Introducción
La Biblia ofrece orientaciones sobre nuestra filosofía política y sobre los políticos como seguidores de Jesucristo. Consideremos brevemente la instrucción de Moisés acerca de los futuros reyes en Deuteronomio 17:14-20.
14 “Cuando hayas entrado en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da y hayas tomado posesión de ella y la habites, y cuando digas: ‘Constituiré rey sobre mí, como todas las naciones que están en mis alrededores’, 15 solamente constituirás sobre ti como rey a quien el SEÑOR tu Dios haya escogido. A uno de entre tus hermanos constituirás como rey sobre ti. No podrás constituir sobre ti a un hombre extranjero, alguien que no sea tu hermano. 16 “Pero él no ha de acumular caballos [para sí]. No hará volver al pueblo a Egipto para acumular caballos, porque el SEÑOR les ha dicho: ‘Jamás volverán por ese camino’. 17 Tampoco acumulará para sí mujeres, no sea que se desvíe su corazón. Tampoco acumulará para sí mucha plata y oro. 18 “Y sucederá que cuando se siente sobre el trono de su reino, él deberá escribir para sí en un pergamino una copia de esta ley, del rollo que está al cuidado de los sacerdotes levitas. 19 La tendrá consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al SEÑOR su Dios, guardando todas las palabras de esta ley y estas prescripciones a fin de ponerlas por obra. 20 Esto servirá para que no se enaltezca su corazón sobre sus hermanos, y no se aparte del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda, a fin de que prolongue los días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.»
Es importante notar que este pasaje no abarca todo lo que la Biblia dice sobre la esfera política, pero constituye un punto de partida relevante. Además, no pretendo explicar todos los aspectos de este pasaje ni demostrar todas sus implicaciones para la actividad política moderna. Mi intención es ofrecer solo un marco básico y principios clave a considerar.
También reconozco que existen diferencias entre la revelación del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como entre el pueblo de Dios en ambos testamentos. Gobernar una teocracia antigua y liderar en la iglesia del Nuevo Testamento son roles distintos. Asimismo, hay diferencias significativas entre el liderazgo político en el mundo antiguo y el gobierno moderno en una sociedad pluralista. Aun así, creo que podemos extraer lecciones valiosas para nuestro tiempo de este pasaje.
Antigua realeza
Los reyes de la antigüedad eran seleccionados y favorecidos por sus dioses. Reclamaban el derecho divino de subyugar a sus naciones y conquistar a otros pueblos. Los reyes se presentaban como la imagen y representación de los dioses. Actuaban como sacerdotes y patronos del culto. Además, eran los principales legisladores y poseían la autoridad judicial suprema. Como guerreros designados de su nación, lideraban a su pueblo en la batalla y lo protegían de todas las amenazas, internas y externas. La violencia y la corrupción a menudo se asociaban con el poder político. Por lo general, los reyes manifestaban vanidad y arrogancia, motivados por el placer, la codicia y la gloria.
Llamado a la realeza
Los reyes israelitas, en cambio, recibieron una visión completamente diferente del
liderazgo. Deuteronomio 17:15 instruye al futuro gobernante: «Solamente constituirás sobre ti como rey a quien el SEÑOR tu Dios haya escogido. A uno de entre tus hermanos constituirás como rey sobre ti. No podrás constituir sobre ti a un hombre extranjero, alguien que no sea tu hermano.” Este versículo revela dos requisitos iniciales para gobernar. Los verdaderos reyes eran designados por Dios. El liderazgo nacional era un llamado divino, no simplemente una profesión secular. Los hebreos no podían simplemente emplear a un político calificado con cualquier visión del mundo para proveer liderazgo político. Sus líderes debían surgir dentro de la comunidad del pacto y afirmar una cosmovisión acorde a dicho pacto.
Prohibiciones de la monarquía
Los versículos 16–17 estipulan: “Pero él no ha de acumular caballos [para sí]. No hará volver al pueblo a Egipto para acumular caballos, porque el SEÑOR les ha dicho: ‘Jamás volverán por ese camino’. Tampoco acumulará para sí mujeres, no sea que se desvíe su corazón. Tampoco acumulará para sí mucha plata y oro.” Estos versículos expresan tres prohibiciones para un líder hebreo en contraste con los reyes de otras naciones.»
La primera se refiere al poder militar. Los caballos tiraban de carros y proporcionaban una ventaja militar significativa, pero requerían una infraestructura extensa y eran costosos de comprar, cuidar y entrenar. Esta prohibición limitaba el poder del rey al proscribir un ejército profesional. Además, advertía a Israel que no debía regresar a Egipto, un lugar especializado en la guerra de carros. Asociarse con Egipto implicaba confiar en el poderío militar y las alianzas extranjeras, en lugar de confiar en el Señor, quien los había liberado de Egipto y llevado a la tierra prometida.
La segunda prohibición se refiere al estatus. Los harenes eran intrínsecamente carnales y hedonistas, y contrarios a las normas del Antiguo Testamento. Sin embargo, en términos de reputación, un gran harén comunicaba estatus y riqueza en el escenario internacional. Además, establecer alianzas políticas a través de múltiples matrimonios reflejaba una falta de confianza en el SEÑOR. La frase «no sea que se desvíe su corazón” se refiere a la apostasía, la desobediencia y la idolatría. Las esposas extranjeras del rey Salomón influyeron en su pensamiento y comportamiento. De manera similar, el rey David fue corrompido por la lujuria y la arrogancia.
La tercera prohibición se refiere a la riqueza. El gobierno nacional proporcionaba acceso a ganancias ilícitas. Los reyes controlaban los impuestos, las rutas comerciales y la recaudación de rentas. La realeza presentaba una tentación constante de poder y placer, lo que derivaba en corrupción y apostasía. Cabe destacar que la expresión «para sí» aparece tres veces para enfatizar que el rey no debía usar el poder para su propio beneficio o autopromoción.
Las exigencias de la monarquía
Consideremos los versículos 18–20:
“Y sucederá que cuando se siente sobre el trono de su reino, él deberá escribir para sí en un pergamino una copia de esta ley, del rollo que está al cuidado de los sacerdotes levitas. La tendrá consigo y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al SEÑOR su Dios, guardando todas las palabras de esta ley y estas prescripciones a fin de ponerlas por obra.”
Este pasaje contiene tres exigencias vinculadas a las Escrituras, especialmente a las normas del pacto expresadas en el libro de Deuteronomio. El rey estaba obligado a copiar la Ley, tenerla siempre a mano y leerla constantemente.
El primer mandamiento es copiar la Ley. En contraste con las prohibiciones, debía copiar la Ley «para sí«, para su propio bienestar. Se requería que el rey aprendiera y pensara como un escriba. En el mundo antiguo, al menos el 90% de las personas no sabía leer ni tenía acceso a las escrituras sagradas. La alfabetización era una habilidad muy poderosa. Por esta razón, los escribas eran los intelectuales y teólogos de la época. Este mandamiento para el rey, por lo tanto, indicaba que la alfabetización teológico-bíblica era esencial para el líder supremo de Israel y para el gobierno. Además, copiar la Ley bajo la autoridad de los sacerdotes revelaba que el rey era un discípulo de la Palabra de Dios, dependiente de la revelación y sometido a una autoridad superior. Como dijo un erudito: «El rey era el lector designado de la nación«. No tenía autoridad para enseñar o interpretar la Ley, ni podía modificarla o añadirle nada. Sin embargo, podía demostrar su propósito siendo un modelo de vida conforme a ella.
En segundo lugar, la copia personal de la Ley del rey debía estar siempre «la tendrá consigo«, siempre disponible como guía y punto de referencia constante para su pensamiento y conducta.
Tercero, debe «la leerá todos los días de su vida«. La Ley de Dios funcionaba como la Estrella Polar intelectual del rey y su GPS espiritual. El aprendizaje a lo largo de la vida era una disciplina espiritual fundamental. Se dieron cuatro razones para ello. En primer lugar, «para que aprenda a temer al SEÑOR su Dios” mediante la obediencia al pacto (Deuteronomio 5:29; 6:2; 10:12-13). La infraestructura pedagógica de Israel tenía como objetivo inculcar el temor del Señor. De esta manera, el rey mostraba la misma piedad que exigía del pueblo (Deuteronomio 14:23; 17:19; 31:12). La segunda razón es «para que no se ensoberbezca su corazón sobre sus hermanos”. Aprender a temer al Señor contrarrestaba la arrogancia real. Tercero, cultivar el temor de Dios evitaba la apostasía y la idolatría, de modo que «no se aparte”. Y, por último, la piedad personal fomentaba la prosperidad tanto personal como pública, «a fin de que prolongue los días en su reino” (Deuteronomio 4:40; 5:29, 33; 6:3, 18; 12:28).
Implicaciones para la espiritualidad política
El liderazgo político es un llamado divino. Los novicios electorales y los acólitos espirituales deberían calcular cuidadosamente el costo, porque este camino está lleno de tentaciones de todo tipo. Los aspirantes calificados para el liderazgo público abrazan esta comisión con supervisión espiritual y afirmación.
El liderazgo político requiere conocimientos bíblicos y teológicos avanzados. Los políticos cristianos razonan desde y con la revelación. Afirman la cosmovisión bíblica y abrazan la adquisición de conocimientos a lo largo de toda la vida. El autoconocimiento y el discernimiento situacional son competencias esenciales. Los reyes de Israel fueron comisionados para encarnar el Shemá (Deuteronomio 6:4-5) y, especialmente, para amar a Dios con la mente.
El servicio político es tanto contracultural como intercultural. La política pública surge de las prioridades sociales en la Palabra de Dios y el bien común, más que de la afiliación partidista y la filosofía política estándar.
Los políticos cristianos son servidores públicos altamente éticos. Ellos entienden Proverbios 8:13: «El temor del SEÑOR es aborrecer el mal. Aborrezco la soberbia, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa”. Por esta razón, los políticos deben huir de la lujuria de todo tipo: estatus, riqueza y placer, así como de los pecados de manipulación y engaño.
Por último, la espiritualidad política cristiana está enraizada en el temor de Dios: «El temor del SEÑOR es el principio del conocimiento; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina” (Proverbios 1:7). Los políticos cristianos deben evitar con todo su ser la locura intelectual y de comportamiento. Deben abrazar esta verdad como una forma de vida: «He aquí, yo los envío como a ovejas en medio de lobos. Sean, pues, astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10:16).