Cuando se le preguntó a Jesús sobre el mandamiento más importante, citó el famoso Shemá del Antiguo Testamento: «Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Deuteronomio 6:4-5). En Marcos, Jesús dijo: «El más importante es: «Escucha, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza». El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento mayor que estos» (12:29–31). La interpretación de Lucas es más sencilla: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (10:27).
En los días de Jesús, la piedad que abrazaba el corazón, la mente, el alma, la fuerza, así como el amor por los demás era el pináculo de la espiritualidad holística. Esta religiosidad se manifestó en tres dimensiones superpuestas: mente, alma y recursos. La mente («corazón» en hebreo) implicaba el intelecto (conocimiento, curiosidad, aprendizaje, imaginación). El alma se refería a nuestros motivos más profundos (verdaderos deseos y aspiraciones). La fuerza implicaba una dimensión económica: usar todo tipo de capacidad y bienes humanos para la gloria de Dios y el bienestar humano. La devoción holística, por lo tanto, requería tanto honor para Dios como servicio a los seres humanos.
María de Betania modeló este tipo de espiritualidad holística. En términos intelectuales, ella era una ávida estudiante de Jesús, porque ella «sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra” (Lucas 10:39). Por esta razón, la honró de una manera muy singular, diciendo: “una sola cosa es necesaria [aprender y escuchar al Señor] y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (v. 42).
María fue discípula. Prestó atención. Ella percibió algo esencial acerca del Señor. María entendió quién era y que moriría por su pecado. Esta revelación transformó su mente, renovó sus deseos e inspiró adoración.

Con respecto a su alma (sus valores más íntimos y metas), María escogió «la parte buena.» Sus esperanzas y preocupaciones más profundas estaban alineadas con la agenda del Señor. No estaba distraída ni era felizmente ingenua.
En cuanto al amor por los demás, María acogió a Jesús y a sus discípulos en su casa. Ella brindó hospitalidad. Ella los alimentó y cuidó como misioneros viajantes (Lucas 10:38; Juan 12:2).
María modeló el Shemá. Demostró su comprensión y sus verdaderas prioridades con una acción económica extraordinaria con respecto al Señor. Juan relata la historia:
Entonces Jesús, seis días antes de la Pascua, vino a Betania donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos. Y le hicieron una cena allí, y Marta servía; pero Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro que costaba mucho, ungió los pies de Jesús, y se los secó con los cabellos, y la casa se llenó con la fragancia del perfume. Y Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que le iba a entregar, dijo: ¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se dio a los pobres? Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa del dinero, sustraía de lo que se echaba en ella. Entonces Jesús dijo: Déjala, para que lo guarde para el día de mi sepultura. (12:1-7)
El relato de Marcos añade el testimonio de Jesús acerca de María: «Ella ha hecho lo que ha podido; se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. Y en verdad os digo: Dondequiera que el evangelio se predique en el mundo entero, también se hablará de lo que esta ha hecho, para memoria suya” (14:8b-9).
María amaba a Dios con «toda su mente.» Aprendió y obtuvo discernimiento. Amaba a Dios «con toda su alma,» porque su deseo primordial era honrar y servir a Jesús. Y por eso, dedicó «toda su fuerza,» su recurso más preciado, a expresar un profundo amor por Jesús. Su espiritualidad era verdaderamente holística. No se excluyó ningún aspecto de su ser.
Claramente, debemos imitar su ejemplo. Debemos amar a Dios con nuestra mente, alma y fuerzas, y amar a los demás con todo nuestro ser como expresión de nuestra devoción a Jesucristo.