Entonces, ¿por qué presentamos con tanta frecuencia un Evangelio “simple” tan truncado?
Una de las razones es que no somos conscientes de hasta qué punto nuestra cultura influye sobre nuestra teología, en especial la antropología y la psicología. Damos por sentado que leemos la Biblia desde una mentalidad imparcial, que no se deja corromper por las suposiciones y la cosmovisión de la cultura que nos rodea. Damos por sabido que sencillamente comprendemos las afirmaciones obvias y objetivas que la Biblia ofrece. Pero no es tan sencillo. La realidad es que todos nosotros leemos las Escrituras a través de la parcialidad y los prejuicios que imponen nuestros ídolos: los ídolos de nuestra individualidad, género, familia, raza, cultura, intelecto y religión.
En la era moderna y posmoderna, incluso antes de leer la Biblia o escuchar su verdad, nos ponemos los lentes de colores del “individualismo expresivo” o los audífonos de la “autenticidad personal”. Para la mayoría de nosotros, el propósito principal de la espiritualidad es cultivar la vida interior y construir una imagen personal positiva. La realización personal y la definición del yo se vuelven el objetivo. Bajo el lema del individualismo, la autenticidad y la autonomía, el ego se ha vuelto el principal de los ídolos de nuestra era (caemos en la deificación del yo). Eso significa que intentamos cumplir nuestras aspiraciones como si nosotros mismos fuéramos el Autor de nuestra historia. Todos tratamos de “jugar a ser Dios” y escribir (o reescribir) el guion de la obra teatral de nuestra vida de la manera que nos parezca más adecuada. Dios se vuelve nuestro sirviente, un objeto de utilería en escena o un actor suplente de nuestra obra. De ese modo, el sentido de la vida acaba siendo: “Todo gira en torno a mí: la definición de mi identidad, mi autonomía y mi realización personal”, o “Todo gira en torno a mi familia, raza, clan, grupo, equipo, clase social o nación”, o “Todo gira en torno a mi religión, mito, utopía, cosmovisión o ideología”.
En nuestra era secular hay al menos dos perspectivas antibíblicas acerca de la espiritualidad y el yo. Las resumiré a continuación.
El yo soberano: La era moderna está abocada a la autonomía personal. El individuo se dirige a sí mismo, toma las iniciativas por sí mismo, admite solo sus propias órdenes y se define a sí mismo. El yo es absoluto y es amo de sí mismo. El valor primario de las personas modernas es la búsqueda que emprenden para explorar su individualidad y desarrollarse como personas. Los libros sobre cómo hacer tal o cual cosa en pos del desarrollo personal han invadido la industria editorial, mientras las nuevas tecnologías crean nuevas alternativas para cuidar y observar el propio ser. Cuando la identidad se derrumba, quienes la reparan, restauran y renuevan son expertos bien instruidos en el campo del desarrollo personal, tales como psicólogos, gurúes de la autoayuda y trabajadores sociales, con lo cual podemos concluir que, en la era moderna, hacer terapia es mucho más importante que atender a la teología. La iglesia institucional funciona como un comercio al que van de compras los consumidores religiosos en busca de bienes y servicios espirituales para satisfacer las necesidades del yo. Las grandes congregaciones ofrecen una amplia variedad de bienes y servicios, mientras que las congregaciones más pequeñas cumplen más bien el rol de boutiques y “tiendas artesanales”.
El yo sagrado: La pregunta moderna “¿cómo hago para sentirme bien conmigo mismo?” se vuelve más importante que “¿cómo puedo ser salvo?”. Dicho de otro modo, lo que solía expresarse en la pregunta filosófica “¿qué es el hombre?” se ha reformulado en términos psicoanalíticos: “¿quién soy?”. Esta espiritualidad hace hincapié en que los individuos deben emprender esa búsqueda solos. Los términos “viaje” y “crecimiento” describen el concepto de la espiritualidad como un proceso orientado a la búsqueda. Sin embargo, el objeto de esa búsqueda es algo más que una doctrina, un credo o una institución. Lo que se busca está más relacionado con los sentimientos, una mayor consciencia de la realidad interior y los encuentros con una esfera sagrada delimitada de forma ambigua. Por lo tanto, hoy en día, las personas espirituales son “creyentes pero no miembros”, “espirituales pero no religiosos”. De hecho, se ha extendido la creencia de que la iglesia se ha interpuesto como una barrera entre el creyente y la fe, entre el cristiano y Cristo, puesto que ha creado obstáculos institucionales en lo que concierne a la doctrina, la estructura de la iglesia y los privilegios e indulgencias creados debido a la obsesión por el poder. Entonces, en medio de ese vacío, se erigieron al menos cuatro aspirantes a salvadores y pseudocleros: la profesión de la psicología, los gurúes religiosos, los consejeros seculares de autoayuda y la industria publicitaria (o el consumismo).
Ahora bien, si creemos que esta dinámica cultural y esta cosmovisión no afectan a los no creyentes aquí en Buenos Aires, nos engañamos a nosotros mismos y somos muy ingenuos. Es más, si creemos que la idolatría del ego no influye sobre la iglesia, somos demasiado ingenuos. Tan solo escuchen con atención nuestras canciones de adoración, por ejemplo. Por lo general tratan de cómo nos sentimos y de qué experimentamos, en lugar de concentrarse en la verdad que glorifica a Dios. Nuestros coros muchas veces celebran tan solo nuestro estado emocional en vez de la verdad teológica. Comparen las canciones modernas con los grandes himnos de la iglesia y verán que hay una gran diferencia: hubo un tiempo en que las canciones encerraban más profundidad y sabiduría. Incluso en nuestras iglesias evangélicas muchas veces presentamos el Evangelio en términos pura y exclusivamente individualistas. El Evangelio se vuelve un mensaje centrado solamente en la salvación personal que sirve como medio para alcanzar la plenitud personal y la prosperidad personal. Las buenas nuevas ahora giran en torno al hombre y no en torno a Dios. No obstante, cuando hacemos esto, nos estamos perdiendo los otros dos tercios de las Buenas Nuevas.
Entonces, ¿qué podemos hacer ahora? Necesitamos embarcarnos en un proceso de identificación de nuestros ídolos personales, culturales, intelectuales y religiosos. Cuando los hayamos detectado y hayamos discernido cómo nos afectan, debemos renunciar a ellos y comprometernos a aprender y vivir la vida de una forma que se conforme más a la Biblia, por el bien de la iglesia y de la ciudad.
Richard, Sobresaliente. Profunda mirada del Evangelio y la distorsión del mismo por nuestra sociedad religiosa, en la cual ¨vivimos, nos movemos y somos¨ .Claramente el nuevo ídolo es el yo, y sobre todo en los que tenemos la verdad revelada y aceptada. Dios siga prosperando el ayudar a Ver y Pensar, y tambien a este blog. Realmente una gran Bendición.
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