primer ministro de
    Holanda Abraham Kuyper fue testigo del daño que esta ideología hizo a las sociedades
    europeas y quiso detener la marea antes de que llegara al suelo estadounidense. En 1898,
    Kuyper viajó al seminario Princeton para impartir las seis prestigiosas clases patrocinadas por la
    fundación L. P. Stone Foundation. En ese entonces, Princeton era tal vez la escuela superior de
    teología de más alto nivel en Estados Unidos. Como estoy seguro de que usted sabe, las clases
    de Kuyper trataron sobre el calvinismo como sistema para concebir el mundo y la vida, es decir,
    como cosmovisión. Él redujo todo el conflicto cultural que estaba surgiendo en Occidente a la
    diferencia entre la cosmovisión del secularismo y la cosmovisión de la Biblia.
    El evangelista y apologeta Dr. Francis Schaeffer abordó el tema de forma similar. Él redujo el
    conflicto que arrasó el Occidente de fines del siglo XX al choque entre el secularismo y el teísmo
    bíblico:
    Estas dos cosmovisiones [el teísmo judeocristiano y el humanismo secular] se presentan
    como absolutos en completa antítesis, tanto en sus contenidos como en sus resultados
    lógicos, que incluyen resultados sociológicos, gubernamentales y, específicamente,
    legales. No se trata de que estas dos cosmovisiones sean distintas tan solo en su forma
    de entender la naturaleza de la realidad y la existencia. Inevitablemente, sus resultados
    también son totalmente distintos. La palabra clave aquí es ‘inevitable’. No se trata tan
    solo de que al parecer tienen resultados distintos, sino que es absolutamente inevitable
    que produzcan resultados distintos.
    El uso que hace Schaeffer de la palabra «inevitable» indica que hay una relación causal entre la
    ideología y el tipo de mundo que las personas construyen. Dicho en los términos de Richard
    Weaver, las ideas tienen consecuencias. Por eso, yo diría que lo justo es tomar la ideología del
    evolucionismo y prever que su fin lógico es el despotismo. De hecho, deberíamos ayudar a la
    iglesia a ver claramente que esta es la inevitable consecuencia del evolucionismo.
    Hay dos de los principios de la hermenéutica que yo he buscado seguir; podría resumirlos como
    distinciones y silencio. No recuerdo la fuente, pero los aprendí en mis estudios, quizás hace
    unos cuarenta años, y he intentado vivir en concordancia con ellos.
    Primero debemos ver las distinciones que hacen las Escrituras. En ellas:
    – algunas cosas son absolutas;
    – algunas cosas son probables;
    – algunas cosas son posibles.
    El segundo principio es el del silencio. Donde la Biblia habla, yo hablo; donde la Biblia hace
    silencio, ¡yo también hago silencio! No debemos ser dogmáticos en aquello que Dios no ha
    hecho normativo. En otras palabras, debemos elaborar doctrinas en torno a las certezas y no en
    torno a las probabilidades y posibilidades.
    Al mismo tiempo, no debemos huir de las verdades que Dios ha hecho dogmáticas tan solo
    porque son complejas. Donde la Biblia habla con claridad —«la verdadera verdad», como diría
    Francis Schaeffer—, nosotros debemos mantenernos firmes y dar la vida por ello si es
    necesario. La deidad de Cristo, el nacimiento virginal, su muerte y su resurrección son ejemplos
    de esas verdades. Sin embargo, donde la Biblia habla de probabilidades o posibilidades —como
    el modo de llevar a cabo el bautismo, por ejemplo—, debemos mostrar una actitud
    benevolente hacia quienes tienen un punto de vista distinto.
    El teólogo luterano Rupertus Meldenius una vez dijo una frase memorable: «En lo esencial,
    unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad». Richard, sin lugar a dudas, este es el espíritu
    que usted mostró en sus dos críticas amables. Gracias por tener esta actitud de aguzar el hierro
    con el hierro.
    El segundo ejemplo que da en su blog está relacionado con las cosas que he dicho a la luz de la
    soberanía y santidad de Dios. Su preocupación es la siguiente: «Miller escribe sobre los
    “mejores” propósitos de Dios para la humanidad (175), lo cual es un concepto teológico dudoso
    a la luz de la enseñanza de la Biblia sobre la soberanía y la santidad de Dios. ¿Acaso Dios
    realmente tiene intenciones “buenas, mejores e inmejorables” para el cosmos y la
    humanidad?».
    Richard, estoy totalmente de acuerdo con usted en cuanto a que Dios es soberano y santo,
    pero no estoy seguro de por qué usted sugeriría que él no quiere lo mejor para la humanidad y
    su creación. No veo un conflicto inherente entre las dos afirmaciones. Quizás en este punto nos
    malentendimos el uno al otro. O quizás sí nos entendimos y estaríamos de acuerdo en no estar
    de acuerdo.
    – Darrow Miller

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  3. Estimado Richard:
    Examinemos juntos el cuarto de los puntos débiles que identificó en mi libro: «Miller afirma
    que el ser humano es dueño de un enorme poder y una gran determinación».
    Estoy de acuerdo con usted en que los hombres son finitos y pecadores y, al mismo tiempo, en
    que Dios es soberano y santo. No obstante, el pecado humano no vuelve al hombre
    insignificante.
    Los seres humanos, hechos a la imago Dei, son caídos, pero no por eso dejan de tener valor.
    Hombres y mujeres tienen la capacidad de tomar decisiones y son responsables por ellas.
    Tienen la capacidad de dar nombre a las cosas, lo cual indica su calidad de vicerrectores de la
    creación. Tienen la capacidad de tomar decisiones que cambian la historia. Hombres y mujeres
    son «creadores secundarios», siendo Dios el Creador primario. Podemos tomar cosas que Dios
    hizo en la creación primaria y a partir de ellas dar forma a creaciones secundarias. Dios quiere
    que creemos arte y música, y que descubramos cosas ocultas, como el petróleo escondido en el
    suelo o el potencial oculto de la arena para crear vidrio e incluso chips de computadoras.
    He intentado describir el equilibrio entre ambas verdades en el libro que usted reseñó. Las
    Escrituras enseñan que el hombre es ambas cosas al mismo tiempo: pecador y significativo. El
    capítulo 9 del libro, titulado «Servidores rebeldes», describe la rebelión del hombre contra Dios
    y la depravación del ser humano. El capítulo 11 —«Mayordomía»— y el capítulo 13
    —«Cambiando el curso de la historia»— buscan mostrar tanto la grandeza del hombre como su
    depravación. La Biblia revela que el ser humano es dueño de ambos atributos. Necesitamos
    tratar de resolver esta aparente contradicción.
    La Biblia sí habla de la soberanía de Dios. También habla, con la misma claridad, de la
    responsabilidad humana. Son demasiados los casos en que la iglesia ha tendido a polarizarse en
    torno a esta tensión, llevando uno de los dos puntos al extremo. Así lo vemos entre quienes se
    identifican como calvinistas y quienes se consideran arminianos. Los arminianos tienden a llevar
    la libertad humana a su conclusión lógica y, por ende, tienden a negar la soberanía de Dios. Esto
    es un error. Por otro lado, algunos calvinistas tienden a llevar la soberanía de Dios al extremo y
    acaban negando la libertad y la responsabilidad humana.
    ¿Es Dios tan soberano que el ser humano deja de ser libre? ¡No! ¿Es el hombre tan libre que
    Dios deja de ser soberano? De nuevo, creo que no. Sospecho que usted pensará que cualquiera
    de las dos posturas sería reduccionista.
    ¿La soberanía de Dios y la responsabilidad humana son mutuamente excluyentes? No lo creo.
    Aquí vemos lo que, a mi parecer, es el ejemplo perfecto de antinomia. Hay una aparente
    contradicción. La palabra clave es «aparente»: no hay una contradicción real, pero para el
    hombre finito, parece haber una contradicción. Después de todo, como seres humanos
    tenemos la capacidad de hacer preguntas que nuestra mente finita no puede responder. Eso no
    significa que la pregunta no tenga respuesta. Simplemente significa que algunas de nuestras
    preguntas no obtendrán respuesta hasta que estemos en el cielo.
    Aquí vemos una tensión entre la soberanía de Dios y la libertad real del ser humano. La
    humanidad tiene la capacidad de cambiar el curso de la historia con sus palabras y hechos. No
    hay duda de que reconocemos esta realidad cuando vemos las consecuencias de la libre
    elección de Adán y Eva, que eligieron rebelarse contra su Dios y Creador. Vivimos en un mundo
    que refleja esa decisión histórica.
    Richard, no sé si lo que he escrito demostrará que tenemos posturas más parecidas de lo que
    pensábamos, o todo lo contrario. Quizás confirme su inquietud y demuestre que diferimos aun
    más de lo que creíamos. Cualquiera sea el caso, valoro mucho la oportunidad de entablar un
    diálogo tan profundo con usted.

    Consideremos ahora el quinto punto débil que propone: su blog dice que mi «interpretación de
    las Escrituras es cuestionable».
    Mi formación ha respondido al método de interpretación clásico, es decir, el método gramático
    histórico, y no tanto al método de la alta crítica —también conocido como el método crítico
    histórico— de los racionalistas modernos, o al método imaginativo de los más posmodernos.
    Me permito suponer que estaríamos de acuerdo en adoptar el método gramático histórico. De
    no ser así, esta podría ser una de las razones por las que difiere con mi interpretación de las
    Escrituras.
    Luego usted procede a dar dos ejemplos. El primero está relacionado con la naturaleza de la
    sanidad que tendrá lugar en nuestro mundo caído y el segundo se refiere a mi entendimiento
    del concepto de nación.
    En el contexto más amplio de la narrativa bíblica, empiezo leyendo las Escrituras desde Génesis
    1 y 2. Este punto es crucial, dado que gran parte de la cosmovisión bíblica se expresa en los
    primeros tres capítulos de Génesis. Génesis 1 y 2 nos muestra el propósito de Dios para la
    humanidad y la creación, es decir, cómo debían ser las cosas según su diseño original. Génesis 3
    nos cuenta qué es lo que salió mal, cómo fue que la creación sufrió una caída. En Génesis 1,
    Dios hace un juicio de valor después de cada etapa de la creación: «y vio Dios que era bueno» o
    «y fue así». Efectivamente, fue así como él lo concibió. Todo lo que Dios creó estaba en
    armonía con él y con el resto de la creación.
    Génesis 3 revela que el hombre se rebeló contra Dios y que, en consecuencia, todas sus
    relaciones sufrieron una ruptura. Hubo pecado, maldad y decadencia en toda la creación. El
    hombre quedó alienado de Dios, alienado de la creación y alienado de sí mismo (ya no sabía
    cuál era su verdadera identidad como imagen de Dios): todas sus relaciones estaban rotas.
    Ahora bien, hay dos tipos de cristianos. El primer grupo es lo que podríamos llamar los
    cristianos de Génesis 1, ya que empiezan su estudio de las Escrituras en Génesis 1, entendiendo
    el contexto bíblico más amplio, empezando por los propósitos buenos y perfectos que Dios
    tenía para el hombre y la creación. Los cristianos de Génesis 1 entienden la comisión cultural (o
    el mandato cultural) que establecen los primeros dos capítulos de Génesis. Entienden que la
    rebelión del hombre tuvo consecuencias para todos los seres humanos y para toda la creación.
    Cristo, quien es soberano sobre todas las cosas (Col. 1:18), murió en la cruz para reconciliar
    consigo mismo todas las cosas (Col. 1:20).
    Me cuesta creer que Romanos 8:19-20 baste por sí solo como texto de prueba. En el contexto
    más amplio de Génesis 13, Dios muestra amor tanto por la humanidad como por la creación. Su
    propósito es que, en el final, haya shalom, y que su paz restaure todas las cosas que han sufrido
    un perjuicio a causa de la caída.

    Francis Schaeffer gustaba de decir que debería haber una «sanidad sustancial» para el hombre
    y todas sus relaciones. Esta simple frase contradice dos tendencias de la cristiandad. La primera
    es la creencia de que lo único que experimenta sanidad es la relación del hombre con Dios. La
    segunda es la expectativa de que el hombre sea capaz de reconciliar todas las cosas por su
    propio esfuerzo. Ambas son falsas; pero, en Cristo, deberíamos esperar que haya una sanidad
    sustancial en todas nuestras relaciones y trabajar en pos de esa restauración, incluso en nuestra
    relación con el resto de la creación.
    El segundo tipo de cristiano es el que llamo cristiano de Génesis 3. Empieza su lectura de la
    Biblia con la caída y los efectos de la caída, que típicamente se limitan a la ruptura que hubo en
    la relación entre Dios y el hombre, y a su naturaleza caída. Cuando empezamos por Génesis 3,
    limitamos la cruz y la obra de la redención a la salvación de las almas para el cielo. Cristo murió
    en la cruz por mis pecados para que yo pudiera ser reconciliado con Dios ahora y en la
    eternidad. Desde luego, ¡esto es cierto! Sin embargo, los cristianos de Génesis 3 parten de un
    contexto bíblico estrecho, empezando por la caída y la devastación consiguiente, en lugar de
    partir del contexto bíblico más amplio que empieza en Génesis 1.
    Isaac Watts, el «padre de la himnología inglesa», claramente entendió la exhaustividad de la
    salvación. En su maravilloso himno navideño «Joy to the World» [literalmente «Alegría al
    mundo»; más conocido por la traducción «¡Regocijad!, Jesús nació»), la tercera estrofa registra
    estas extraordinarias palabras:
    El pecado y el dolor no crecerán más,
    ni los espinos infestarán la tierra.
    Él viene a derramar su bendición
    y a quitar la maldición.
    [traducción literal]

    Luego usted afirma: «un error más grave de Miller es el uso que da al término “naciones”».
    Quizás me malinterpretó. Entiendo bien la bendición que recibió Abraham para ser de
    bendición a las naciones (del hebreo miš·pā·ḥā(h): familias, clanes, tribus y pueblos), y también
    la comisión que da Jesús a sus seguidores de discipular panta ta ethnē: una raza, grupo étnico o
    nación. Encuentro que el término griego ethnē es fascinante, ya que es parte de una familia de
    palabras que incluye:
    – ethos: una naturaleza moral distintiva;
    – ético: aplicable a acciones que merecen aprobación moral;
    – ética: principio que gobierna la conducta; orden moral o social dominante.
    Por lo tanto, en el fondo, la palabra ethnē se refiere a un orden moral definido, una naturaleza
    moral distintiva. Recuerdo algo que mencioné antes en nuestro diálogo: que la cultura se deriva
    del culto. El pastor y teólogo Dr. George Grant escribe sobre San Agustín:
    Según San Agustín, la cultura no es un reflejo de la raza de un pueblo, ni de su etnicidad,
    folclore, política, idioma o patrimonio. Más bien, es una manifestación del credo de un
    pueblo. En otras palabras, la cultura es la manifestación temporal de la fe de un pueblo.
    Si una cultura empieza a cambiar, no es debido a las modas o el paso del tiempo; es
    debido a que hubo un cambio en la cosmovisión: hubo un cambio de fe.
    Con todo esto intento decir que entiendo la diferencia entre el significado de la palabra
    «nación» tal como se usa en las Escrituras y el significado que tiene al referirse a una entidad
    política, social y económica moderna. La mayoría de los estados modernos tienen muchas
    ethnē. No obstante, ya sea que pensemos las naciones según el marco conceptual bíblico de las
    ethnē o en términos de las naciones estados modernas, las buenas nuevas de Jesucristo deben
    llegar a ellas.
    Ahora bien, usted también llama la atención sobre otro tema en este punto: la naturaleza de la
    gran comisión. Yo diría que el evangelio es dinámico; debe viajar tanto en sentido horizontal
    como en sentido vertical. En Hechos 1:8, Jesús dice que debemos ser sus testigos hasta los
    confines de la tierra a toda tribu, lengua, pueblo y nación. Tenemos el mandato de ir a toda
    ethnē. Este es el aspecto horizontal de la gran comisión.
    Luego, debemos llevar el evangelio en sentido vertical, es decir, el evangelio debe penetrar la
    cultura. Esta es la comisión de la que leemos en Mateo 28:18-20: discipular a las naciones,
    enseñándoles a obedecer todo lo que Jesús mandó. No dice que debemos discipular individuos
    de toda nación, sino que debemos discipular toda ethnē, es decir, a todos los grupos y pueblos.
    El apóstol Pablo lo deja en claro en Romanos 16:25-27:
    Y al que puede fortalecerlos conforme a mi evangelio y a la predicación de Jesucristo,
    según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos,
    pero que ahora ha sido revelado por medio de las Escrituras de los profetas, y que de
    acuerdo al mandamiento del Dios eterno se ha dado a conocer a todas las naciones para
    que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea la gloria mediante Jesucristo para
    siempre. Amén.
    ¿Cuál es el fin de la proclamación del evangelio? ¡Que las naciones crean y obedezcan! Pablo
    habla de que todas las naciones, panta ta ethne, crean y obedezcan. Para que una nación crea y
    obedezca, hace falta que haya un número crítico de personas que se hayan acercado a Cristo y
    hayan sido discipuladas, como hablamos antes, en el nivel de la cultura.
    El orden es la primera necesidad de toda nación. El Reino ethos establece un fundamento para
    edificar sociedades libres, justas y compasivas, que glorifican a Dios con su obediencia y
    permiten que la gloria de la nación sea revelada.
    Matthew Henry comenta lo siguiente sobre Mateo 28:19:
    ‘Hagan todo lo posible para que las naciones se conviertan en naciones cristianas’; no
    ‘vayan a las naciones y proclamen los juicios de Dios contra ellas, como Jonás a Nínive, y
    como los otros profetas del Antiguo Testamento’ […] sino ‘vayan y háganlos discípulos’.
    Cristo el Mediador está estableciendo un reino en el mundo, lleven a él las naciones
    para que sean sus súbditos; él está estableciendo una escuela, lleven a él las naciones
    para que sean sus estudiantes; él está conformando un ejército para llevar a cabo la
    guerra contra los poderes de la oscuridad, enlisten a las naciones de la tierra bajo su
    estandarte.
    Cristianos y naciones tienen que conocer y hacer. Jesús dice que parte del discipulado es
    enseñar a las naciones todo lo que él mandó.
    A partir de la Ilustración y la reacción ante el avance del secularismo, el evangelicalismo se ha
    vuelto más individualista y no nos gusta pensar tanto en las implicaciones sociales —para las
    comunidades y culturas— del evangelio. Nos incomoda. No obstante, la Biblia presenta el
    impacto radical del evangelio tanto en el individuo como en las comunidades y culturas.
    Como señalaba antes en relación con la cita de Ralph Winter, los cristianos de la primera
    generación entienden que la gran comisión es abarcativa y holística, puesto que consiste en
    hacer discípulos de todas las naciones: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, en la tierra como
    en el cielo». Los cristianos de la segunda generación tienden a reducir la gran comisión a la
    comisión griega de salvar almas para el cielo.
    Richard, estoy de acuerdo con usted en cuanto al significado escritural de la palabra
    «naciones», pero yo argumentaría que la gran comisión es, en efecto, una gran comisión. Si
    desea leer más sobre este tema, explico en detalle la gran comisión en mi libro La liberación del
    mundo: una respuesta cristiana al islamismo radical y el fundamentalismo ateo.
    – Darrow Miller

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    1. No he tenido oportunidad de leer el libro en cuestión, debo hacerlo pronto. Sin embrago, quedo gratamente desafiado con las respuestas que usted da. Me animan a profundizar más en el tema y considerar su aplicación en mi pais, Venezuela.

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