La gente suele suponer que los Evangelios son siempre claros y fáciles de entender. En un sentido importante, esto es muy cierto. Hasta un niño puede discernir el inmenso amor del Señor Jesús y las bendiciones de la salvación. Otros, sin embargo, afirman que los Evangelios son demasiado simplistas. Mateo, Marcos, Lucas y Juan, dicen, son ingenuos o proponen respuestas ingenuas a preguntas que ya no son relevantes. Su razonamiento refleja una cosmovisión que hoy ha quedado obsoleta.
Yo sostengo, por otro lado, que los evangelios no son ni simples ni simplistas. Demuestran una intelectualidad (todas las maneras en que pensamos) que es multifacética y profunda. Intelectualmente, la cosmovisión representada en los evangelios es tan real hoy como lo fue siempre.
Los evangelios presuponen un alto grado de alfabetización en el Antiguo Testamento. Se esperaba que los oyentes y lectores que por primera vez conocieran la cosmovisión del Antiguo Testamento pudieran razonar a partir de ella. Según Jesús, «todo escriba que ha sido instruido en el reino de los cielos» (Mateo 13:52a) percibe el sufrimiento del Mesías descrito en las escrituras de Israel y escucha su enseñanza (Lucas 24:25-27). De esta manera, un verdadero discípulo «saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas» (Mateo 13:52b).
Los evangelios emplean argumentación y refutación. Las ideas ―individuales, grupales e ideológicas― fueron sometidas a la aguda crítica de Jesús. Se rechazaron construcciones teológicas y prácticas erróneas. La ignorancia voluntaria y la necedad fueron así denunciadas (Juan 3:10; Mateo 22:29). Estos encuentros mostraron que Jesús era obviamente brillante, pero sus oyentes a menudo eran necios.
Jesús debe ser considerado un genio, no solo porque una vasta cantidad de personas hoy en día afirman seguirlo, sino también por el ingenio y sabiduría de su enseñanza. La enseñanza que se le atribuye combina un impresionante conocimiento de los hechos con una profunda perspicacia, coherencia y simplicidad aún más impresionantes. –Peter J. Williams
Jesús interactuó con las principales corrientes teológicas de su tiempo. El entabló diálogos con sofisticados intelectuales, quienes estaban revestidos de poder y privilegios. Estos líderes, firmemente arraigados en sus posiciones de autoridad, no dudaban en oponerse a él, cuestionando sus enseñanzas y desafiando su creciente influencia entre el pueblo. También se relacionó con la gente común, hombres y mujeres, judíos y extranjeros. Pedagógicamente, usó varios recursos retóricos para sondear las mentes de sus interlocutores: preguntas, acertijos, historias y afirmaciones. Utilizó la lógica común, la narración de historias, así como también el razonamiento de los escribas.
En los evangelios, por lo tanto, la mente juega un papel fundamental. ¿Por qué? Porque Jesús fue el mayor pensador que jamás haya vivido. En los evangelios, los procesos de aprender, razonar y entender eran fundamentales. Aquellos que buscaban discernimiento eran venerados. La adquisición de conocimiento y la sabiduría alcanzada eran apreciadas por Jesús. Y aquellos de entonces, y los de ahora, intentan seguir su ejemplo e imitar su forma de pensar, aunque sean pensadores finitos y caídos.
Los evangelios relatan las travesías intelectuales de quienes buscan comprensión, pero también de quienes buscan evitarla. La mayoría de las personas que escucharon la enseñanza del Señor no percibieron el mensaje ni su significado. No podían «conectar los puntos» entre el testimonio del Antiguo Testamento, las expectativas mesiánicas actuales y la proclamación de Jesús. Su mensaje no parecía simple ni accesible para muchos, sino más bien opaco, o incluso, ridículo. Como resultado, las respuestas típicas fueron: la confusión, la negación y la ofensa. Aunque los evangelios intentan aliviar este déficit de conocimiento, como escribió Juan, «El mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron» (1:10b-11).
Según los evangelios sinópticos y Juan, por lo tanto, nuestra matriz y los perfiles intelectuales de la fe y la incredulidad, no han cambiado desde la venida de Jesucristo. La intelectualidad de los evangelios es tan relevante ahora como lo fue en el pasado. Aquellos que hoy en día aspiran a ser seguidores de Jesucristo, también deben aprender a «amar a Dios con toda su mente» (Marcos 12:30).