Cómo tomar una decisión importante

Cuando somos inmaduros en la fe, Dios a veces nos guía de una forma muy clara, como si nos estuviera dando instrucciones verbales o incluso nos estuviera llevando de la mano. En la medida en que empezamos a crecer espiritualmente, a veces la guía de Dios adopta la forma de la providencia divina o de una confirmación sobrenatural. Sin embargo, cuando hemos madurado más, la guía divina en muchas ocasiones parece complicada y desafiante.

¿Por qué? Porque como adultos espirituales que somos, Dios espera que tomemos decisiones motivados por su gloria, el amor a los demás y la buena administración de nuestros recursos (dones espirituales, capacidad mental y física, posibilidades económicas). Dios espera que asumamos nuestra responsabilidad, aun mientras nos sometemos a su soberanía por sobre todos nuestros planes (Sal. 127:1). En resumen, a medida que maduramos espiritualmente, la guía divina muchas veces llega por medio de la sabiduría (Pr. 3:19; 14:8; 17:24; 24:3, 14).

¿Qué es la sabiduría? Es el discernimiento que nos permite saber qué es realmente importante (en general y en situaciones específicas) y qué hacer al respecto (cómo llevar ese conocimiento a la práctica). En la Biblia encontramos cuatro ejemplos breves. Leemos acerca de los hijos de Isacar, que eran hombres “entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer” (1 Cr. 12:32): ellos discernieron el plan de Dios de entronar a David (tuvieron sabiduría) y actuaron en conformidad con ese entendimiento sirviendo entre “los valientes” de David. Ester comprendió que la vida de los judíos estaba en riesgo (tuvo sabiduría) y se acercó al emperador en representación de su pueblo, a pesar de que al hacerlo estaba arriesgando su propia vida. Nehemías entendió la importancia de su tierra natal (tuvo sabiduría) y elaboró un plan para restaurar Jerusalén. En Hechos 15, los apóstoles oyeron el testimonio del ministerio que Dios estaba llevando a cabo a través de Pablo y Bernabé entre los gentiles y decidieron “que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios” (v. 19) con las demandas del judaísmo antiguo (tuvieron sabiduría). En consecuencia, comisionaron a Pablo y Bernabé para que comunicaran este mensaje a los gentiles y expusieron sus razones: “nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo” (v. 25) y “ha parecido bien al Espíritu Santo” (v. 28).

A lo largo de mi vida, he tomado muchas decisiones que fueron sumamente importantes para mí y para mi familia. En 1989, después de deliberar arduamente al respecto por dieciocho meses, decidí vender nuestra casa y mudarnos para que pudiera asistir al seminario (esta decisión cambió todo). Dieciocho meses más tarde decidí cambiar de carrera del seminario para hacer un doctorado. En 1994 decidí dejar mi país para servir como misionero en Praga (una de las mejores decisiones que tomé en mi vida). En 1996 decidí volver a Praga a pesar de que carecíamos de suficiente respaldo económico (¡que Dios después suplió!). En 1999 decidí volver a Praga otra vez, después de que mi esposa se recuperó del tratamiento y la cirugía a los que se había sometido por el cáncer. Ese mismo año también acepté asumir la presidencia interina de la universidad, a pesar de que tuve que dejar a un lado mis aspiraciones ministeriales (fue una de las decisiones más inesperadas y dolorosas que tuve que tomar). En 2009 decidí casarme con una argentina y dejar Estados Unidos para venir a vivir a su país (fue la decisión más difícil que tomé en la vida). En el último tiempo, decidimos dejar la nuestra iglesia para asistir a una iglesia innovadora que se había plantado hacía poco en otro barrio; pero después de un año, decidimos volver a nuestra congregación original (también fue una decisión difícil).

¿Cómo tomé esas decisiones? El proceso empieza con un deseo, una preocupación, una carga, un plan, un objetivo o una intuición. Después de considerarlo mejor, suele brotar una pasión y un sentido del llamado divino. El proceso implica someter los deseos de mi corazón a una evaluación honesta de mis motivaciones, recursos, necesidades y oportunidades, factores que se conjugan con el consejo de otras personas. Muchas veces uso un cuadro simple para analizar cada decisión:

Para terminar, muchas veces se enseña en las iglesias hoy en día que la confirmación de una decisión es la correcta es una sensación de “paz”. Creo que esta enseñanza es demasiado simplista y subjetiva. Mi experiencia personal me dice que, incluso cuando estoy muy seguro de una decisión, muchas veces sigo sintiendo ansiedad o dudas (soy falible y he cometido errores). Por lo general, la satisfacción de la paz y el contentamiento llega después, cuando miro en retrospectiva y me alegro de haber tomado esa decisión.

También suele enseñarse hoy en día que antes de tomar una decisión debemos esperar a que Dios “abra las puertas”, es decir, que él proporcione una oportunidad o una providencia divina inesperada. Nuevamente, hubo veces en la vida en que me enfrenté a “puertas cerradas” y eso solo significó que debía “empujar” para abrirlas por la fe. Otras veces, una “puerta abierta” fue para mí una puerta de la que debí “tirar” para cerrarla por la fe y esperar a que algo más sucediera. En ambos casos, la decisión requiere sabiduría: saber qué es lo que importa en una situación dada y qué hacer al respecto.

Hay una lección teológica importante que debemos recordar cuando tomemos una decisión crucial. A menos que la elección incluya una opción obviamente inmoral, ya sea que elijamos bien o mal, sabemos por la enseñanza bíblica que Dios nunca nos dejará ni nos desamparará (He. 13:5) y que “a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). Al fin y al cabo, no es nuestra infalibilidad ni nuestra sabiduría personal lo que nos guía, sino la fidelidad de Cristo.

Mi esposa Karen expresó esa lección mientras contemplábamos la importante decisión de ir al seminario en 1989. Por un lado, me dijo: “O estás llamado a esto o estás loco. ¡Quizás sean las dos! Pero vamos”. Por otro lado, dijo: “Si tomamos la decisión correcta, Dios cuidará de nosotros. Si tomamos una decisión incorrecta, Dios cuidará de nosotros”.

Muchas veces, al vernos enfrentados a estas grandes decisiones, Dios nos llama a ejercitar la sabiduría y poner en práctica la fe en la medida en que avanzamos en obediencia a él. A veces, solo al mirar en retrospectiva podemos afirmar que hemos decidido con sabiduría y por la fe.

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