JESÚS Y SU PERFIL INTELECTUAL

El especialista en el Nuevo Testamento, Kenneth Bailey, comentó una vez con notable honestidad: “Descubrí que había sido entrenado inconscientemente para admirar todo sobre Jesús, excepto su agudeza intelectual”.

Sospecho que muchos cristianos perciben a Jesús de manera similar. Por supuesto, lo vemos como nuestro Salvador, protector y proveedor. Sin embargo, rara vez se le considera como un pensador brillante o un modelo intelectual a seguir. En consecuencia, no solemos conectar los puntos entre el perfil mental de Jesús y nuestra obligación de amar a Dios con nuestra mente, un aspecto del que Él es paradigma.

Recordemos que, cuando a Jesús se le preguntó: “¿Cuál es el mandamiento más importante de todos?”, Él citó el famoso Shemá (Deuteronomio 6:4–5), afirmando el núcleo doctrinal y espiritual del Antiguo Testamento: “Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza» (Marcos 12:28–30).

A continuación, describo brevemente diversos aspectos del perfil intelectual de Jesús, en concordancia con el Shemá. Esto es muy relevante porque estamos llamados a imitar su vida mental, aunque limitada y caída en nuestra humanidad, y debemos entrenar a otros discípulos para hacer lo mismo.

En primer lugar, Jesús demostró la importancia suprema de escuchar sólo a Dios. Por esta razón, oraba con frecuencia, especialmente en momentos cuando debía tomar decisiones. Confesó: «En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera» (Juan 5:19).

En segundo lugar, Jesús destacó la autoridad suprema de las Escrituras. Cuando fue tentado por el diablo, citó pasajes de Deuteronomio. Al morir en la cruz, se refirió a los Salmos. Continuamente citaba el Antiguo Testamento y razonaba a partir de sus preceptos. En otras palabras, partía de una cosmovisión bíblica y razonaba de manera pactual. Todo lo que Jesús pensaba, decía, deseaba y hacía estaba condicionado por la Ley de Dios.

Tercero, Jesús fue el supremo ejemplo del temor de Dios, tanto intelectual como éticamente. Adoptó el principio de Proverbios 1: 7a: “El temor del Señor es el principio de la sabiduría.” Encarnó, también, Proverbios 3:5–7: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas. No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal.»

En cuarto lugar, Jesús se destacó por su sabiduría incomparable. Sabía qué era verdaderamente importante y cómo actuar de manera más fructífera. No podía estar distraído ni ser manipulado por la insensatez. Nunca se desvió de la misión de su Padre para emprender tareas inútiles.

En quinto lugar, Jesús poseía un conocimiento absoluto y perfecto. La evidencia sugiere que hablaba arameo y hebreo. Probablemente, también se comunicaba en griego y latín. Sabía leer, como lo hacía la mayoría de los escribas. Conocía bien las particularidades étnicas y religiosas de Palestina. Poseía un conocimiento profundo de la historia y las Escrituras judías, además de la familiaridad con la literatura del período del Segundo Templo. Mostraba una aguda conciencia situacional y un razonamiento teológico perspicaz.

Sexto, Jesús entendía a la perfección cómo comunicarse con cualquier persona, manteniendo cada interacción enfocada, refutando ideas incorrectas y conduciendo a los buscadores hacia la verdad. En otras palabras, comprendía profundamente la depravación humana y el impacto intelectual del pecado.

Séptimo, el conocimiento de Jesús estaba profundamente enraizado en la historia. Entendía que la cultura, la revelación, el pecado y lo sobrenatural afectan cómo y qué pensamos en todas sus formas. Percibía la mentalidad antitética del diablo y su dominio. Reconocía la naturaleza maligna de las ideologías pecaminosas y las instituciones opresivas.

Octavo, el conocimiento de Jesús estaba condicionado por una perspectiva escatológica. Definía su existencia terrenal en términos del plan redentor de Dios: desde la creación, pasando por Israel, hasta la restauración. Sabía exactamente de dónde venía, dónde estaba en el complejo entorno social, religioso y político del siglo I en Palestina, y hacia dónde (o hacia quién) regresaría.

Y finalmente, el pensamiento de Jesús estaba fundamentado ontológicamente. Pensaba en comunión con el Padre y el Espíritu, lo que implica que su conocimiento era trinitario. Después de su muerte y retorno al Padre, envió al pedagogo divino, el Espíritu Santo, para guiarnos hasta su regreso, lo que subraya la importancia de la mente desde la perspectiva de la Trinidad.

En resumen, Jesús amó a Dios con toda su mente, a pesar del contexto caótico, confuso y demoníaco en el que ministró. Encarnó la sabiduría de los hijos de Isacar, “expertos en discernir los tiempos, con conocimiento de lo que Israel debía hacer» (1 Crónicas 12:32). Conforme al Shemá, manifestó un pensamiento correcto, una motivación piadosa y una aplicación sabia.

Debemos hacer lo mismo y aprender a amar a Dios con toda nuestra mente.

 

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