Cuando reconocemos sola scriptura, afirmamos varias verdades importantes sobre la mente, sobre Dios, los seres humanos y el mundo en que vivimos.
Primero, la Escritura es un acto de comunicación, y esto implica inteligencia. La inteligencia requiere un cerebro o una mente. Aprendemos de la Biblia que Dios es un pensador. Él entiende todo. Él interpreta y evalúa todas las cosas dentro de su reino. Dios es el estándar y el criterio para todo pensamiento y comportamiento, lo que significa sola scriptura.
Dios es el rey supremamente inteligente. También es arquitecto, economista y filósofo de la creación. Él es el experto ontológico en cada uno de estos campos, y en cualquier otro que podamos nombrar. Él es nuestro genio trascendente, virtuoso y mente maestra. Es el máximo especialista de todo tipo de conocimiento. Entiende en profundidad y amplitud cada ámbito de experiencia en cada idioma y en cada nivel de desarrollo.
Segundo, Dios creó un mundo que es comprensible y sujeto a análisis. Es manejable y capaz de desarrollarse. El científico trascendente, matemático y artesano lo diseñó y construyó. De hecho, el mundo fue hecho para pensadores, porque una gran mente lo creó. Es el producto de un Dios conocedor y un Dios que es cognoscible.
Tercero, la Biblia muestra que los seres humanos son creados a su imagen. Él es un pensador y nosotros también. Podemos entender su revelación para nosotros. De hecho, Dios hizo seres sintientes con curiosidad intelectual, imaginación y una aspiración por la sabiduría. La mayordomía de Adán y Eva, por ejemplo, era inconcebible sin usar las habilidades cognitivas que Dios les dio y modeló para ellos. De la misma manera, debemos desarrollar y usar nuestras habilidades intelectuales para servir a Dios y bendecir a los demás.
La Biblia enseña que Adán y Eva fueron comisionados en Génesis 1:26 para imitar al creador como aprendices de gobernantes, constructores, benefactores y pensadores. Por esta razón, quizás el regalo más grande que Dios nos dio como imagen de Dios es nuestra mente, nuestra autoconciencia.
Nuestra doctrina de las Escrituras, por lo tanto, supone que poseemos la capacidad intelectual para escuchar y entender la revelación. Esto supone que el comunicador divino existe y no está en silencio. Esta doctrina también supone que debemos escuchar y obedecer.
De hecho, debemos aprender de Dios a ser buenos mayordomos, porque él es el maestro divino. El mundo entero y nosotros mismos somos el aula. Debemos escuchar su voz en la creación y especialmente a través de las Escrituras, lo que implica sola scriptura.