La Biblia dice que necesitamos sabiduría ganar almas para Cristo (Proverbios 11:30b).
¿Por qué? Porque el pecado es complejo y Satanás es fuerte. El corazón del pecador es un laberinto de autoengaño, rebelión, orgullo, ignorancia, hostilidad, dolor, idolatría y confusión.
La sabiduría es la capacidad de discernir qué es lo que realmente importa, ver la realidad desde el punto de vista bíblico y saber cómo responder o proceder en conformidad con ese entendimiento. Con la guía del Espíritu Santo, el cristiano sabio discierne y halla un sendero que le permite sortear los obstáculos y la necedad del corazón del incrédulo a fin de predicarle el Evangelio.
En los últimos años, se han publicado numerosas autobiografías de personas convertidas a la fe cristiana. Sus historias ilustran la necesidad de sabiduría para el evangelismo, así como la necesidad de aplicar la apologética. Voy a darles el ejemplo de la historia de Holly Ordway, relatada en su libro Not God’s Type: An Atheist Academic Lays Down Her Arms (Una académica atea baja las armas y se rinde a Dios). Allí, Ordway describe su perspectiva sobre la fe y el cristianismo de la siguiente manera:
Mi problema no podía resolverse con tan solo escuchar a un predicador afirmar que Jesús me amaba y quería salvarme. Para empezar, yo no creía en Dios y daba por hecho que la Biblia era una colección de fábulas y mitos, como las historias de Zeus, Thor, Cenicienta y la Bella Durmiente, solo que ni siquiera tan interesantes. ¿Por qué debería molestarme en leer la Biblia? Mucho menos tomaría en serio lo que decía sobre Jesús. Estaba convencida de que un Dios imaginario no podía tener un Hijo real. Dado que no creía en la inmortalidad del alma, no estaba interesada en lo más mínimo en el supuesto destino al que ella se dirigiría cuando me muriera. Si no hay Dios, no hay vida después de la muerte, no hay infierno […], y no hay motivos para seguir hablando del tema.
¿Qué creía Ordway?
Yo era el producto del azar, que había obrado a ciegas durante millones de años. Era miembro de una especie que por casualidad resultó ser más inteligente que el resto de los mamíferos, pero que a pesar de eso no éramos tan únicos como especie. Pensaba que era una criatura social porque así es como habían evolucionado los seres humanos. El lenguaje que tanto me complacía usar era solo una herramienta que el ser humano había desarrollado con el paso del tiempo.
Basándose en su cosmovisión naturalista, no se sentía atraída por la fe cristiana en absoluto. No le encontraba sentido en absoluto. Se sentía muy segura y confiada con su ateísmo… hasta que entabló una relación con su entrenador de esgrima y su esposa, ambos cristianos.
Ordway describe a Josh como a una persona que transgredía el estereotipo negativo que ella tenía de los cristianos. Su carácter era interesante y encantador, porque era “genuino”, “amable” y “se preocupaba por las personas”. Ella dice: “Había algo distinto en él… una paz que no había visto nunca antes”. Él y su esposa, Heidi, se mostraban “alegres”. No le “reprochaban” su ateísmo ni le “endilgaban folletos religiosos”. No intentaban encontrar el momento para tener “una conversación importante” con ella sobre “cómo ser salva”. Ordway escribe: “Josh no estaba tratando de venderme nada”.
Sin embargo, hay algo que es aun más importante, y es que Josh se preocupaba por ella, pero como describe Ordway, él la trataba “no como a una potencial conversa, sino como a mí misma, una persona única, y siempre se dirigió a mí con respeto”. Tal como ella afirma, Josh se convirtió en su “guía” espiritual y la ayudó a avanzar en la odisea espiritual de reconocer a su Creador como Señor.
Ordway se dio cuenta de que Josh y Heidi eran elocuentes e inteligentes. Descubrió que los tres compartían un amor por Las crónicas de Narnia, de C. S. Lewis, saga que sirvió de punto en común para sus conversaciones. Cuando se encontraron por primera vez para hablar, Josh y Heidi no citaron versículos bíblicos ni le contaron su testimonio. Tampoco la alentaron a explorar el cristianismo basándose en el deseo que ella tenía de hallar paz o felicidad personal. Por el contrario, la hicieron sentir “segura”, lo suficiente para que abriera su corazón y expresara sus preguntas. Hablaron muchas veces sobre Dios como la Primera Causa y sobre el origen de la moralidad.
Josh “sabía de qué estaba hablando” y “cada vez que cuestionaba un punto, él tenía información sólida y un razonamiento claro para respaldar sus argumentos”. Respondía sus preguntas reales, no las preguntas que los evangélicos muchas veces prefieren escuchar (por ejemplo, “¿cómo puedo ser salvo?”). Ella quería debatir temas éticos y buscaba explicaciones sobre la realidad de Dios.
Él “respondió sus preguntas” y compartió con ella las ideas de varios argumentos cosmológicos a favor de la existencia de Dios. No obstante, él también hacía muchas preguntas, algunas de las cuales ella no supo responder. Con amabilidad la desafió a reevaluar sus presuposiciones y la instó a pensar en lo implausible que es que del ateísmo puedan surgir normas morales. En determinado punto, él le dijo:
¿Por qué tenemos un vacío en forma de Dios en nuestro interior? Anhelamos la eternidad en un mundo finito. Buscamos un propósito, pero parece que la vida en última instancia no tiene propósito alguno. Nos vemos tan incompletos. El teísta dice que Dios nos creó para que pudiéramos ser completos en él. El ateo dice que nosotros creamos un “dios” para llenar nuestro vacío, que es un subproducto inesperado de la evolución. Ambas partes están de acuerdo en que tenemos en nuestro interior un vacío, un deseo insatisfecho.
Así, la conversación continuó por bastante tiempo hasta que ella se convirtió en seguidora de Cristo.
La historia de Ordway y la sabiduría que manifestaron Josh y Heidi nos ayudan a pensar en el evangelismo y la apologética. Consideremos algunas preguntas para seguir reflexionando:
¿Tenemos la sabiduría, el carácter y el conocimiento necesarios para ser evangelistas eficaces como Josh y Heidi?
¿Proyectamos o deconstruimos los estereotipos populares sobre los evangélicos?
¿Estamos dispuestos a relacionarnos con incrédulos desinteresados u hostiles? ¿Tenemos la capacidad de hacerlo?
¿Tenemos sabiduría suficiente para servir como guías espirituales? ¿Tenemos la paciencia necesaria para cultivar una relación con los incrédulos a largo plazo?