El lado oscuro de la Navidad (Parte 2)

El impacto económico del gobierno romano

 El propósito del Imperio romano era explotar los recursos económicos de las tierras que conquistaba. Después de saquear las riquezas de una región y tomar de ella mano de obra esclava, los romanos imponían al pueblo el pago del tributo, una forma de generar ganancias para sustentar el aparato imperial y desmoralizar a las poblaciones locales.

El caso de Israel no fue distinto. De hecho, Jerusalén fue llamada “la ciudad más ilustre del este” y Roma tomó de ella tantos bienes como pudo. En ella residían más de 60 000 personas, los increíblemente ricos y los extremadamente pobres.

Las clases altas, quienes más se beneficiaron por el clientelismo romano y el statu quo, en su mayoría, vivían en la Ciudad Alta y estaban compuestas por el Templo y la nobleza laica, que incluía a los hacendados y mercaderes ricos. Ananías, sumo sacerdote en el año 48 d. C., tenía riquezas suficientes para pagar sobornos a Albino el Procurador, a fin de que él extorsionara a los campesinos y a los sacerdotes más pobres para que extrajeran dinero de los diezmos para él y sus siervos. Justo por debajo de las mansiones de la elite estaban las casas de la clase media alta, adornadas con caros muebles y decoraciones. Este grupo también prosperó gracias al clientelismo romano.

Las clases más bajas consistían en los sacerdotes y levitas más pobres, los pequeños mercaderes, los artífices y otros trabajadores no calificados, que vivían en aldeas dispersas por todo el territorio de Judea y Galilea. Los sacerdotes más pobres realizaban trabajos como obras de cantería, venta de aceite y tareas agrícolas. Una de las principales fuentes de ingresos era el templo, que requería el trabajo de tejedores, panaderos, orfebres, lavadores, cambistas y vendedores de bálsamos y ungüentos. También había muchos jornaleros que trabajaban en los campos y olivares de la ciudad.

Por último, había una clase “invisible”, compuesta por el grupo de los marginados, que solían vivir en los suburbios: los esclavos, mendigos y enfermos, los de ascendencia dudosa y quienes tenían ocupaciones poco ortodoxas, tales como las prostitutas, los recolectores de estiércol, los arrieros de asnos, los apostadores, los marineros, los curtidores, los vendedores ambulantes, los granjeros y los prestamistas que daban dinero a cambio de intereses.

Desde los tiempos de Julio César (fallecido en el año 44 a. C.), los campesinos de Judea pagaron hasta el 12,5 % anual de sus cosechas, mientras seguían pagando los diezmos y ofrendas tradicionales del templo. No pagar a los romanos equivalía a rebelarse. Cerca del tiempo en que nació Jesús, los romanos estaban forzando a muchas familias campesinas de Judea y Galilea a abandonar sus tierras. Prácticamente una generación entera quedó diezmada en ciertas regiones a causa de la devastación, la masacre y la esclavización durante las reiteradas conquistas romanas y herodianas. Aldeas enteras quedaron desprovistas de las provisiones, las semillas y los animales de carga necesarios para empezar a recuperarse. Muchos se vieron obligados a pedir préstamos con intereses a acreedores ricos de la elite sacerdotal. Por esta razón, una de las primeras iniciativas de los rebeldes cuando estalló la revuelta del 66 d. C. y tomaron el control de Jerusalén fue quemar los archivos públicos donde se guardaban los registros de las deudas. De ese modo, los rebeldes declararon un jubileo para sí mismos (Lv. 25:10).

Los romanos esperaban que las personas permanecieran en sus hogares ancestrales para así producir cultivos con los que pagar el tributo a Roma. No obstante, grandes números de campesinos se mudaron porque no podían obtener el propio sustento en sus campos y además pagar el tributo. Por eso, los romanos, de vez en cuando, reunían campesinos y los obligaban a volver a sus aldeas de origen. Aunque no pudieran ganarse la vida con el fruto de sus propios campos, estaban obligados a volver para poder pagar a los romanos. El resultado fueron miles de personas que quedaron desarraigadas.

Para mantener el control económico y la productividad, los romanos llevaban adelante censos con regularidad. El siguiente es un ejemplo del año 102 d. C.:

Una vez comenzado el censo casa por casa, es necesario que todas las personas que por alguna razón se hayan ausentado de sus distritos de origen, reciban el aviso de que deben volver a sus propios hogares, para que así completen las formalidades habituales del registro y se apliquen al trabajo en los campos de los que son responsables. […] Quienes den pruebas de que su presencia es necesaria en el lugar donde están recibirán autorizaciones firmadas. […] Todos los demás deben volver a sus hogares en un plazo de treinta días. Cualquiera que, terminado ese plazo, no cuente con la debida autorización será castigado severamente.

Estos factores sociales, políticos y económicos juegan un papel importante en la historia de José y María, en el contexto social y religioso en el que Jesús ejerció su ministerio y en el sufrimiento y la injusticia descritos en el libro de Santiago.

Por lo tanto, Israel sintió un profundo impacto social, religioso y económico a causa del gobierno romano. Durante el primer siglo, una población campesina cada vez más numerosa, desfavorecida e indignada se opuso a la clase dominante judía, considerándolos ilegítimos, transigentes con el paganismo y explotadores de los bienes económicos de Israel. Las familias de los sumos sacerdotes, que dependían del apoyo de Herodes y sus herederos, no eran originalmente judíos nativos de tierras palestinas, sino familias poderosas importadas del imperio romano. Debido a su explotación de los pobres, estas familias tenían una reputación infame y eran tenidas en muy baja estima entre las clases sacerdotales más bajas. En consecuencia, se levantaron bandidos sociales que actuaban como una especie de Robin Hood nacionalista: saqueaban a los terratenientes poderosos y atacaban a los representantes de la dominación extranjera.

Todos los judíos cargaban con el enorme peso de los costosos impuestos, la mala gestión del gobierno y la corrupción. A partir del 59 d. C., el conflicto entre las distintas clases económicas del clero se intensificó. La elite del templo contraatacó reteniendo los diezmos de los sacerdotes comunes e intentó subyugarlos sometiéndolos al hambre. En vistas de esta corrupción y opresión extranjera, muchos judíos retuvieron el tributo a Roma y los sacerdotes comunes suspendieron el sacrificio diario por el bienestar del emperador. Roma interpretó estas acciones como una rebelión manifiesta (66 d. C.). Unas semanas más tarde, hubo una sublevación generalizada, no sólo en contra de los romanos sino también en contra de la aristocracia sacerdotal.

Ese fue el contexto económico y social en el que nuestro Señor vino al mundo a obtener nuestra salvación e inaugurar el reino de Dios en la tierra.

 

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